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México D.F. Lunes 29 de septiembre de 2003

Arturo Balderas

El peligro de la impopularidad

El discurso del presidente George W. Bush en la sede de Naciones Unidas fue sorprendente por varias razones, una de ellas: su curiosa concepción de la democracia. Pidió, o mejor dicho, exigió la ayuda de un organismo democrático que él mismo ignoró cuando decidió iniciar unilateralmente la guerra contra Irak, contrariando la voluntad de la mayoría de sus miembros.

El poco tacto con el que se dirigió a los jefes de los estados ahí representados no fue muy diferente al que emplea en sus arengas domésticas en contra de los que discrepan de su idea sobre el bien y el mal. La diplomacia cedió el lugar al regaño para aquéllos cuya concepción del mundo es distinta. Según él, en la Tierra habitan seres buenos y malos y estos últimos deambulan lo mismo en Irak que en Texas, en Venezuela o California, en Francia o en Florida.

El discurso, sin embargo, refleja algo más que la ya conocida visión maniquea del presidente, una duda sobre el futuro inmediato, para ser más precisos, noviembre de 2004, en que buscará relegirse. Pareciera que flota a su derredor el fantasma que arrebató a su padre la relección en 1992. Y es aquí en donde el problema se torna complicado, no únicamente para los que habitan en Estados Unidos, sino para quienes tienen una relación con ese país: todo el mundo para decirlo pronto.

El discurso se da en un momento crítico en el plano internacional y el doméstico: en Irak la situación dista mucho de estar resuelta. La presencia estadunidense en ese país es motivo de actos terroristas en los que lo mismo mueren soldados estadunidenses que ciudadanos iraquíes. De acuerdo con la prensa internacional, la población ve cada vez con mayor recelo la presencia de soldados extranjeros que por diversas circunstancias no pueden garantizar ni la paz ni la reconstrucción prometida.

La creciente duda sobre los motivos de la guerra se extiende entre la opinión pública estadunidense. Las armas de destrucción masiva, su causa principal declarada, desaparecieron como por arte de magia. Se dice, no sin alguna razón, que la vehemencia con la que se esgrimió ese argumento en el Consejo de Seguridad hacía suponer que los servicios de inteligencia conocían con exactitud el sitio en el que se encontraban. Dadas sus características, no es factible esconderlas debajo del colchón de un día para otro. Tal vez, para estar acorde con la época, fueron virtuales y sólo existieron en los juegos de guerra de las computadoras de algunos interesados en promoverla. La única explicación para que no haya un escándalo de la magnitud del inglés sobre el asunto es la suavidad con que la prensa de Estados Unidos lo ha tratado.

Al creciente malestar por la situación en Irak, se añade el provocado por el estado de la economía, cuyos signos siguen siendo negativos. De acuerdo con datos recientes del censo, los pobres aumentaron 12 por ciento entre 2002 y 2003; en la actualidad 37 millones de estadunidenses viven por debajo del nivel de pobreza. El desempleo no cede y el déficit es el más grande en la historia del país.

De no componerse la situación, este es el escenario con el que el presidente tendrá que lidiar en la campaña para su relección. A final de cuentas, ésa es la preocupación que se deriva del tono del discurso presidencial en la sede de Naciones Unidas.

No sería remoto que Karl Rove, su estratega electoral, o algún otro allegado le insinuara alguna medida descabellada como recurso para ganar la popularidad necesaria para su relección. Por ejemplo, unir nuevamente al país en la defensa de una causa noble como promover la democracia o evitar la proliferación de armas en algún lugar del planeta. Ah, y qué mejor si hay petróleo. Miel sobre hojuelas.

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