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México D.F. Sábado 18 de octubre de 2003

Sentimientos encontrados en Bolivia; la celebración se mezcla con el duelo

La huida de Goni, ''triunfo de los pobres", sentencian en los barrios populares

"Es una victoria parcial; se nos ha escapado este gringo criminal'', resume un minero

Si el próximo presidente no se pone a las órdenes del pueblo también lo echamos, advierten

LUIS A. GOMEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA

La Paz, 17 de octubre. Dicen los vecinos de Santiago II, uno de los barrios al sur de El Alto que más muertos ha tenido, que ayer esperaban el último pututu para ''bajar por el gringo''. El pututu, un cuerno de res que cumple la función de alerta y llamado de guerra entre los indígenas en esta zona, sonó esta mañana. Las últimas dos noches de su régimen, Gonzalo Goni Sánchez de Lozada apostó por el cansancio, el desgaste de una movilización popular nacional que terminó por echarlo del gobierno... y de Bolivia. Pero el miércoles en la noche, mientras el ex presidente decía que estaba dispuesto ''a negociar todo, menos su renuncia'', las juntas de vecinos alteños comenzaron a comunicarse entre sí y con las comunidades rurales aymaras mediante un sistema de fogatas: ya no había marcha atrás.

Esta mañana, cuando analistas y políticos ponderaban la inmensa marcha del día de ayer (la mayor manifestación que había visto Bolivia en su etapa democrática), los vecinos de Santiago II se unieron con los de Rosas Pampa, La Portada y Río Seco. Luego de enterrar a sus más de 50 muertos, El Alto volvió a derramarse por las calles que comunican a La Paz. Diez mil campesinos llegaron a mediodía de la zona cocalera de Yungas. Y en la sede de gobierno, vecinos de todas las clases sociales salieron a las calles a marchar, a sumarse a los 36 piquetes de huelgas de hambre que se habían instalado de forma continua en las últimas 24 horas.

Así, a mediodía, por la Plaza de San Francisco circulaban diversos contingentes hasta reunir más de 300 mil personas. En la multitud, don Alberto, el dirigente vecinal de Santiago II, no quiso hablar mucho; todos estaban pendientes de los oradores instalados en el primer piso del edificio sede de la Federación de Trabajadores Fabriles de La Paz. La noticia de que Sánchez de Lozada perdía el apoyo de sus socios en la coalición de gobierno hacía más fuerte el pedido de renuncia. ''No puedo hablar... Venimos aquí por el gringo, que se vaya ese asesino''.

Unos minutos más tarde, la Radio Erbol dio una primicia: Sánchez de Lozada tendría lista su carta de renuncia y estaría negociando las mejores condiciones posibles para dejar el poder. En este país de indígenas, de pobres, las estaciones de radio son el medio más común de informarse. Por eso, todo el país lo supo. ''Ahora tenemos que enjuiciar a ese asesino'', dijo don Alberto a los vecinos que tenía más cerca. ''Este es un fin aurita, señor periodista, pero no hemos terminado".

A las dos de la tarde, uno de los prinicipales dirigentes populares, Roberto de la Cruz (de la Central Obrera Regional de El Alto), bajó encabezando una marcha. Justo en el mirador que desde la carretera da hacia La Paz, se enteró de la noticia y en su rostro ajado por la sequedad del clima se dibujó una sonrisa: "sólo falta un pelo de gringo para derrotar al neoliberalismo... Es el triunfo de los pobres, de los obreros y de los campesinos".

"¿Ya se cayó?"

Al mismo tiempo, los manifestantes en la plaza de San Francisco comenzaron a desplazarse hacia la Plaza Murillo, buscando el palacio de gobierno. Con Jaime Solares a la cabeza, el líder de la Central Obrera Boliviana, un grueso contingente subió las tres cuadras que los separaban del centro. En la esquina de la calle Colón y Ballivián, junto a una vieja iglesia del siglo XVIII, los policías y militares apostados no se aprestaron a rechazarlos, por el contrario: cuando la descubierta estuvo a 20 metros, cedieron en silencio el paso y varios de ellos comenzaron a saludar a la gente con los pulgares en alto.

Poco a poco, la duda se iba despejando. En una comunicación vía telefónica con diversos medios, el diputado y dirigente cocalero Evo Morales dijo: "si es cierto, es el momento de que nos preparemos para refundar el país. Tendrá que darse la sucesión constitucional y Carlos Mesa será presidente. Pero quiero pedir a los vecinos de El Alto que vigilen el aeropuerto internacional; estén atentos. No podemos permitir que se vaya ese masacrador''.

Mucha gente comenzó a celebrar. Las consignas fueron cambiadas. Por la avenida Mariscal Santa Cruz, una veintena de universitarios se acercó a la multitud tocando tambores y portando una manta que decía: ''no hay impunidad eterna, asesino''. Pero su tonada no era de guerra. Venían entonando una tradicional saya, ritmo afroboliviano: Negrito consentido. Dos policías antimotines los miraban indolentes, recargados en una jardinera del camellón y escuchando la radio. "¿Ya se cayó?", pregunto uno. "No todavía", le contestó su compañero acercando más la oreja al aparato.

