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México D.F. Domingo 21 de septiembre de 2003
Immanuel Wallerstein
Los grandes problemas de Bush en casa
El presidente George W. Bush ha estado metido en problemas
con la mayor parte del mundo por más de un año ya. Pero mantuvo
una sólida fuerza en Estados Unidos, hasta hace unos tres meses.
Ahora ésta patina, y muy rápido.
Empecemos con la llamada prensa do-minante. A los
republicanos les gusta referirse a ella como "prensa liberal", sugiriendo
que son lobos de izquierda disfrazados de cordero. Pero el hecho es que
la prensa dominante en Estados Unidos es, y siempre ha sido, sólidamente
de centro. Todo el año ulterior al 11 de septiembre de 2001, de
hecho hasta hace tres meses, esta prensa centrista parecía simplemente
tomar los boletines de prensa de la Casa Blanca y respaldarlos. Ahora,
repentinamente, esto ya no es cierto. Está muy lejos de ser cierto.
Basta con echar una mirada a los cuatro principales canales de televisión
(CBS, NBC, ABC y CNN) o leer las principales revistas de noticias (Time,
Newsweek, US News y World Report) o los principales diarios
(New York Times, Washington Post, Los Angeles Times y Boston
Globe). Lo que uno observa es que artículo tras artículo
-reportajes, textos de opinión y editoriales- critican al gobierno
de Bush por sus políticas en Irak, o dijéramos por sus "fracasos"
en Irak, por su incapacidad para controlar la persistente y creciente recesión
y el desempleo en Estados Unidos. De hecho, estos artículos son
ahora tan críticos que comentan abierta y negativamente lo que dice
la gente de Bush.
El gobierno de Bush logró que Estados Unidos entrara
en guerra con la táctica del miedo hacia Irak -armas de destrucción
masiva, lanzacohetes, aviones no rastreables que podrían esparcir
armas biológicas y, por supuesto, vínculos cercanos con Al
Qaeda. Una por una, resultó que estas amenazas eran infundadas.
Ni armas, ni cohetes ni aviones ni vínculos con Al Qaeda. Y más
y más gente cercana a los servicios de inteligencia dice ahora que
se lo dijeron al gobierno desde hace mucho, mucho antes de la invasión.
Esto es tan cierto que la gente de Bush dejó de defender la invasión
en los términos mencionados hace unos dos meses. Hallaron otro argumento.
Estados Unidos se libró de Saddam Hussein, por lo cual el pueblo
iraquí estará eternamente agradecido. Y los iraquíes
podrán ahora construir un Estado democrático ejemplar en
Medio Oriente. Pero los iraquíes parecen expresar su gratitud disparándole
a los soldados estadunidenses con bastante regularidad. El país
es un desastre política y físicamente. Y si Irak ha de convertirse
en faro del mundo democrático, creo que vivo en otro planeta.
El cuadro más increíble, en términos
de lo que era Estados Unidos hace tres meses, es lo que ocurre en el Partido
Demócrata: el ascenso meteórico de Howard Dean, quien era
el gobernador, más bien oscuro, de un pequeño estado, centrista
en sus opiniones políticas (al menos en el pasado), que co-menzó
con una sola cosa en su favor: fue abiertamente crítico de la invasión
de Irak. Hasta hace tres meses sólo había un puñado
de prominentes opositores demócratas a la guerra -los senadores
Byrd, Kennedy, Graham, el representante Kucinich y, por encima de todos,
Howard Dean. Eso era todo. El resto se montó en el carro patriótico
de Bush, incluidos los cuatro principales contrincantes de Dean en la nominación
demócrata a la presidencia: Lieberman, Kerry, Edwards y Gephardt.
La oposición persistente de Dean a la guerra de
Irak, una muy abierta y muy con los pies sobre la tierra (expresada no
sólo antes sino después de que comenzara) le ganó
un público nacional. Su inteligente utilización de las redes
electrónicas le dio también una organización política
de base por todo el país y la contribución financiera que
ha sobrepasado a sus contrincantes. La prensa, de entrada, lo trató
como alguien sin posibilidades, después como alguien interesante
pero marginal, luego como alguien interesante pero que con seguridad perdería
las elecciones si Bush era nominado por su partido, y hoy hay la creencia
de que no sólo puede ser nominado sino que tiene posibilidades de
derrotar a Bush.
