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México D.F. Martes 14 de octubre de 2003
IRAK: LA INVASION SUICIDA
Nada
ilustra mejor, ni de forma tan trágica, la miseria moral y política
de la invasión y arrasamiento de Irak que el incremento de la tasa
de suicidios entre los ocupantes estadunidenses: 14 casos confirmados y
otros 12 posibles, ocurridos en su mayor parte después de que George
W. Bush declarara -a comienzos de mayo pasado- el "fin de las operaciones
militares".
Expertos consultados por USA Today, periódico
que dio a conocer la información referida, atribuyen tales suicidios
a "cuadros de depresión (que) pueden empeorar bruscamente por las
duras y peligrosas condiciones de vida y la incertidumbre sobre la vuelta
a casa". Pero tal vez la gestación de inopinadas tendencias autodestructivas
entre la tropa invasora sea también reflejo de las graves incongruencias
en que viven los soldados ocupantes: por una parte, están peleando
en una guerra que, según su comandante supremo, ya terminó;
por otra, fueron persuadidos de marchar a Irak para liberar a ese país
de la opresión y ahora, en pleno teatro de operaciones, se ven obligados
a darse cuenta de que son ellos los opresores, masacradores de civiles
y asesinos materiales de un pueblo que ha resultado, contra todo pronóstico,
mucho menos sumiso ante la agresión extranjera que ante la tiranía
extinta de Saddam Hussein.
Los hechos mismos, además de las exigencias lúcidas
de potencias como Rusia, Francia, China y Alemania, y del secretario general
de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, para que
se restituya a la brevedad la soberanía de Irak, han llevado a los
invasores ingleses y estadunidenses a intentar una nueva maniobra ante
el Consejo de Seguridad de la ONU: declarar que el "consejo de gobierno"
establecido en los cuarteles de los ocupantes encarnará, en breve,
y durante un incierto "periodo de transición, la soberanía
del estado de Irak", en tanto se realizan elecciones en el destruido país,
de las que surja un régimen representativo. La maniobra, intentada
ayer por el canciller británico Jack Straw, es un verdadero insulto
a la inteligencia porque el tal "consejo de gobierno", al que se pretende
hacer depositario de la soberanía, es apenas una mascota de los
infantes de marina y las ratas del desierto, un títere de la ocupación
criminal que se abate sobre los iraquíes. No es de extrañar,
por ello, que la legítima resistencia nacional contra los agresores
extranjeros -que tiene muy poco que ver con lo que quede del régimen
de Saddam Hussein, y que se expresa en forma de atentados terroristas porque
no se le ha dejado otro camino- incluya a las autoridades colaboracionistas
y peleles.
La prisa de los agresores por lograr una forma de legitimación
y legalización al estado actual de su barbarie no es en todo caso
consecuencia de incomodidades éticas como las que han podido incidir
en los suicidios ocurridos en las filas estadunidenses; como ha quedado
de manifiesto en el último año, los principios morales no
son un referente de conducta significativo para Bush y para Tony Blair.
Ocurre, simplemente, que al angostamiento de los márgenes políticos
para la ocupación de Irak se añaden los costos económicos,
cada vez más altos, de una aventura que fue pensada como negocio
rápido para saquear un país soberano y eliminar, de paso,
a un antiguo aliado insumiso e incómodo.
Por eso los gobernantes inglés y estadunidense
se empeñan, ahora, y sin ningún pudor por cierto, en pedir
cooperación financiera a sus aliados para remediar en algo el desastre
creado en Irak por Washington y Londres. La soberbia y la histeria iniciales
de Bush y Blair empiezan a convertirse, a la luz de sus quebrantos políticos
internos y de los escasos beneficios económicos de su guerra, en
una perceptible crispación y en una angustiada búsqueda de
salidas a la crisis de Irak, país que ahora parece más pantanoso
que desértico. En el futuro próximo habrá de verse
si la alevosa agresión militar ideada y perpetrada por ambos gobernantes
no era, a fin de cuentas, una acción suicida.
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