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México D.F. Jueves 12 de febrero de 2004

Margo Glantz

Viajo y leo, luego existo

Después de haber permanecido casi dos siglos en el olvido, cualquier obra del escritor polaco Jan Potocki es recibida con veneración debido a la gran popularidad que su creación magna, El manuscrito encontrado en Zaragoza, suscitó. Publicada en una versión fragmentada por Roger Caillois en la década de los 50 y reditada en una mucho más extensa versión (quizá completa) a finales del siglo XX, ocupa con toda legitimidad uno de los sitios literarios más importantes de la literatura de finales de la Ilustración y principios del Romanticismo.

Potocki hizo un recorrido por ''el imperio marroquí" en 1791 y escribió un diario de viaje en francés, lengua que le sirvió también para redactar su obra magna. El aristócrata polaco fue gran viajero, recorrió varias regiones del mundo europeo pero también los países donde se practicaba la religión musulmana. Marruecos le interesó por varias razones, sobre todo, porque era viajero impenitente y recopilaba material para su libro, proyecto obsesivo que una vez terminado no le dejó más alternativa que el suicidio, operación pla-neada con tanto cuidado como el volumen mismo.

El viaje a Marruecos, confiesa, entraña para él la posibilidad de encontrar ''un cambio de paisaje, de cielo y de naturaleza; el proyecto de escuchar el silencio de los desiertos, el borde agitado del mar y consignar un pensamiento en medio de esos monumentos de antiguos ensueños..." También el de observar otros países y costumbres con ojos inteligentes y desprejuiciados.

Este es el libro que traigo como lectura, en este nuevo viaje: pasaré los próximos meses enseñando la obra de Sor Juana en Barcelona, en una cátedra establecida por las universidades Nacional Autónoma de México y Central de esa ciudad catalana. Sor Juana, aunque parezca mentira, poco trabajada y conocida en España, Sor Juana que allá fue una de las escritoras más leídas en los siglos XVII y XVIII: en 35 años se hicieron 20 ediciones de sus obras y muy probablemente algunas de contrabando.

En el avión viajo con Potocki, paso las horas recorriendo los desiertos, los oasis, conociendo a los altos funcionarios del imperio, antes de que entraran allí los franceses; Potocki espontáneo y cuidadoso, erudito y ligero, suntuoso y bonachón, observador y generoso viajero, desplazándose por esos parajes a lomo de camello, no sólo cargado con enormes valijas para garantizar su comodidad, sino repleto de conocimientos sobre el país que visita, siempre acompañado de un intérprete judío, mal visto por los musulmanes, pero que de algún modo recuerda la antigua convivencia, permitió que alguna vez en España coexistieron tres culturas muy distintas sin demasiados problemas, situación que Potocki añora y recrea en su manuscrito, que no tendría ese misterio ni esa intensidad extraordinaria que le otorga sentido si no surgiera el relato dentro de esa continua amalgama: tres culturas y religiones, la cristiana, la judía y la árabe, conviviendo perfectamente.

En el avión leo las noticias; al abordarlo nos ofrecen diarios de varios países, reviso el Financial Times, me detengo en un reportaje literario, reseña cuatro nuevos nombres de escritores italianos (Tomasso Pincio, Valerio Evangelista, Antonio Moresco y Tiziano Scarpa), surgidos hace tiempo pero visibles en este momento en que Berlusconi reanuda sus prácticas fascistas, prácticas denunciadas por el vicepresidente del Consejo Nacional de la Magistratura, Carlo Fucci, desatando la huelga de jueces y médicos contra el gobernante-empresario; leo en Le Monde, además, acerca de la película de Marco Bellocchio, que recrea el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas; una película anterior de Renzo Martinelli denuncia las anomalías de la investigación, las mentiras del gobierno y las de los brigadistas: ''...quieren hacernos tragar la versión oficial -dice indignado- de que las Brigadas Rojas actuaron solas, y el Estado hizo lo que tenía que hacer, es decir, calmarnos, pedirnos que regresemos a nuestras casas y que no tratemos de ver nada raro. Pero nosotros, los cineastas, tenemos el deber de denunciar las mentiras y lo que es políticamente correcto para la clase dirigente".

Por su parte, Bellocchio afirma: ''El asunto Moro es la tragedia suprema de nuestro acontecer italiano, nos ha dejado una herida en el espíritu. El remordimiento permanece, nunca nos abandona".

Italia, como el sol en tiempos de Galileo, sigue moviéndose, aunque Berlusconi quisiera que se mantuviese estática.

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