Sus contrincantes demócratas han respondido al
fenómeno Dean acercándose lo más posible a su posición,
dados sus compromisos y sus jugadas anteriores. Los cuatro contrincantes
principales dicen aho-ra que la invasión pudo haber sido correcta,
pero la resaca estuvo muy mal planeada. Esto no convence a casi nadie.
Así co-mo los votantes demócratas no quieren "la luz de Bush"
(como le dicen algunos co-mentaristas a Lieberman), tampoco quieren "la
luz de Dean" (ahora le dicen así a Kerry, Edwards y Gephardt).
Es todavía más interesante la reacción
de los militantes republicanos. En un principio pensaron que Dean sería
el demócrata más fácil de derrotar. Ahora admiten
abiertamente que puede ser el más duro. Después de todo,
ya hay un grupo llamado Republicanos en Favor de Dean.
Finalmente, están los votantes ordinarios, los
que son encuestados con regularidad. Y el punteo en favor de Bush sigue
cayendo. Hoy, a lo sumo, cuenta con una mayoría escueta que piensa
que va bien. Pero lo interesante de las últimas encuestas es que
muestran que 64 por ciento de la población estadunidense piensa
que la invasión de Irak aumentó la posibilidad de ataques
terroristas. El 77 por ciento cree que las actitudes negativas hacia Estados
Unidos en el mundo islámico incrementaron el reclutamiento de terroristas.
Ochenta y uno por ciento piensa que la lección verdadera del 11
de septiembre de 2001 es que Estados Unidos requiere ser más multilateral.
El gobierno de Bush recula centímetro a centímetro
para parecer más multilateral. Busca una resolución de Naciones
Unidas y trata, más o menos, de pedirle a otros países que
manden tropas y dinero (lo pa-sado, pasado, sugiere el presidente Bush).
Pero Estados Unidos se resiste a soltar su supremacía política
y militar en Irak, lo que en realidad es el precio real que tendrá
que pagar por obtener apoyo. Estados Unidos puede conseguir una resolución
de la ONU, o alguna versión diluida de ésta. Aun así,
Estados Unidos tal vez no obtenga ni tropas ni dinero de otros países,
por lo menos en cantidades significativas. Lo cierto es que después
del último discurso de Bush, Rumania prometió otros 50 soldados.
Pero eso es tan ridículo que ni el gobierno de Bush desea publicitarlo.
Han comenzado a oírse las primeras voces estadunidenses
que claman por una retirada total de Irak. Crecen en número y tal
vez estén gritando en los próximos tres meses, conforme las
bajas aumenten, se deteriore más aún la situación
de Is-rael/Palestina y el desempleo comience a ser inmanejable. Los neoconservadores
están conscientes de esto. Ya comenzaron a decir que la comparación
no es con Vietnam sino con Somalia, donde Estados Unidos se retiró
en desgracia y derrotado. Y predicen que si Estados Unidos no se pone firme,
perderá todo. En un sentido tienen razón. Es este el dilema
insoluble de Bush. Si se mantiene firme, pero no resuelve nada en Irak,
disminuye la probabilidad de su relección, radical y rápidamente.
No obstante, si no se mantiene firme hará el ridículo como
alguien que hablaba mucho pero que no aguantó el calor en su propia
cocina. El principal peligro para él no es perder el centro, sino
perder sus simpatizantes firmes del ala derecha. Muchos de ellos están
descontentos, y afirman que este gobierno es uno de los que más
ha gastado en la historia de Estados Unidos, pese a su retórica.
El déficit estadunidense se aproxima rápidamente a la cifra
de me-dio billón de dólares.
Tal vez la única salida de Bush sea decirle a su
pueblo: Estados Unidos requiere mantenerse en Irak por cinco años
cuando menos. Y para eso necesitamos el sacrificio de los estadunidenses.
Voy a reinstaurar el reclutamiento, voy a solicitar incrementos fiscales
fuertes para pagar esta política imperial. De hecho, esto es algo
que alguien como el senador McCain haría. Incluso tal vez funcionara,
por lo menos en términos de un respaldo estadunidense a dicha política.
Pero Bush no tiene las agallas para hacerlo, y la gente en torno suyo tiene
muchos calendarios que cumplir.
Así que adiós Bush. En 10 años miraremos
atrás y estaremos de acuerdo en que ningún presidente en
la historia estadunidense hizo tanto por debilitar el poder y el prestigio
mundiales de Estados Unidos. George W. Bush tendrá el récord.
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera
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