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México D.F. Sábado 3 de enero de 2004
HISTERIA, INTROMISION Y MAJADERIA
Las
recientes cancelaciones de vuelos hacia Estados Unidos y otras situaciones
de control relacionadas con aviones comerciales con rumbo a ese país
son claro ejemplo del profundo estado de temor e histeria que embarga a
las autoridades del vecino país del norte. Con el argumento de prevenir
atentados, Washington ha emprendido una amplia intervención en las
líneas aéreas que viajan a su territorio y, en su frenesí
antiterrorista, ha pretendido propagar a otras naciones el clima de miedo
y sospecha que embarga al gobierno y a buena parte de la sociedad estadunidenses.
Sin embargo, a la fecha, la mayor parte de las operaciones
para prevenir incidentes en aviones rumbo a ese país se suscitaron,
como ha reconocido la propia FBI, por equivocaciones o confusiones, y no
se ha comprobado que en alguno de los vuelos cancelados, desviados o escoltados
viajasen personas u objetos potencialmente peligrosos. En cambio, es de
suponer que la mayoría de los afectados por estas operaciones de
seguridad no han experimentado sino molestias, alteraciones a sus actividades
y, en ciertos casos, afrentas contra su privacidad, sin que medie explicación
suficiente u oportuna disculpa por las autoridades nacionales o de Estados
Unidos. De igual modo, el accionar de agentes estadunidenses en aeropuertos
mexicanos -situación confirmada a este diario por fuentes de la
Policía Federal Preventiva- y los actos de investigación
y casi fichaje que se realizarán a todo viajero que ingrese o pretenda
ingresar en territorio estadunidense podrían implicar riesgos para
la soberanía nacional e intromisiones en la vida privada contrarias
a derecho. Así, cabría analizar a fondo estas circunstancias
a fin de determinar la conveniencia y la legalidad de tal clase de colaboración.
Hay quien señalará que, para prevenir la
repetición de ataques como los del 11 de septiembre de 2001, cualquier
medida podría ser adecuada y, eventualmente, acertada. Empero, resulta
reprochable que los actos de prevención resulten tan arbitrarios
y opacos -por no decir errados y colindantes con los de un Estado policial-
como los que actualmente se suceden, y también es censurable la
falta de un esfuerzo de información directo y suficiente por las
autoridades para explicar a la población las razones, alcances y
peculiaridades de estas medidas. En el caso de México, en lugar
de esa necesaria comunicación sólo han tenido lugar escuetas
y generalmente poco esclarecedoras declaraciones de las altas autoridades
federales, situación que contrasta con el expedito acatamiento de
los dictados en materia de seguridad aérea, en especial la introducción
de guardias armados en los aviones y la presencia de agentes de la embajada
de Estados Unidos en los aeropuertos del país. En tanto no se den
las justas explicaciones, las medidas de control y restricción en
los vuelos -necesarias o no- serán entendidas por la ciudadanía
como una imposición proveniente de la histeria estadunidense y,
cuando menos, como majadería oficial contra los viajeros afectados.
Si realmente resultan necesarias tal vigilancia y tales
restricciones al tráfico aéreo de México a Estados
Unidos -lo que hasta la fecha no parece cierto, ni desde luego deseable-,
lo menos que cabe esperar del gobierno federal es una explicación
con todo detalle y rigor sobre el tema. De igual manera, cabría
exigir de las autoridades del país una actitud respetuosa de la
soberanía nacional y no únicamente, como ha sido la percepción
pública hasta ahora, un obediente alineamiento con los dictados
de Washington y su política antiterrorista.
Finalmente, si la Casa Blanca está realmente interesada
en neutralizar la supuesta actividad terrorista internacional, bien haría
en comenzar a revertir algunos de sus factores de fondo: la opresión
del pueblo palestino, la ocupación de Irak y la depredación
económica contra los países en desarrollo, por ejemplo.
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