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México D.F. Lunes 20 de octubre de 2003
José Cueli
Entusiasmo, Hilda
Ritmo y gracia ligera la de esta niña Hilda Tenorio, en cosas de hombres: matar toros bravos. La torera inspiró, en el caminar por esos pueblos hasta llegar a la Plaza México, una canción en cada lance. Marchó por las carreteras, bebió en las fondas y descansó en hoteluchos. Luego regresaba a morder el polvo pedregoso de las placitas pueblerinas.
La mujer torera se sabe bella, sabe que su hermosura es mexicanísima. Su rostro así lo revela. Hilda ha sentido alabanzas a la airosa curvería de su cuerpo, a la gracia del suave pisar muy relajado y el garbo del talle, la doble escultura de caderas y piernas, la pequeñez graciosa de los pies traviesos. La torera vivió ayer en la México el sueño de torear en novillada postinera y bañar a sus compañeros.
Hilda Tenorio, triunfadora de la poco afortunada temporada de novilladas, es heredera de la música mexicana, de la que aprendió la rapsodia torera, interpretada femenilmente con la simpatía propia de las mujeres guapas. Aprovechó a la maravilla la perdida casta de los toros, y ante los novillos relajó el cuerpo y transmitió la danza torera desmadejada, en moderno ballet que entusiasmó a los aficionados, en especial con las banderillas.
Pese a lo verde, Hilda Tenorio llegó al coso de Insurgentes a alegrar la vieja plaza que se caía a pedazos de aburrimiento. Toda emoción y sentimiento había en la sonrisa, gracia juvenil; mas en su toreo, dolor y llanto, sol y polvo de los caminos y miedo al enfrentar a los novillos garpeños y atemperarles sus embestidas, para componerles canciones impregnadas de voluptuosidad, languidez y cadencioso golpe del girar de las muñecas, al torear a la verónica y mecer en arrullos a su primer novillo y rematar con media en el centro del redondel.
Por su parte, Jesús Luján demostró sus ganas de ser y se llevó una cornada.
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