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México D.F. Sábado 3 de enero de 2004
Carlos Fazio
20 y 10: resistencia y autonomía zapatista
El 1Ɔ de enero se celebran 10 años de la insurrección campesino indígena en el sureste mexicano y de la lucha pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. El 17 de noviembre pasado el EZLN cumplió 20 años de existencia. Ambos hechos engloban un periodo que ha transcurrido entre el fuego y la palabra. Entre los preparativos y las acciones militares de la guerra, y encuentros, diálogos y comunicados, donde está presente la palabra o el silencio -la ausencia de palabra que es "el decir callando" zapatista-, todo eso articulado por el proceso de organización y desarrollo político, social y cultural de los pueblos indígenas, sintetizado hoy en la autonomía de hecho de los caracoles y las juntas de buen gobierno.
Ni los indígenas ni el EZLN ni México son los mismos desde entonces. Tampoco el mundo. En el lapso transcurrido desde el alzamiento armado de 1994 el EZLN ha cambiado la lógica, perspectiva y plazos de su lucha. Hace 10 años hicieron "política con tiros" para hacerse oír. La desesperada rebelión abrió las puertas del diálogo y la negociación. Pero hoy el conflicto armado sigue vigente; permanece el cerco contrainsurgente del Ejército federal, los cuerpos policiales y los grupos paramilitares, que hostiga y aprisiona a las bases civiles zapatistas. También permanece la pobreza. Sin embargo, la estrategia del EZLN no es ya insurreccional. Hoy el arma principal de los zapatistas es la palabra. Las palabras y los hechos. Las juntas de buen gobierno no son palabras abstractas, son una alternativa concreta. Como ha dicho el subcomandante Marcos: son "un referente político-práctico, civil y pacífico alternativo".
La etapa marca un cambio en la forma de organización: de lo militar a lo civil. Quedó atrás el referente de una organización guerrillera. Aunque el EZLN siga siendo un ejército rebelde y conserve sus armas. En estos 10 años, la organización político-militar sustentada por una amplia base social se transformó en un movimiento político-social, que controla territorio y ejerce autoridad sobre ellos, resguardada por un cuerpo armado. Sus dirigentes afirman que el EZLN es un ejército para defender, no para la toma del poder. Arguyen que el "delirio zapatista" es no ver el poder como dominación, sino como servicio. Lo que no quiere decir que la comandancia del EZLN no impulse la construcción de un poder popular -o un doble poder- que combina con habilidad elementos sistémicos y antisistémicos, según la coyuntura. La estrategia zapatista pasa hoy por acumular fuerzas y tejer alianzas para reconstruir la sociedad desde abajo; a partir de sus bases indígenas civiles, con sus propios métodos y estilos de trabajo, fortaleciendo redes de resistencia, de autogestión socioeconómica y autonomía.
A una década del estallido insurreccional -y de una larga tregua armada salpicada de acciones bélicas y hechos violentos como la matanza de Acteal-, asistimos a un conflicto de nuevo tipo, con una lógica distinta a la del periodo 1994-1998. Chiapas y el EZLN han dejado de ser el epicentro de la política nacional. La salida política negociada, que sumó cuatro diálogos entre el EZLN y el gobierno en 1995 y 1996, ha sido abandonada por "el gobierno del cambio". La estrategia de Vicente Fox ha sido soslayar el problema y mantener una política de contención contrainsurgente. Se cerró la lógica de la negociación; no hay condiciones para el diálogo. La salida de monseñor Samuel Ruiz de la diócesis de San Cristóbal debilitó a la Iglesia de la Liberación, menguó la solidaridad con el zapatismo y alejó la lógica del diálogo. La disputa no está ahora en la mesa de negociación. No se ubica en el terreno de la legalidad; la legalidad no tiene sustento si carece de legitimidad. Hoy el EZLN disputa legitimidad por la vía de los hechos.
La irrupción zapatista del 94 se dio en un contexto de derrotas de la izquierda a escala mundial; a contrasentido de "la historia" (F. Fukuyama, J. Castañeda). La dictadura del pensamiento único neoliberal estaba en su apogeo bajo la hegemonía imperial de Estados Unidos. En México, la contrarreforma agraria del Banco Mundial y Carlos Salinas (modificación al artículo 27 constitucional), puso fin al proceso de redistribución de la tierra y liquidó el sistema ejidal. La eliminación del concepto de "propiedad social" dejó a los pequeños campesinos a merced de las "fuerzas del mercado", aboliendo la principal herencia de la revolución mexicana: la tierra es para quien la trabaje. Frente a la reconquista de la tierra por los "modernos conquistadores" surgió la insurrección de las comunidades campesinas indígenas de Chiapas; el problema del "Ya basta!" y las armas zapatistas vinieron a sumarse a otras formas de resistencia y movilizaciones por la tierra en Ecuador, Paraguay, Brasil, Bolivia, hitos todos de una nueva etapa de acumulación de fuerza de un movimiento social anticapitalista y antimperialista de nuevo tipo.
En México, el Partido Revolucionario Institucional, que gobernó el país de manera autoritaria durante 70 años, fue derrotado en las urnas en los comicios de 2000. Sin duda, el levantamiento zapatista contribuyó a su caída; a la apertura democrática. Pero el gobierno de Fox no fue capaz de recorrer el camino de la transición a la democracia, acentuó el modelo económico excluyente y la crisis estructural del país se ha agudizado. La erosión del viejo corporativismo de Estado ha dejado muchos vacíos de poder y exhibe una Presidencia débil. La política y los políticos han fracasado. En el balance de estos 10 años, vemos que el Tratado de Libre Comercio destrozó la cadena productiva del agro y "el campo no aguanta más". Política, social y económicamente la crisis es más profunda hoy que en 1994. México está polarizado. La violencia se ha diversificado y abarca todo el país.
