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México D.F. Lunes 22 de septiembre de 2003
José Cueli
Sólo novilleros soñadores
El organillero, soporte de recuerdos afuera de la Plaza México, es delgado hilo que sostiene una tradición. De caminar erguido, alta la cabeza, oído atento, acompaña su marcha triunfal a ritmo del paso doble con característico balanceo de atrás hacia adelante. Ese balanceo que predispone al sueño y, si éste no es posible, al ensueño; es decir, el organillero es un soñador. Si la correa que oprime su espalda no llevara el peso del organillo, colgaría de ella otro peso cualquiera con tal de no llevarlo sobre la cabeza o inclinar la columna vertebral como el esclavo aristotélico o muchos políticos.
En la misma forma los novilleros son el soporte de los recuerdos sobre el redondel de la plaza insurgentina: sostienen una tradición pese a su agónico estado. Al igual que el organillero, debutantes novilleros parten plaza y en el despeje de las cuartillas llevan caminar erguido, alta la cabeza, oídos súper atentos a los gritos del tendido y acompasada marcha triunfal en la repetición del paso doble, marcado por característico balanceo de atrás hacia adelante. Luego ese balanceo, planta erguida, alta la cabeza, desapareció al salir los novillos de La Playa, de embestir acaramelado la mayoría de ellos. Los novilleros, faltos de la técnica y el oficio, se retorcían y daban pases y pases hasta que conseguían enviarnos al país de los sueños, y de ese país a otro llamado de los ensueños. De donde se desprende que los novilleros, los toreros, son unos soñadores. Los aficionados más soñadores, identificados con los vestidos de luces, Ƒqué soñamos? Algo impreciso, inasible, impalpable, que se nos va de las manos: la vida-muerte. Un agujero negro sin final.
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