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México D.F. Lunes 12 de enero de 2004
Entre velos y bailarinas, la cantante inglesa
presentó su espectáculo Harem
Sara Brightman creó un oasis de seducción
en el Palacio de los Deportes
Con su estilo recrea clásicos como Dust in
the wind y A whiter shade of pale
La disposición del escenario impidió que
todos los asistentes pudieran apreciar el concierto
ARTURO CRUZ BARCENAS
La magia de la cultura de Oriente, una síntesis
visual y sonora de Las mil y una noches en el Palacio de los Deportes
con la cantante británica Sara Brightman, cuya voz fue una abrazo
suave y emotivo a lo largo de dos horas, con 22 canciones de sus discos
Timeless, Eden, Fly, Classics y el más reciente,
Harem, cima de la fusión del estilo operístico con
géneros como el jazz, pop y rock.
El aforo completo: 13 mil 900 boletos, de 150 a mil 500
pesos. La escenografía plena de velos y una larga plataforma rematada
con un estrella de ocho picos con dibujos arabescos. Noches de Arabia en
una noche sabatina defeña lluviosa, fría. El escenario adornado
con velos para la explosión e implosión sensual, erótica,
de un harem donde seis bailarinas danzaron para despertar el deseo.
Sara y la fantasía visual en colores fríos,
azul violeta, rojos, ocres. Son las 20:30 y la melodía de Harem
marcó el inicio del concierto de una de las voces más diáfanas
y coloridas del momento. Las cuerpos de las mujeres que acompañaron
a Brightman fueron un dechado de contoneos; los ombligos hipnotizaron a
los privilegiados de las primeras filas, quienes por momentos no podían
contener la emoción y aplaudían y gritaban flores a las bellezas
de ensueño.
Los velos se descorrieron y Sara surgió con un
tocado que despidió haces que se perdieron en la oscuridad. Harem,
ese espacio para el goce, quimera de Oriente, la fantasía en la
mente que alucina. Harem, un puerto entre dunas. Harem bajo el sol. Sara
y su voz en ese entorno, voz convertida en oasis para el descanso, el recogimiento
entre alfombras y cojines mullidos.
Las tribulaciones del concierto
Los
cuerpos sobre el escenario, a la manera de las majas de Goya. Los ojos
verde azulados de Sara se fijaban en algún punto del domo de cobre,
cambiaban de objetivo, hacia ese público anhelante de la voz del
bel canto. Beautiful, it's a beautiful day. Cada quien tiene
o sufre su concierto. En los costados no se ven la cantante ni la orquesta.
Se pierde el escenario. Se oye, pero no existe eso que se llama visión
panóptica. Un grito guarro: "¡No se ve nada, güey!" Los
velos, que para algunos son ensoñación, para otros son un
estorbo. Simplemente no dejaron ver el escenario de esos lados.
Una sensación de goce compartido con un clásico
hecho un nuevo clásico: Dust in the wind, del grupo Kansas.
Sara aparece como un hada, una princesa de una historia fantástica.
El viento ondea su pelo, que cae hasta sus caderas como una marea matutina.
Lámparas sobre la rampa indican el camino a la estrella de Oriente.
La atmósfera es onírica y, por ello, todo es posible.
Stranger in the paradise con un fondo azul. La
luna, canción arrobadora; las melodías se superponen. Extasia.
¡Ah! Suspiros de placer. El espacio se llena de un sonido que encanta.
Nessun dorma y Sara impacta, excita e incita con un vestido amarillo.
Se extiende una plataforma, la punta de un barco que vuela sobre un mar
de bruma, nuboso.
Un intermedio, vuelta a la realidad, para hacer una corta
expedición al oasis más próximo. No hay dátiles,
sólo unos tragos, donas, café, hoy dogs, papas a la francesa.
Tras veinte minutos, No one no like you, tan sólo
un preámbulo para Arabian nights. De nuevo la sensualidad
y los cuerpos con desplazamientos sinuosos. The war is over, con
Sara al piano. Canta Free. De nuevo el estorbo de los velos y de
una cortina que no deja ver a la estrella británica nacida en Berkhampstead.
El piso del escenario refleja su silueta. ¡Ahí está!
La guerra ha terminado y sus manos semejan una virgen de Occidente. What
a wonderful world, donde sube a un columpio que logra su vaivén
con la fuerza de dos bellezas que tiran de largos listones.
Otro clásico vuelto de nuevo clásico: A
whiter shade of pale, original de Procul Harum. De pie, la concurrencia
tributa un aplauso a esa versión que alcanza niveles de arte. Phantom
overture muestra la capacidad, la fuerza interpretativa. La orquesta
se escucha en toda su dimensión sincrónica. La música
es el arte del sonido entre silencios. Seis bailarinas salen con antifaces,
en una estilización del musical que ha recorrido el mundo y que
no le es ajeno a Sara, quien estuvo casada con el creador de tal puesta,
el compositor y productor teatral Andrew Lloyd Weber. Sube Sara varios
metros sobre el escenario, elevada por un arnés. Gira sobre su propio
eje en un alarde propio del Circo del Sol.
Seducción visual
Los caballeros pierden la compostura y gritan a Sara que
vaya con ellos. Los ha seducido con su arte visual, con su cuerpo maduro,
con su voz que en el anhelo mitómano crea la imagen de oírla
lo más cercana al oído. Nadie sabe la potencia de un cuerpo,
tampoco de la voz.
Se acerca el fin, pero aún queda fuego. Time
to say good-bye. Para muchos la infaltable, la que no debe, por ningún
motivo, estar ausente. Gracias por tu amor. Sara, si me besara. Un beso
antes de decir adiós. Nadie quiere el fin de ese concierto, de ese
sentimiento estético-erótico de 120 minutos.
Para no desairar: The journey home y Question
of honour. En esta, Brightman vuelve a flotar sobre la bruma. Miles
de confetis, miles de aplausos. El ensueño y el misterio de tierras
lejanas, de Beirut, El Cairo, Marruecos. Otras voces, otros ámbitos,
diría Capote.
Sara, besara; ve, Sara; regresa, Sara, si regresara.
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