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México D.F. Lunes 22 de septiembre de 2003

Armando Labra M.

Reformas, rumbos

Corremos el riesgo de precipitarnos en procesos de reforma sin medir las consecuencias, como sucedió con el voto por el cambio que resultó en cualquier cosa menos lo esperado. Así, pero más grave, puede suceder si nos embarcamos en reformas sin tener claro qué, para quién, cuándo, cómo y cuánto, sin pensar en lo esencial siquiera.

"El experimento denominado reforma está fracasando en América Latina." Así comienza Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, su más importante escrito hasta la fecha, que publica la revista Cepal 80 en su número de agosto de 2003 bajo en título: "El rumbo de las reformas. Hacia una nueva agenda para América Latina". Hasta ahora Stiglitz no había generado una propuesta, de ahí la importancia de su artículo, ya que ofrece caminos importantes a seguir.

Las reformas de las que aquí tanto hablamos sin conocerlas se derivan precisamente de acuerdos tomados al margen de los mexicanos que se aplican por doquier a tabla rasa: parejo para todos. Claro que los resultados no pueden sino ser disímbolos, en ocasiones dramáticos. Stiglitz señala las más importantes deficiencias de las reformas realizadas hasta ahora en América Latina: aumentaron la exposición de los países al riesgo, sin acrecentar su capacidad de enfrentarlo; las reformas macroeconómicas no han sido equilibradas e impulsaron la privatización y el fortalecimiento del sector privado, pero dieron escasa importancia al fortalecimiento del sector público.

Aquí entra una lección que debemos aprender y que él enfatiza: es necesario diseñar estrategias y políticas a la medida de cada país, porque está visto y demostrado que generalizar la medicina acaba por enfermar a los sanos y hacer agonizar a los enfermos. El hecho es que el crecimiento en toda América Latina ha menguado de los 90 para acá, precisamente porque a todos se nos ha aplicado palmariamente la misma receta económica y en 20 años las autoridades no dijeron ni pío, a pesar de la creciente desigualdad social que nos inflige. Por eso tenemos que definir nosotros las reformas que necesitamos y no aplicar mecánicamente las que nos traen de afuera, que no por ello son necesariamente desechables, pero que deben adecuarse -y eso sólo nos concierne hacerlo a nosotros mismos- a nuestras necesidades, posibilidades y realidades.

No pasarán muchas semanas sin que el tema de la reforma hacendaria se ubique en la escena nacional. Es tiempo de pensar bien de qué se trata. Por- que de lo que en efecto no se trata es sólo de modificar tal o cual impuesto. Por caer en esa confusión se descalabró la reforma fiscal hace dos años y sigue con la nariz en el suelo. Para no recaer, debe quedar claro que una reforma hacendaria es mucho más que fiscal. Que la hacienda pública abarca no sólo los impuestos y otros ingresos públicos, sino debe contemplar, con igual prelación, el gasto y la deuda públicos, dentro del marco federalista que forzosamente abarca los intereses no sólo del gobierno federal, sino de los estados y los municipios. En otras palabras, reformar la hacienda pública exige definir las potestades de la Federación, los gobiernos estatales y municipales, establecer las prioridades del gasto, sus fines sociales, económicos y políticos; después, determinar cómo se habrá de financiar ese gasto y cómo debe usarse el endeudamiento público para que sea lo más rentable posible. Reformar la hacienda pública, pues, no es sólo desgreñarse por el IVA.

Regresando con Stiglitz, vale la pena registrar sus recomendaciones, no tanto porque sean obvias o trilladas, sino porque las plantea un premio Nobel que fue el segundo a bordo del Banco Mundial. Y porque tiene la razón. Curiosamente la obviedad de sus propuestas remarca las omisiones brutales y elementales de las reformas en curso. Reformas que hay que reformar, dice el Nobel, y añade algo evidente, pero sustantivo: "La reforma debe tener objetivos claros y apuntar a metas mucho más ambiciosas que un simple aumento del PIB... Los medios no deben nunca confundirse con los fines. Muchas veces el Consenso de Washington trató a la privatización, la liberalización y la estabilización como fines en sí mismos, y no como medios de alcanzar objetivos más amplios... El énfasis puesto en la inflación refleja no sólo una visión demasiado estrecha -la estabilidad macroeconómica implica algo más que reducir la inflación-, sino también una confusión de los fines con lo medios". ƑDónde, dónde, dónde podríamos aplicar esto?

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