México D.F. Sábado 11 de octubre de 2003
En entrevista con La Jornada, deplora
que haya mujeres en prisión por robar queso
Sara Aldrete escribe ''para convertir las remembranzas
en historia''
Obtuvo el tercer lugar del Concurso Nacional de Cuento
José Revueltas
ANGEL VARGAS
Pasar a la historia como La Narcosatánica no
es una situación que incomode mucho a Sara Aldrete. Es algo que
asume ya con naturalidad, a raíz del mito mediático que,
considera, se tejió en torno de su persona cuando fue detenida,
en 1989, como integrante de una cofradía involucrada en uno de los
episodios policiacos más sonados del siglo XX.
Un tanto bromista, confiesa que tal sobrenombre le ha
sido útil en varios momentos en los 14 de los 50 años que
compurga de condena en el Reclusorio Oriente, en el sentido de lograr ser
respetada inclusive por ''las más tremendas" reclusas ante el temor
de que utilice sus supuestas dotes de hechicera.
La literatura, en estos años de encierro, ha sido
no sólo el gran aliado sino la principal fuerza liberadora de esta
mujer de 39 años, oriunda de Matamoros, Tamaulipas, quien en su
momento formó parte del primer círculo de allegados al cubano-estadunidense
Adolfo de Jesús Constanzo, fallecido líder del grupo que
pasó a la historia periodística como Los narcosatánicos.
En
la cárcel, Sara Aldrete, según cuenta, se acercó a
la literatura y encontró en la escritura el desfogue a su imperativa
y dolorosa necesidad de expresión.
En ocho años esta práctica le ha redituado
publicar un libro, Me dicen La Narcosatánica (Colibrí),
así como la obtención de varios galardones en el ámbito
penitenciario, siendo el más reciente el tercer lugar del décimo
Concurso Nacional de Cuento José Revueltas, por su relato El
amor mata lo que ama (del que aquí reproducimos un fragmento),
cuya premiación se efectuó ayer en el Reclusorio femenil
Oriente.
Por este relato que versa sobre amor y desamor en un entramado
en el que traición y crimen son dos de los protagonistas, la autora
se hizo acreedora a un diploma y 8 mil pesos, 5 mil otorgados por el Instituto
Nacional de Bellas Artes, uno de los convocantes del certamen, y 3 mil
más provenientes de un organismo social.
''Admito que hace un tiempo, ni en mis momentos de divagación
imaginé que algún día llegaría a escribir,
de igual forma en que jamás pensé en llegar a prisión,
y que precisamente en este lugar vendría a mí la necesidad
de expresar no sólo en palabras, sino en letras, mi sentir, mi vivir,
mi dolor", explica en entrevista con La Jornada la ahora también
asesora educativa interna del Reclusorio Oriente.
Realidad cruda y desesperante
''Escribir -prosigue Aldrete- me da pauta para expresar
mi dolor. El dolor que se guarda, que se traga, por no saber cómo
sacarlo, escupirlo o vomitarlo, por no poder hablar. Escribo para traspasar
los muros, salir del encierro sin que el guardia de la atalaya más
alta me pueda detectar; para llegar más allá de las púas
que rodean este lugar y las cuales me han mantenido atada, atrapada desde
hace muchos años; para que sepan que la palabra escrita no tiene
fronteras ni ataduras; para que sepan que existo, que aún vivo;
para convertir cada lágrima en letra y los recuerdos en historias.
''Escribo porque la palabra es alimento para el espíritu
y catarsis del cuerpo y el alma. Escribo para sentirme libre. Dar voz a
la palabra hoy es saber que viviré mañana."
-¿Cómo y por qué motivo se inició
en la escritura?
-Comencé hace poco más de cinco años,
al entrar al taller de creación literaria. Estaba muy interesada
en aprender a escribir, para poder sacar lo que sentía y guardaba.
Toparme con la lectura fue mi primer paso, pues con ella comencé
a adentrarme en mundos fascinantes, fuera de toda esta realidad tan dolorosa
y cruda, desesperante.
-¿Cuál es la premisa de su escritura?
-La cárcel impulsa mucho, casi obliga a la escritura.
Aquí todo sirve como modelo: mis compañeras, mi caso... Tomo
de la vida lo que me va dando. Aunque también parto de mis lecturas.
Me encanta Gabriel García Márquez, es mi máximo, por
su narrativa y forma de relatar, por su capacidad tan mágica de
transportar a distintos lugares. También me gusta Arturo Pérez-Reverte,
por su forma de detallar y describir.
-¿Cómo mantiene contacto con el mundo exterior
y qué le preocupa de él?
-Por la televisión, porque los periódicos
casi no llegan. Lo que más me preocupa es que a la cárcel
lleguen muchas personas que no lo merecen, sólo porque no tienen
los millones de aquellos que compran su libertad. Es inadmisible que aquí
estén presas algunas compañeras por haberse robado un queso
o 14 tamales porque te-nían hambre y carecían de trabajo.
Varios de los verdaderos delincuentes están fuera. Se habla de reformas
en el sistema penitenciario, pero no pasa nada.
-¿Hasta qué punto incomoda o impide a su
escritura el mito sobre su persona?
-No lo sé. Aún no me cae el veinte. El caso,
en su momento, fue muy fuerte y sonado, muy tendencioso, proclive al amarillismo
y al sensacionalismo. Había una línea que los medios debían
cumplir si no querían ser sujetos de sanciones. Las cosas han cambiando
y, por eso, debo reconocerlo, pude escribir mi primer libro. El mito en
torno mío va a continuar, fue demasiado. Sin embargo, no es algo
que me pese rotundamente, sólo en el sentido de que aún sigo
en prisión. Ser La Narcosatánica inclusive me ha ayudado
un poco aquí, en prisión, porque hasta las más tremendas
me respetan por temor a que las convierta en ranas o cucarachas. Obviamente
es un mito, y quizá así quede para la posterioridad, como
leyenda o cuento de lo que fue y se dijo de Sara Aldrete. Tal vez más
adelante, si mis historias siguen siendo publicadas y leídas, mi
nombre pesará más como escritora que como el mito que hay
detrás de mí.
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