México D.F. Viernes 23 de enero de 2004
Demanda común en el ejido Emiliano Zapata
Opositores al EZ también exigen que salga el
Ejército
Los militares piden que un tribunal solucione el caso
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Ejido Emiliano Zapata, Chis., 22 de enero. Francisco
era autoridad ejidal cuando se instaló el campamento militar que
hoy es Base de Operaciones (BO) del Agrupamiento García de la 39
Zona Militar, en 1995. Conoce bien la historia. Apenas separado por una
barricada de alambre cortante del general Morales (quien nunca se presenta)
y dos tenientes coroneles que lo flanquean, el campesino chol dice:
"En ese tiempo yo era autoridad. Solicitamos al Ejército
en nuestro ejido, éramos 46 personas de Paz y Justicia. Yo mismo
vine a hacerles la casa a ustedes, esa que tienen allí. Trajimos
las tablas, las láminas. Tuvimos asambleas con el gobierno en Tuxtla,
en Palenque. Ahora, nosotros mismos les decimos que se vayan. No los queremos
aquí. Ya no los necesitamos".
El general Morales trata de ser cordial al expresar sus
discrepancias con los interlocutores indígenas que lo apelan, sin
encontrar respuesta en el mando castrense. Pero los ejidatarios vienen
decididos.
"Ya no somos chiquitos. Somos indios, como quien dice,
tontos para ustedes. Si no se retiran hoy o mañana, cualquier rato
podemos venir a tomar las parcelas", dice otro ejidatario.
"Cuando el pueblo dice hasta aquí nomás,
se tiene que respetar su acuerdo. Este pueblo ya está echado a perder.
Padres y madres desunidos a causa de ustedes", señala un hombre
mayor a los altos mandos del Ejército, que escuchan.
El general Morales replica: "Ustedes dicen que si el Ejército
se retira la gente va a vivir en paz. No es cierto. Si hay división
no es por el Ejército, sino porque hay formas de pensar diferentes
entre ustedes".
El anciano se encuentra de pie junto a una peña
en la que se pudre, en una oquedad, medio kilo de carne molida que quién
sabe cómo llegó a la puerta del cuartel militar.
"Yo estoy mirando cómo se van destruyendo el pueblo
y nuestra cultura". El timbre de su voz no es airado, sino triste. "La
asamblea está preocupada por la parcela. Es de todos los ejidatarios.
No tiene dueño ni está en Procede. Los ejidatarios tenemos
el derecho de decidir. Estamos destruidos todos. Seguimos esperando que
se salgan".
Interviene Juan Díaz Montejo: "Oficio tras oficio,
y nada. Esta es la segunda manifestación (la primera fue el día
8). Venimos por el acuerdo de cuándo se van a ir ustedes. Queremos
entrar a medir cuántos metros le tocan a cada poblador".
Al filo del mediodía
Decenas
de hombres, mujeres y niños recorren la calle principal, y única,
del pueblo; se dirigen al campamento militar gritando ¡vivas! a Emiliano
Zapata y a la comunidad del mismo nombre. Los precede una gran manta: "Fuera
Ejército, porque sólo nos trae prostitución, drogas,
alcoholismo y divisiones". En sus extremos, sendos perfiles de hombre consumen,
el de la izquierda, un churro de mariguana y, el de la derecha,
un pomo de alcohol.
El general saluda con un "se les hizo tarde, los esperábamos
más temprano", casi afable. No obstante, durante la infructuosa
plática Morales se dirá ofendido por los gritos contra las
drogas y los borrachos, y se manifestará amenazado cuando los representantes
indígenas advierten que si el Ejército no abandona el predio,
ellos entrarán a la BO. "Viva la comunidad organizada" corean los
inconformes. "Queremos solución".
Además de los tenientes coroneles Hernández
Alderete y Ruiz García, en el uniforme de campaña de los
Cuerpos Especiales de las fuerzas armadas (que no hablarán durante
más de una hora que duró el encuentro/desencuentro entre
indígenas y militares), en el cuartel pululan agentes del Cisen,
de la Agencia Estatal de Investigaciones, de Inteligencia Militar y de
la Secretaría de Seguridad Pública de Chiapas. Unas 10 cámaras
dentro de la BO se mueven e improvisan tomas entre la barrera de policías
militares con garrotes, cascos y escudos de acrílico, cartuchos
de gas, chalecos antimotines y espinilleras de Robocop.