En ese contexto, a Fox le ha faltado voluntad y sensibilidad política para atender el conflicto armado y el tema indígena. O más bien, no ha querido. Fox sacó de su agenda a Chiapas, al indio, a la paz. Los aisló y se dedicó a administrar el conflicto. A coexistir con él, ninguneándolo. Trató de invisibilizar al gobierno federal y al Ejército como partes orgánicas y activas del conflicto armado, asimilando al EZLN y a las comunidades en resistencia como actores de un conflicto local, intra e intercomunitario.
Para el EZLN el incumplimiento de los acuerdos de San Andrés (1996) y la contrarreforma sobre derechos y cultura indígenas (2001), marcaron el fin de una etapa. Pero no llamaron a las armas; se pusieron a reorganizar la resistencia y a reforzar -o construir según el caso- la autonomía, para defender el territorio y los recursos naturales ante la vocación privatizadora y entreguista del gobierno y los partidos parlamentarios y la voracidad del gran capital, nacional y extranjero, sintetizada en los megaproyectos neocoloniales del Plan Puebla-Panamá.
En otro de sus largos periodos de clandestinidad y silencio expresivo y reflexivo -el decir y hacer callado de los zapatistas-, el EZLN logró abrir un boquete en la estructura de poder del Estado. En enero de 2003 unos 30 mil zapatistas irrumpieron en San Cristóbal de las Casas y dieron inicio a una nueva fase de su lucha, que "aterrizaría" en agosto último con la puesta en marcha de los caracoles y las juntas de buen gobierno, que son relaciones intermunicipales entre municipios autónomos. A diferencia de 1994, esta vez la ofensiva fue política, no militar. Y se centró en la reivindicación de las autonomías de las personas y las colectividades indígenas. Aprovecharon su largo silencio para instrumentar de manera disciplinada y progresiva el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés, negados por los tres poderes del Estado.
La propuesta pacífica y constructiva de los zapatistas fue crear autogobiernos en rebeldía, con una estructura de abajo hacia arriba, para poner en práctica el "mandar obedeciendo". De facto, sí. Pero con apego a la Constitución; en ejercicio de la libre determinación de los pueblos indígenas. Una radicalización legítima, aunque no legal, por omisión del gobierno, por incumplimiento de la parte gubernamental. Y con una base jurídica incuestionable: el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que da prioridad a las formas propias de organización social de los pueblos indios. A la manera de una zona liberada -ajena a cualquier intención balcanizadora o separatista-, la nueva estructura de control político territorial zapatista abarca un área de unos 30 mil kilómetros cuadrados, que comprende 35 municipios constitucionales de los Altos, la Selva y el Norte de Chiapas.
El caracol, "paradigma del pensamiento simbólico de los pueblos mayas" (Andrés Aubry), es el icono del actual proceso colectivo en espiral de los zapatistas, con su dinámica propia, sus tiempos y sus verbos. Los caracoles, como "proyecto de pueblos-gobierno" (Pablo González Casanova), con mandatos controlados desde la base, están marcando el nuevo tiempo político del sureste mexicano, a partir de una "asociación" de caracoles y municipios autónomos en red, "coordinados" por las juntas de buen gobierno a partir de una nueva propuesta de justicia, educación, salud comunitaria, tierra, vivienda, trabajo, alimentación y comercialización alternativas, y como parte de un proceso que ya no está centrado sólo en lo comunitario, sino también en lo regional, y que aspira articular lo local, con lo nacional y lo universal.
Se trata de la construcción de una "nueva cultura del poder" basada en los principios del "pensar-hacer" práctico y concreto de las comunidades autónomas zapatistas. De una "resistencia transparente", que hizo a un lado los turbios enjuagues de un poder corruptor, con sus cooptaciones, mediatizaciones e impunidades; ajena al tradicional asistencialismo y paternalismo oficial. Pero que también busca dejar atrás las limosnas "humanitarias" condicionadas de gobiernos y las ONG, y las trampas semánticas e ideológicas de los compañeros de ruta de la "izquierda".
Es un proceso singular que está en su fase de aprendizaje y no quiere ser modelo ni vanguardia de nada. Un proceso colectivo que se da en el marco de una guerra de baja intensidad; del aislamiento político del régimen derechista y racista de Fox y del hostigamiento militar, policial y paramilitar, que requiere, por tanto, de la autodefensa. De allí que la comandancia general del EZLN siga teniendo el mando sobre los milicianos e insurgentes, para "proteger a las comunidades de las agresiones del mal gobierno y de los paramilitares (...) pues para eso nacimos y por eso estamos dispuestos a morir" (subcomandante Marcos dixit).
Gracias al desenmascaramiento del sistema por el EZLN existe hoy mayor conciencia política y surgieron nuevas alianzas de tipo extraparlamentario en México. Si Fox persiste en sus políticas, y el país se descompone, los zapatistas recobrarán protagonismo en el ámbito nacional, ahora como parte de un amplio movimiento alterglobalizador que impulsa propuestas de cambio social. Pero, como su nombre lo indica, el EZLN sigue siendo un Ejército de Liberación Nacional, aunque algunos críticos señalan que ha perdido la L y la N, que el uso de las armas es meramente simbólico. Las próximas luchas de los mexicanos en contra de las privatizaciones, el ALCA y el Plan Puebla-Panamá arrojarán luces sobre esa y otras interrogantes.
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