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México D.F. Lunes 22 de septiembre de 2003
León Bendesky
La OMC, RIP
La reunión de Cancún fue un fracaso, ya lo admiten todos. Ese puede ser el fin mismo de la Organización Mundial de Comercio (OMC). No se trata necesariamente de su fin material, pues lo más seguro es que se mantenga como entidad burocrática para evitar el desempleo de tantos funcionarios internacionales que hay, cuya baja productividad contradice todas las recomendaciones que organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario imponen a los países que todavía llaman "en desarrollo".
Así que lo que pase con la OMC en ese sentido no es relevante. Sí lo es, en cambio, el modo que adopten ahora las relaciones comerciales entre las pocas naciones ricas y las pobres, que son las más. Lo es también el sentido del fiasco de los acuerdos de Doha, que murieron en Cancún y que van a llevar a un nuevo planteamiento de las condiciones económicas que siguen siendo del interés esencial de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, a saber: las negociaciones sobre aranceles, subsidios, apertura de las inversiones de las empresas trasnacionales y las reglas para las compras del gobierno. El asunto es, pues, el nuevo acomodo del flujo de los capitales para acrecentar el espacio económico y territorial en el que se generan las ganancias de dichas empresas y de los bancos que financian sus operaciones.
Apenas se decretó el fracaso de la reunión de Cancún, se proclamaba la inminente muerte de la OMC y aún no se reunía el equipo para hacer la autopsia, y ya se anunciaba el camino a seguir. Ahora, en lugar de los esquemas multilaterales de negociación (término que hoy queda claro que debe usarse siempre entre comillas), y que se siguieron primero en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio -el GATT-, y luego en la OMC, se va a recurrir a la negociación de tipo bilateral.
Pero si los debates en conjunto acabaron tan mal por el abierto conflicto de intereses entre unos países y otros, como se expresó ostensiblemente en el caso de la agricultura, la modalidad bilateral no augura ninguna ventaja para las naciones subdesarrolladas (uso este viejo término a propósito para enfatizar las diferencias cada vez más grandes entre las sociedades del mundo). La negociación multilateral permitió, cuando menos, que países como Brasil, India, China y Argentina sumaran sus posiciones y provocaran la ruptura, pero en un trato bilateral la ventaja se acentúa para los países ricos y con más poder de presión.
Otra vez México representa en este contexto un ejemplo que no debe perderse de vista por el efecto tan adverso que está generando el capítulo agrícola del TLCAN que se negoció con Estados Unidos. Esto se debió no sólo a las diferencias de respaldo técnico entre los dos equipos negociadores, sino al aspecto político que ese proceso entraña cuando un país mantiene relaciones comerciales con todos los demás y, entonces, cada negociación individual es parte de un entorno global, mientras que para el equipo local se jugaban todos los intereses en una sola mano. Esto, por supuesto, se suma al disparate estratégico del equipo comandado por el ex presidente Salinas y sus lugartenientes Herminio Blanco y Luis Téllez, quienes reconocieron abiertamente que en el TLCAN se había sacrificado al sector agrícola mexicano.
Los economistas piensan el comercio internacional a partir de una noción referida a las ganancias que de él se derivan. Esta idea indica que la especialización productiva lleva a utilizar de modo más eficiente los recursos disponibles, tanto los de tipo material como humano, de manera que los bienes que se intercambian generan ventajas en términos de la generación de riqueza, especialmente en la relación de precios entre los distintos productos. Así, se exportan los bienes por medio de los cuales se puede recibir mayor cantidad de otros que se importan y ello provoca mayor bienestar. Esto hace que el beneficio productivo se transmita a los consumidores, que en un entorno de apertura tendrán acceso a más productos y a menor precio.
Teóricamente la cuestión de las ganancias del comercio se ha formulado de manera impecable, se aprende bien en los manuales de Economía; el caso es que el comercio internacional puede y suele conducir a una situación en que la competencia externa provoca una especialización que no genera suficiente riqueza y que concentra el crecimiento en un puñado de actividades, mientras que elimina a los productores internos, reduce la capacidad de generar empleo y crea más pobreza. Así, puede reproducir el círculo vicioso de la falta de desarrollo y de creciente dualidad entre unos pocos sectores modernos y otros atrasados, con grandes distorsiones en el patrón de crecimiento y de la distribución del ingreso.
Esto lleva de nueva cuenta al planteamiento sobre el carácter y el sentido de las políticas orientadas al crecimiento económico a escala nacional, que ocurre en un entorno de mayor internacionalización de las actividades productivas y del financiamiento. Las naciones siguen existiendo, aunque los procesos globales se fortalezcan; ése es el ámbito en el que se conducen los países más poderosos, eso es lo que acarreó la crisis de la OMC en Cancún, ése es el criterio que enmarcará el bilateralismo que ya se anuncia. La geografía no ha muerto, es el referente esencial de la estrategia del poder económico.
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