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México D.F. Miércoles 22 de octubre de 2003
IFE: LABOR CUMPLIDA
Los
consejeros electorales que integran el Instituto Federal Electoral (IFE)
celebraron ayer su última sesión. El último día
de ese mes dejarán el cargo, y el primero de noviembre deberá
entrar en funciones el nuevo Consejo General del organismo. Es una circunstancia
propicia para ensayar un breve recuento del primer tramo de vida de esta
institución republicana, que empezó a funcionar, en su modalidad
de plena autonomía del Ejecutivo federal, hace siete años,
en 1996, no a consecuencia de una graciosa concesión del poder,
sino como resultado de innumerables gestas cívicas e insistentes
reclamos ciudadanos por un órgano electoral imparcial y creíble.
Es oportuno recordar que el IFE fue establecido en 1989,
en acatamiento del Código Federal de Instituciones y Procedimientos
Electorales (Cofipe) promulgado ese año, en un intento del régimen
por superar el severo desgaste político que le ocasionó la
polémica elección presidencial del año anterior, en
la que todo el aparato de Estado se volcó para imponer, por los
medios que fuera, a Carlos Salinas como presidente de la República.
Sin embargo, ese IFE original, si bien enriquecido con consejeros magistrados
seleccionados por la Cámara de Diputados a propuesta del titular
del Ejecutivo, seguía manteniendo una fuerte dependencia de este
último. Sucesivas reformas fueron ampliando las atribuciones y el
margen de independencia de la institución hasta que, en 1996, la
Presidencia de la República perdió toda injerencia en el
IFE.
Significativamente, a partir de entonces los conflictos
pre y poselectorales pudieron ser dirimidos, en casi todos los casos, por
vías institucionales, ya fuera en el seno del propio IFE, en sus
similares estatales o en los tribunales electorales. La primera prueba
de fuego de la institución en su actual configuración fue
la elección de 1997, en la que el PRI perdió el control de
la Cámara de Diputados y la jefatura de Gobierno de la ciudad de
México.
Sin duda, el gran hito del actual Consejo General del
IFE ocurrió el 2 de julio de 2000, cuando el candidato opositor
Vicente Fox ganó la Presidencia de la República. Esa consumación
de la alternancia marcó el inicio de una nueva era en la vida política
del país, en la cual las formalidades democráticas se habían
convertido en prácticas respetadas y creíbles. Ciertamente,
la protagonista principal de esa transformación invaluable es la
sociedad misma, como reconoció ayer el consejero presidente del
IFE, José Woldenberg, pero debe valorarse también la capacidad
del instituto para mantenerse, en términos generales, y no sin la
comisión de errores de diversa índole y dimensión,
en sintonía con esa misma sociedad y con las demandas ciudadanas
de equidad, legalidad y transparencia en los procesos electorales.
La más importante enseñanza de estos primeros
siete años del IFE como autoridad comicial autónoma es, precisamente,
que la tradicional contraposición entre autoridades y ciudadanía
-contraposición derivada del vetusto y antidemocrático régimen
priísta- puede superarse y convertirse en una relación fluida
y armónica.
Sin duda la tarea dista mucho de estar concluida, y el
próximo Consejo General del IFE tendrá ante sí considerables
desafíos. Algunos de los más importantes serán, por
una parte, superar el paradigma formalista de democracia representativa,
y orientarse hacia concepciones democráticas más equitativas
en lo social y más participativas en lo político, y por la
otra, proponer mecanismos electorales menos onerosos y subsidios públicos
más modestos para los partidos políticos.
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