México D.F. Viernes 23 de enero de 2004
Adolfo Gilly
Adolfo Sánchez Vázquez en Lima
Adolfo Sánchez Vázquez estaba allí, sentado en primera fila, entre el público que llenaba el salón de la casa donde vivió José Carlos Mariátegui en Lima, hoy convertida en centro cultural. En la Pontificia Universidad Católica de Lima tenía lugar, entre el 12 y el 16 de enero pasados, un Congreso Iberoamericano de Filosofía, con diversas mesas temáticas y simposios en su contexto.
"El futuro de la izquierda" era el tema que iban a abordar en esa reunión tres participantes en el Simposio Iberoamericano sobre Republicanismo: el catalán Antoni Domenech, el argentino Carlos Suárez y el mexicano Adolfo Gilly. Cerraba la mesa el periodista peruano Hugo Neira. Desde el fondo del salón, atrás del público, nos contemplaba un gran retrato de Mariátegui en su silla de ruedas, con su perfil de indio, su mechón en la frente y una sutil sonrisa en los ojos y en los finos labios apretados.
Los cuatro cumplimos nuestro encargo como mejor lo permitió el entender de cada uno. Entonces pidió la palabra Sánchez Vázquez. Recordando mis tiempos de estudiante, abrí mi cuaderno y me preparé a tomar apuntes. Lo que sigue es cuanto anoté. No pretende ser la reproducción literal, pero sí una versión fiel de lo que allí dijo Adolfo Sánchez Vázquez, después de hacer saber su emoción, que era también la nuestra, por encontrarse en Lima en la casa que había sido la de José Carlos Mariátegui. A partir de aquí, mis notas de esa intervención.
Izquierda puede ser un término equívoco. Me parece preferible usarlo en plural: no la izquierda, sino las izquierdas. Tendríamos así al menos cuatro izquierdas: una izquierda democrática, liberal, burguesa, connatural al sistema capitalista; una izquierda socialdemócrata, que quiere mejorar las condiciones sociales dentro de los marcos de ese mismo sistema; una izquierda social, que es crítica del capitalismo pero no le ve una alternativa, representada sobre todo por los movimientos sociales, y una izquierda socialista, opuesta al capitalismo, que propone una nueva organización de la sociedad.
Para esta última izquierda, el problema no es simplemente la crítica al capitalismo, cuyos males son visibles, sino la lucha por una alternativa socialista. Socialista es la izquierda a la cual se le plantea tal problema.
Para hablar del futuro de esta izquierda, tenemos que ver en qué situación nos encontramos en este momento. Hoy la alternativa socialista es más necesaria que nunca. No concierne sólo a los oprimidos y explotados, sino que el capitalismo pone en cuestión la supervivencia misma de la humanidad.
Pero esto sucede en momentos en que ha caído el descrédito sobre la idea misma de socialismo, entre otras razones por los desastres en los países que usaban el nombre de "socialistas" y la caída de esos regímenes. Es decir, tenemos que abordar tareas tan elementales como la de reivindicar una vez más la idea de socialismo.
Pero si no hay conciencia de socialismo y de la necesidad de reivindicarlo hoy, no podremos caminar hacia la organización de las fuerzas anticapitalistas. Pues la lucha socialista no es sólo una cuestión de ideas, sino también un problema de conciencia, de organización y de acción.
No nos engañemos hablando, como tantas veces, de agonía del capitalismo. Hoy vemos que se extiende reforzado y sin frenos por el mundo, pese a las fuerzas que lo resisten. Esta es para nosotros una situación difícil. Precisamente cuando el socialismo es más necesario que nunca, es cuando se ha vuelto más difícil la lucha y la organización en torno a sus ideas. Pero esta lucha es indispensable. El socialismo no es inevitable, no es un resultado natural de la evolución humana. Si los seres humanos no toman conciencia de esta necesidad, y en consecuencia se organizan y actúan, la alternativa es la barbarie. Y sería una barbarie aún peor que aquella que Marx imaginó, pues estaríamos ante la catástrofe ecológica, la guerra universal y la posible destrucción de la humanidad.
El futuro de la izquierda exige revisar todo -el partido leninista, el proletariado fabril como sujeto central-, y replantear todos los problemas como requisito para pensar y organizar hoy la izquierda anticapitalista y la lucha por el socialismo.
Al concluir esta intervención, dicha con el acento español del maestro que al final de los años treinta nos trajo el exilio republicano, Antoni Domenech, discípulo suyo en otros años, le agradeció en nombre de todos nosotros. Yo abrí una vez más mi cuaderno de apuntes y, para sumarme a Domenech en su saludo, leí estas líneas de Norberto Bobbio, escritor de otra izquierda, que había encontrado el 10 de enero en un periódico de Buenos Aires:
"De la observación de la irreductibilidad de las creencias últimas he extraído la lección más grande de mi vida. Aprendí a respetar las ideas de los demás, a detenerme frente al secreto de cada conciencia, a entender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en humor de confesiones, voy a hacer otra: detesto a los fanáticos con toda mi alma".
Esto es, también, el socialismo.
Creo que a don Adolfo Sánchez Vázquez no le desagradó la cita y, a juzgar por sus sonrientes ojos, a José Carlos Mariátegui tampoco.
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