México D.F. Viernes 23 de enero de 2004
Fred Rosen
El plan patronal de Bush
Nadie duda que el nuevo plan migratorio de George W. Bush es un plan por y para la clase patronal de su país. "A Estados Unidos le hacen falta trabajadores extranjeros" dice el presidente, "porque algunos de los empleos que generan en la economía creciente de Estados Unidos son empleos que los ciudadanos estadunidenses no quieren" -principalmente, podemos añadir, porque se les paga menos del costo de la canasta básica en ese país.
Hoy se estima que hay entre 7 y 10 millones de "inmigrantes ilegales" trabajando o buscando trabajo en Estados Unidos. Y espoleados por su propia inseguridad, están dispuestos a trabajar duro y barato, ocupando los puestos que los "ciudadanos estadunidenses no quieren". La gran mayoría gana lo que no puede ganar en sus propios países: menos del costo de la canasta básica en Estados Unidos, pero suficiente para que sus familiares compren la raquítica canasta básica salvadoreña, hondureña o mexicana.
Hace 20 años, cuando la administración de Reagan empezaba a poner en vigor su programa económico de privatizar, desregular, recortar presupuestos sociales y romper sindicatos, un crítico bromeó diciendo que para los reaganistas la causa del entonces estancamiento económico era obvia: los estadunidenses no trabajaban con muchas ganas; los ricos porque no eran suficientemente ricos, los pobres porque no eran suficientemente pobres.
Fue un chiste profético. A partir de los años ochenta, bajo el liderazgo de gente como Reagan, Margaret Thatcher y los Chicago Boys, los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres y la economía global se recuperó del estancamiento en el cual se encontraba a finales de los setenta. Mientras crecía la economía mundial durante 1980 y 1990, igualmente crecía la desigualdad global -tanto entre naciones como entre individuos. Hoy en Estados Unidos, según cifras oficiales, la distribución de ingresos es la más desigual desde la década de 1930. Y en medio del reciente auge de la bolsa de valores de Wall Street, continúa y acelera el intento de abaratar la mano de obra. Los productores en Estados Unidos siguen exportando y canjeando fábricas y empleos a países con salarios bajos (ayer a México, hoy a China), y exigiendo una producción más alta de menos obreros en su país. Los jefes de producción han recortado casi 3 millones de empleos manufactureros en los últimos tres años.
Como medida del aumento del trabajo que extraen del mismo número de trabajadores, después de tres décadas del aumento de productividad (producto por obrero) de menos de 2 por ciento en Estados Unidos, la productividad ahora aumenta en 5 por ciento al año y aumentó 9.4 por ciento en el tercer trimestre de 2003.
En este contexto es que tenemos que entender la propuesta del señor Bush en torno a la reforma migratoria. Los inmigrantes hacen los trabajos más duros y peor pagados y aquellos que no se pueden exportar al extranjero -en la tierra, en los restaurantes, en las tiendas, en las casas particulares. La propuesta de Bush permitiría que los inmigrantes obtengan visas de trabajo por tres años, renovables por un periodo no especificado, si pueden demostrar que tienen empleo y si sus empleadores certifican que no hay estadunidenses dispuestos a hacer dicho trabajo. Permitiría también que los empleadores ofrezcan plazas a trabajadores en el extranjero si no encuentran estadunidenses dispuestos a aceptar sus ofertas.
Los grupos empresariales han apoyado el plan de Bush, diciendo que daría a los empleadores los trabajadores necesarios. Los sindicatos, por otra parte, se quejan de que el plan bajaría los salarios y empeoraría las condiciones de trabajo, haciendo a los trabajadores aún más dependientes de sus patrones y creando una clase baja permanente en Estados Unidos. Tanto los empresarios como los sindicatos se dan cuenta de que el plan puede funcionar porque ya existe una clase migratoria más pobre, más débil y más insegura.
En esta inseguridad general vemos una victoria de los neoliberales. Ellos saben que a una fuerza laboral enajenada le hace falta el látigo disciplinario de la inseguridad para trabajar fuerte y barato. Bajo las relaciones capitalistas de clase, demasiada seguridad tiende a socavar la productividad laboral y con ello la rentabilidad. Pero aquí hay un problema -y para la clase trabajadora una oportunidad. Una economía capitalista no se reproduce solamente por medio de la inseguridad. La misma fuerza laboral necesita niveles mínimos de seguridad para quedarse y trabajar mañana. A la larga, la clase trabajadora tiene que estar sana y motivada para mantener su productividad.
Los economistas y políticos pocas veces reconocen esta necesidad simultánea de seguridad e inseguridad. En lugar de tal reconocimiento, estas necesidades contradictorias batallan en las arenas política y económica. Puesto que la seguridad y la inseguridad difícilmente existen simultáneamente, se tienden a socavar y con eso dominar épocas históricas alternas. En la época que vivimos la inseguridad y la disciplina laboral nos dan duro. En lo más profundo del corazón, de eso se trata el neoliberalismo.
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