México D.F. Sábado 11 de octubre de 2003
BUSH APUNTA CONTRA CUBA
Cuba
se ha convertido en el nuevo objetivo de la política imperial del
gobierno de George W. Bush: el mandatario estadunidense anunció
ayer una serie de medidas orientadas a cerrar aún más el
ilegal bloqueo que pesa desde hace ya cuatro décadas sobre la isla,
a introducir elementos de desestabilización contra el régimen
de Castro -sobre todo la ampliación del cupo de permisos de residencia
para cubanos en Estados Unidos, lo que presumiblemente podría catalizar
los éxodos hacia el país del norte- y a configurar un oscuro
proyecto de transición "post Fidel" que estaría encabezado
por el propio secretario de Estado, Colin Powell.
Es bien conocido que la obsesión contra Cuba no
es nueva en Washington, pero el actual frenesí de Bush tiene nuevas
implicaciones, tanto internas como externas, que dan a la presente amenaza
un matiz específico.
En primer término, es claro que el impulso que
Washington pretende dar al bloqueo contra Cuba está motivado mucho
más por intereses vinculados a la contienda presidencial de 2004
que a factores de geopolítica internacional. La Habana no es una
amenaza real para Estados Unidos -salvo en los delirios de Bush y su camarilla-,
pero la figura de Castro sirve a los actuales ocupantes de la Casa Blanca
como un blanco útil para paliar su desmejorada imagen política.
Como pudo constatarse en 2000, el peso de Florida -y de los grupos cubanos
anticastristas que allí residen- resulta crucial para conquistar
la Casa Blanca y, en la balanza política de Bush, el hostigamiento
contra Cuba y Castro podría significar dividendos electorales.
Por otro lado, a raíz del patente fracaso de la
estrategia de Washington ante Irak y de la consecuente erosión de
la imagen del presidente estadunidense, Cuba representa una víctima
propiciatoria para remendar a Bush de cara a sus conciudadanos. Por ello
resulta lógico que Washington enfoque sus baterías contra
Castro y pretenda convertirlo en el nuevo factor "maligno" de su lógica
maniquea, imponiéndole el papel que en su momento tuvieron Osama
Bin Laden, los talibanes y Saddam Hussein.
Pero más allá de las conveniencias domésticas
estadunidenses en la presente embestida contra Cuba, es previsible que
Bush pretenda recabar apoyos de la comunidad internacional para avalar
sus ominosas intenciones, tal como lo intentó en el marco del Consejo
de Seguridad para uncir a la ONU a su aventura imperialista en Irak. Por
ello México debe mantenerse especialmente activo y alerta y anteponer
sus principios históricos en materia de relaciones internacionales
a fin de resistir y equilibrar, en lo posible, la eventual presión
estadunidense.
En este sentido, resultan relevantes las posiciones ayer
expresadas en el Senado de la República en aras de clarificar la
posición mexicana sobre este asunto. Como señalaron senadores
del PRI y del PRD, México no puede permanecer impasible ante el
recrudecimiento de las presiones estadunidenses contra Cuba, pues en ello
están en juego no sólo el destino de los cubanos sino la
propia soberanía nacional y la vigencia de los valores pacifistas
y de respeto al derecho internacional que han caracterizado y dignificado
a México a lo largo de su historia. En cambio es lamentable que
fuentes de la cancillería consultadas por este diario anuncien que
el gobierno de México se abstendrá de expresar su postura
en torno a esta nueva escalada estadunidense, con el argumento insostenible
de que se trata de un asunto entre dos países.
Por el contrario: el apoyo y la solidaridad de México
hacia Cuba constituyen componentes cruciales de nuestra identidad latinoamericanista
y una obligación en la defensa de los postulados de no intervención
y libre determinación de los pueblos que son parte consustancial
de la política nacional y de su rostro hacia el exterior. México
no debe transigir en este aspecto y el gobierno de Vicente Fox debe honrar
la tradición diplomática mexicana, mostrar una actitud vigorosa
y firme en defensa de la soberanía cubana y denunciar, en la tónica
de los principios rectores del derecho internacional, las pretensiones
injerencistas del actual gobierno estadunidense.
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