México D.F. Lunes 13 de octubre de 2003
Jorge Carrillo Olea
De los riesgos de la seguridad hemisférica
Hablar de seguridad en el continente americano siempre despierta alerta. Los estados latinoamericanos y caribeños no suelen invocarla. Cuando se le menciona, se intuye que se alude a algún interés estadunidense. Consecuentemente esa alerta lleva a una reflexión, por lo menos en los últimos 50 años: y ahora, Ƒcontra quién vamos?
Dos ejemplos paradigmáticos serían: la reunión extraordinaria de la asamblea general de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada en Punta del Este, Uruguay, en 1962, por iniciativa de Estados Unidos para excluir a Cuba del sistema interamericano.
El otro caso, violatorio absoluto del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, artículo 3, fue el apoyo de Estados Unidos a Gran Bretaña cuando este último atacaba Argentina en la guerra de las Malvinas. La dictadura pinochetista de Chile también apoyó a Gran Bretaña contra su vecina.
Así, no es paranoico este sentido de alerta que despierta cualquier convocatoria a revisar el concepto de seguridad hemisférica, continental o regional, que semánticamente da lo mismo.
Es con estos antecedentes que más de 30 países se reunirán en Morelia para celebrar una Conferencia Especial de Seguridad, de la cual debieran derivarse beneficios potenciales para todos los asistentes. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado que los interesados están divididos en dos bandos con intereses y motivaciones casi fatalmente irreconciliables.
Hay una perspectiva estadunidense, que sigue pugnando por una visión militar del tema, y la visión de los países latinoamericanos y caribeños, crecientemente realista sobre sus problemas sociales y económicos, aunque no termina de abandonar su vocación militarista. Esta se les insufló durante 60 años mediante distintas formas, y para ello colaboraron la Junta Interamericana de Defensa y el Colegio Interamericano de Defensa, ambos instrumentos de la OEA, y otros que no forman parte del sistema interamericano, pero que fueron igualmente eficaces, como la Escuela de las Américas, entonces en Panamá y ahora en Fort Bragg; créditos blandos para adquirir armamentos y ataduras económicas a la política exterior estadunidense. México, con grandes esfuerzos de política exterior, logró mantenerse prudentemente al margen de tales corrientes de influencia.
La aproximación estadunidense a la conferencia especial podría contener su reiterada propuesta de crear una fuerza militar interamericana, conducida por un mando conjunto a su cargo. Reforzará esta idea con una interpretación de su Leviatán, el terrorismo, ahora en su expresión latinoamericana y caribeña diseñada por el Counterterrorist Center (CTC) de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la que será útil analizar de inmediato.
Estados Unidos se ha caracterizado por rechazar una reformulación de su agenda para enfrentar el tema de las drogas adicionándola con programas de carácter social y por rechazar cualquier compromiso para controlar la venta y exportación de armas de fabricación estadunidense y cohibir el contrabando que, procedente de Asia a través de su costa oeste, tiene como destino los países del sur.
Tampoco ha sido simpatizante de atender las nuevas amenazas que hoy operan en las realidades de nuestros países, pero que más pronto que tarde repercutirán en ese país. Enunciadas en breve son: ambiente, pobreza extrema, pandemias, corrupción, tráfico de personas, crimen organizado. Algunos de estos compromisos ya están considerados en la Carta de la OEA, capítulo I, artículo 2.
Todos los propósitos vagamente descritos del interés estadunidense tendrían como brazo ejecutor a esa fuerza militar multinacional comandada por ellos. ƑPuede alguien imaginar una fórmula distinta de organización?
Lo sensato sería replantear las misiones orgánicas de las fuerzas armadas del subcontinente para adecuarlas a los nuevos retos, tan distantes del quehacer militar tradicional, con el que se encuentran históricamente identificadas. Las nuevas tesis sobre las amenazas, según Fadik Kahhat, experto peruano, serían: 1. No son necesariamente externas; 2. No son necesariamente militares; 3. Amenazan la supervivencia del Estado sin amenazar su integridad territorial, y 4. Los medios militares tradicionales no son necesariamente lo más eficaz para contrarrestarlas. La resistencia al cambio en este sentido es lógicamente muy firme.
Desde la perspectiva histórica de México y su política exterior tradicional tal pretensión es una concepción descaminada, pero no hay que desestimar riesgos: ya al inicio del presente gobierno federal la Secretaría de Relaciones Exteriores se refirió a la posible participación de México en una fuerza multinacional de Naciones Unidas, los llamados cascos azules. Tampoco hay que desestimar que por una vocación militarista residual o por una nueva sugerencia estadunidense, algunos estados pudieran favorecer esa idea. Ya alguna vez, no lejana, un gran país del Cono Sur se pronunció insistentemente en tal sentido.
Con pobres expectativas de lograr algo útil al interés nacional, éstos son algunos riesgos de aproximarse nuevamente a la tarea de analizar, definir y comprometer el concepto de seguridad que estamos comentando. La actitud de México en las delicadas resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas nos hace albergar una tranquilizadora confianza. ƑHabrá finalmente encontrado este gobierno que mucha de la seguridad exterior de México se basa en su gallarda actitud histórica?
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