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México D.F. Lunes 13 de octubre de 2003

José Cueli

Esos victorinos

En la Plaza de la Misericordia de Zaragoza, durante las tradicionales fiestas en honor de la Virgen del Pilar, retornaba el espíritu torero de los tiempos pasados que parecía estar aprisionado en los pitones de los toros de Victorino Martín, los victorinos. La corrida dejó de ser divertida, y con la presencia de los toros creados en Cáceres reaparecía la emoción en el ruedo. Los bureles, que de salida imponían respeto, hacían surgir contornos fantasmales en el coso aragonés, que recordaban los toros pintados por Francisco de Goya, evocadoras escenas y cuadros llenos de torería. Toros con genio -bravos o mansos- que en los pitones traían muerte y están casi desaparecidos. La fantasía los ha ido envolviendo en hechizos ropajes de decires y fantasía.

Los victorinos aparecían a galope, fuertes, musculosos, y a los toreros se les escapaban los capotes, incapaces de sujetar a los "barbas" de Victorino, representantes de las fuerzas brutas irracionales de la naturaleza, mientras un sonar de guitarras prendía la emoción en el coso. Los toreros, atentos a percibir las palpitaciones de los victorinos, que cada uno tomaron tres y hasta cuatro puyazos y aun con estocadas en los lomos morían sin abrir la boca. Los toreros estuvieron sin poderles parar las patas a los bureles, que se comían las muletas y buscaban herir. Lesionaron a Fernando Robleño, que se fue a la enfermería después de que el tercer toro lo hizo jugar el tío vivo entre los pitones.

Ante el magno hechizo de los victorinos, que traspasaban la pantalla que recogía las imágenes enviadas por TVE, el ser aficionado parecía despojarse de los lazos que lo atan al toreo moderno, con astados toreables a derechacitos, šqué aburrición! Y una vez despegado de esos lazos, se ajustaba al pasado, que es presente, y le retornaba el espíritu del toreo.

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