El helicóptero que espera en la parte posterior
del predio que los indígenas reclaman debió trasladar desde
Tuxtla Gutiérrez a la oficialidad de la séptima Región
Militar y a los principales funcionarios de Seguridad Pública del
gobierno salazarista.
El general Morales no cede: "Un grupo de ustedes nos solicita
que nos quedemos. ¿A quién lo debemos hacer caso?"
"¡A la mayoría!", exclama el comisariado
ejidal.
"Queremos que muestren sus papeles, para saber quiénes
son", dice el oficial.
"No hacen falta papeles. Ustedes saben cual es la situación",
dice el comisariado.
El "contrato" (por mil 200 pesos anuales) en que se amparan
las tropas federales para permanecer allí es por comodato. Se cancela
cuando una de las partes lo desea. El terreno está a cargo del señor
Pedro, un anciano que observa el acto desde lejos. Pero "no puede hablar,
porque sus hijos lo tienen intimidado", dice el encargado del comité
de vigilancia de Emiliano Zapata. Uno de los hijos, ebrio, es el único
de los indígenas presentes que respalda al Ejército, agrediendo
verbalmente a ejidatarios y observadores; a uno le exige, a empujones,
"dame cien pesos", a pocos metros del general, que argumenta ante los representantes
indígenas:
"Este pueblo no vive solo. Tiene un gobierno, al que debemos
ajustarnos. La solución de este problema debe encauzarse a las autoridades
agrarias. Tiene que haber orden judicial. Yo acato la decisión del
pueblo, siempre y cuando vaya respaldado por la ley. Yo soy del pueblo.
No soy soldado por la paga, me nace del corazón. Estoy aquí
para que no haya mariguanos y borrachos".
Que lo diga. Una mujer de edad dice a las grabadoras:
"No necesitamos a los soldados. Antes de ellos la gente estaba unida".
Un hombre de la bola lamenta: "Hasta con mi papá
tenemos divisiones, así está mi familia orita".
Los indígenas insisten en la solución pronta:
"Lo de los tribunales es para hacer tiempo", opinan. "No necesitamos de
ningún tribunal agrario para que ustedes llegaran, ¿por qué
necesitan ahora sus órdenes para irse?"
En casi todas las casas de Emiliano Zapata, en los postes
de electricidad, el cobertizo de la tienda y el herrumbroso anuncio junto
al puente, que alguna vez cantó alabanzas a un gobernador ido, en
todas partes hay decenas de carteles, escritos a mano, que dicen exactamente
lo mismo. Sus reiteraciones son elocuentes. Un decálogo de exigencias:
"1, fuera Ejército de la comunidad; 2, respeto a las tierras del
ejido; 3, rechazo a la presencia de 'los ejércitos'; 4, fuera 'ejércitos
mariguanos'; 5, fuera soldados borrachos; 6, respeto a las mujeres de la
comunidad; 7, respeto a nuestra tierra; 8, drogas y trago llegan con el
Ejército; 9, no queremos militares; 10, respeto a la libertad del
pueblo".
Para que se entiendan las implicaciones de esta protesta.
Emiliano Zapata fue antes un pueblo de Paz y Justicia, mayoritariamente;
sólo algunos han sido zapatistas u otra cosa. Hoy, el grupo que
respalda al Ejército federal pertenece a la Unión Campesina
e Indígena Agrícola y Forestal, uno de los derivados de Paz
y Justicia que aún son señalados como paramilitares.
La mayoría aquí, no obstante, ya fue y vino
de las divisiones y los pleitos. Ya están hartos. Han emprendido
un proceso de reconciliación por su cuenta y en los hechos, todo
indica que es la única reconciliación que funciona. La guerra
de baja intensidad o integral de desgaste está dirigida a desalentar
y doblegar la resistencia, pero la contra también se cansa.
Esa parece la lección de este ejido. Al final, el general dejó
de hablar de tribunales y de obedecer al pueblo y se remitió a "lo
que ordenen sus superiores". O sea que no hubo entendimiento alguno entre
las partes.
"Los que tienen que entender son los soldados. Para nosotros
ya está claro lo que debe de ser. Que se vayan", resume un hombre
luego de retirarse los manifestantes del campamento de infantería
que lleva ocho años dentro del poblado.
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