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México D.F. Lunes 13 de octubre de 2003
BOLIVIA: REPRESION DESESPERADA
Agotada
ya su capacidad política para enfrentar la marejada de descontento
social y económico que sacude a Bolivia, el gobierno del todavía
presidente Gonzalo Sánchez de Lozada ha echado mano de la represión
simple para tratar de contener a quienes en las ciudades, las minas y los
campos piden su remoción. Ayer, en la localidad de El Alto, contigua
a La Paz y sede del aeropuerto capitalino, soldados apoyados por unidades
blindadas dispararon armas de guerra contra manifestantes civiles, con
un saldo de 26 muertos y 90 heridos, según reportes independientes.
Con ese acto de barbarie represiva, se elevan a 37 las
bajas fatales y a cerca de 150 los lesionados en el contexto del más
reciente movimiento de protesta por la ineptitud y la corrupción
gubernamentales, así como por la pretensión oficial de permitir
que una empresa trasnacional extraiga el gas natural del subsuelo del altiplano
boliviano, lo envíe entubado hasta un puerto chileno, y lo haga
llegar a Ensenada, Baja California, con la finalidad de generar energía
para el mercado de California.
La represión criminal ordenada por Sánchez
de Lozada contra campesinos inermes es, pues, la expresión última
de un régimen descompuesto y desesperado por las consecuencias de
su propia incapacidad para concertar los intereses nacionales y de su política
de entrega de los recursos naturales a los intereses de consorcios extranjeros.
Habiendo perdido la legitimidad y la autoridad política que le quedaba,
el actual presidente boliviano echa mano de la fuerza bruta y acusa de
sediciosos y golpistas a sus detractores, por más que haya sido
el propio Ejecutivo el que se encargó de sembrar, con sus acciones
impopulares y entreguistas, el descontento.
Pero no debe perderse de vista que las masacres de manifestantes,
como la perpetrada ayer en El Alto, son también las formas de última
instancia que adoptan los intereses de la globalización económica
en curso para quitar del camino a los sectores sociales que se oponen a
su expansión y profundización. Los impulsores mexicanos de
la privatización eléctrica y energética en general,
que no se cansan de invocar la integración del país a los
mercados mundiales, debieran reflexionar con atención sobre los
más recientes acontecimientos bolivianos y ver en ellos una prefiguración
de lo que podría ocurrir en México si persisten en su empeño.
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