Entre la multitud comenzó a escucharse el himno nacional de Bolivia, cuyo último verso reza: ''Morir antes que esclavos vivir''. Y muchas personas comenzaron a abrazarse y darse las manos. Las banderas de Bolivia y las wiphalas se levantaron, encrespadas casi todas con bolsas de plástico negro, a un mismo grito: "¡sí se pudo, carajo!".

"Nos felicito"

Con casi 90 muertos en un mes (78 en apenas tres días), más de 400 heridos y más de mil personas en huelga de hambre, esta guerra del gas convocó como pocas veces la ira de este país. O como dijo a gritos un marchista del barrio de Villa Adela, en El Alto, a primera hora del día: "hay una sola Bolivia que está unida exigiendo su renuncia, señor presidente". Porque lo que comenzó como una defensa de un recurso natural terminó, al menos por ahora, con un solo reclamo. ''El luto unifica a la gente aymara. No han tolerado tal matanza. Eso fue lo que provocó el estallido final'', comentó Alvaro García Linera, analista político ligado a los movimientos sociales. ''A Goni no le quedaba otra salida... A menos que hubiera optado por el autogolpe y la represión selectiva".

A las cuatro, la tarde era clara y muchos contingentes comenzaron a dispersarse. Sánchez de Lozada abandonó la casa presidencial. Y la gente a la que acusó de narcotraficantes, de anarcosindicalistas, comenzó a relajarse. Los cooperativistas mineros llegados de Huanuni, en el departamento de Oruro, organizaron su contingente y marcharon por algunas cuadras haciendo vibrar las calles con cartuchos de dinamita. Don Miguel, un dirigente minero, sonrió antes de irse: "es una victoria parcial. Se nos ha escapado este gringo criminal... Los mineros veníamos por su cabeza". Y comenzó a caminar junto a sus compañeros los primeros metros de los 900 kilómetros que lo separaban de su comunidad.

La tensión de las últimas 48 horas decayó. En el mitin central de la Plaza de San Francisco, un último orador llamó a la gente a no olvidar que la sucesión encarnada por el vicepresidente Carlos Mesa no era el final de su lucha y cerró su participación vivando a los cooperativistas mineros, que en ese momento ya subían hacia El Alto. Solamente quedaron en las calles algunos cientos de jóvenes, alteños en su mayoría, celebrando y, más adelante, organizando otro contigente para ir hasta el edificio del Congreso Nacional, ocasionando algunos incidentes que no pasaron a mayores.

A partir de ese momento, Bolivia quedó en vilo hasta la noche, esperando la sesión del Congreso para conocer el texto de la renuncia de Sánchez de Lozada y la asunción de Carlos Mesa. En las calles de La Paz se comenzaron a ver los primeros automóviles circulando, los niños, como en domingo, comenzaron a salir con sus pelotas y sus bicicletas. Y aunque la espera no permitía conservar la calma, los enfrentamientos y las marchas fueron menguando. Solamente quedaron activas las huelgas de hambre, que acordaron no dejar sus piquetes hasta que no fuera oficial la renuncia.

En vigilia, los bolivianos que estaban en la plaza de San Francisco comenzaron a prender velas y un altavoz amplificó la señal de una radio. A las ocho de la noche comenzaron nuevamente a aparecer los contingentes de vecinos alteños y un enorme grupo de mineros llegó desde la localidad de Patacamaya, donde por dos días enfrentaron al ejército en su afán de llegar hasta La Paz.

Una señora lloraba sin ruido sentada en la banqueta. Dijo que era de Potosí, pero que vive hace años en Villa Primero de Mayo, en El Alto. Cuando miró a los mineros ser recibidos con aplausos, se levantó para recibirlos, secando el llanto con la orilla de su pollera (esas faldas amplias y coloridas que distinguen a aymaras y quechuas en Bolivia). Fatigada, atinó apenas a decir: "Yo nos felicito porque nos hemos sabido defender... no saben lo que hemos vivido los alteños estos días. Doy gracias a la Pachamama también...", y se perdió llorando.

Y cuando pocos minutos antes de las 10 de la noche la votación del Congreso dio como aceptada la renuncia de Goni, comenzaron a estallar la dinamita y los cláxones. Hubo celebraciones en las plazas, en las avenidas. ''Gracias a los bolivianos, gracias a Dios. Hoy hemos demostrado que se puede derrotar a este modelo, se puede derrotar a Estados Unidos'', dijo Roberto de la Cruz, que había vuelto a subir a El Alto para esperar los últimos sucesos del viernes. ''Aún no hay confianza. El Alto mantiene las medidas... El próximo presidente tiene que ponerse a las órdenes del pueblo, si no lo vamos a sacar... Increíble, pero creánnos... tantos muertos... Gracias a la unidad del pueblo boliviano hemos dado un sopapo al imperialismo", y ya no pudo continuar, porque lloraba.

A la hora que se escriben estas líneas, el júbilo ha estallado. Este pueblo de parcas maneras se vuelca a las calles de la ciudad indígena de América, y vuelve a caminar hacia La Paz al son alegre de la dinamita. Los dirigentes de Santiago II llaman otra vez a los vecinos. Don Alberto acepta contestar una última pregunta desde un celular que le presta su nieto: "Estamos alegres, pero nos duele el corazón... Tantos muertos no serán olvidados, pero ahora vamos celebrar con nuestros hermanos abajo".

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