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México D.F. Martes 24 de febrero de 2004
Elena Poniatowska /III y última
Julio Cortázar, el escritor más querido de América
-Tu idea de la revolución, Julio, es singular, porque siempre te has manifestado por la revolución individual, la que empieza por uno mismo, desde dentro, y obviamente estás personalizando, lo cual resulta inaceptable para los partidos comunistas tradicionales. Has manifestado en varias ocasiones que el hombre debe nacer nuevamente y que la revolución debe dar a luz a un nuevo hombre, Ƒo no?
-šClaro! Lo que yo creo, y busqué decir en El libro de Manuel, es que mi sentimiento de una revolución socialista, como la entiendo para América Latina, comporta un doble proceso no consecutivo, sino simultáneo.
''Hay quienes piensan que por lo pronto hay que hacer la revolución -es decir, acabar con el imperialismo yanqui, los gorilas, los militares, tomar el poder e implantar el socialismo en el país-, y ya después habrá tiempo para iniciar los planes de cultura, el perfeccionamiento humano.
''Desconfío. Creo que si en el ánimo de esos revolucionarios no existe el deseo de que simultáneamente se le pida a cada individuo que dé lo mejor de sí mismo, que se busque a sí mismo, se explore, haga su autocrítica, que no vaya a la revolución lleno de prejuicios, sino que ésta sea una manera de despojarse de sus ropas viejas, esta revolución fracasará.
''En el fondo, esta visión del hombre nuevo era idea del Che. No es una idea abstracta o teórica para un futuro lejano, sino que tiene que darse simultáneamente. Para decirlo con una imagen: siempre he sostenido que hay que hacer la revolución de afuera hacia adentro y de adentro hacia fuera en todos los planos...
(Cuando a Cortázar le interesaba subrayar algo levantaba la voz y separaba cada una de las sílabas, recordando sin duda sus tiempos de maestro.)
''Hay que acabar con nuestros enemigos, pero también con los enemigos internos que cada uno lleva. Fíjate lo que sucede con una revolución socialista. Después de una tarea infinita, del sufrimiento monstruoso de gente heroica que se ha hecho matar, se llega al poder y simplemente porque cuatro o cinco o seis dirigentes no han hecho su autocrítica, se instala en el poder, por ejemplo, un puritanismo de las costumbres -digamos desde el punto de vista sexual- casi victoriano. Eso no lo acepto, porque me parece una revolución fracasada. El hombre va a seguir siendo prisionero de sus tabúes, sus inhibiciones, sus imposibilidades. ƑPara qué diablos le sirve el socialismo? Para nada.''
-Pero Julio, Ƒacaso en Rusia no hay puritanismo?
-Rusia no, Unión Soviética.
-No sé por qué he seguido diciendo Rusia y San Petersburgo.
-Elena, claro que hay puritanismo, por eso estoy lleno de crítica respecto de la situación actual de la Unión Soviética. Estoy muy lejos de aprobarla en su conjunto. Si esta pregunta me la hubieras hecho en 1930 -cosa históricamente imposible- te hubiera respondido: ''Rusia -ahora sí, Rusia- sale de sus tinieblas medievales, de ese zarismo en que el mujik era una especie de animal mandado a latigazos, un analfabeta total con todos lo prejuicios concebibles. En 10 años no se puede pedir milagros". De la misma manera que tampoco a los cubanos se les podía pedir que a los tres o cinco o siete años de revolución, Cuba fuese el paraíso. No lo es, y ellos son los primeros en saberlo y saben que hay mucho qué combatir.
''Pienso que el trabajo del intelectual es estar en primera fila en ese combate, es decir, no dejar que se duerma esa especie de sentimiento de que todos los días hay que dar la batalla, que todos los días, al levantarse un individuo que se cree revolucionario, debe preguntarse: 'Bueno -para citarte un ejemplo-, Ƒpero es que yo tengo derecho a proceder así con mi mujer? ƑTengo derecho a hacer esta discriminación? ƑTengo derecho a aplicar ideas que ya están muertas, contra las cuales he luchado, por las cuales he sufrido? ƑPara qué sirve el triunfo de la revolución?' šAsí no sirve, Elena! No sé si me explico.''
-šLa Revolución Mexicana nada hizo por las mujeres, salvo preñarlas como escopetas de retrocarga, lo cual en cierta forma ayudó, ya que murieron un millón de mexicanos! Pero nada cambió. Incluso ahora. He asistido a algunas reuniones del PC en la que participan hombres y mujeres y los hombres ordenan: Compañeras, háganse un cafecito. 'Compañeras, agénciense unas tortas, o sea, que devuelven a la mujer a su papel inicial. En Cuba, por una película posrevolucionaria, Lucía, vi que también es la mujer la que le sirve la cena al marido.
-Lo sé y el primero en darse cuenta ha sido el propio Fidel Castro. El y todos sus compañeros de insurgencia vieron que la mujer, que había luchado heroicamente en la Sierra Maestra -y Fidel conoce bien sus nombres-, en el momento de ocupar los puestos importantes y dirigir al país quedaron marginadas, y en el plano privado, en cada casa volvieron a la cocina. Este es un problema de educación y creo que Cuba está luchando en ese sentido y en pocos años el problema quedará liquidado, porque tu sabes bien cómo son inteligentes los cubanos y cómo están politizados.
''En la actualidad la mujer cubana es perfectamente capaz de discutir mano a mano con cualquier hombre. Si tu viste Lucía, película destinada a los guajiros y que se exhibió en los pueblecitos y en los campamentos donde la gente ha sido alfabetizada hace muy pocos años, el grado de maduración es lento. La película lucha contra el machismo, que es una de las plagas de América Latina.
''Aquí en México, en Cuba, en Argentina, en Perú, en todos lados, somos los grandes machos y las mujeres están cosificadas implícita o explícitamente y dejadas a un lado en el sentido que tú lo señalabas, Elena: 'haz un café'. La mujer hace el café, prepara los frijoles mientras el señor fuma su tabaco y platica de política con sus amigos. Bueno, pues esto no puede ser. šEstá bien que las mujeres hagan los frijoles, porque ustedes los hacen mejor que nosotros, pero eso no impide que los hombres los hagan también y laven después los platos en que los han comido! No sólo pueden, sino que deben.
''En una sociedad socialista: hombre y mujer tienen que ser realmente la pareja, no la despareja. Lucía provocó en Cuba -lo supe por amigos cubanos- reacciones muy curiosas, porque este episodio del marido celoso que encierra a su mujer y no la deja hacer nada, fue bien comprendido en la ciudad y todo mundo tomó partido por la chica; pero sé que en algunas regiones del campo, el público tomaba partido por el marido e incluso las mujeres alegaron: 'Sí, sí, él tiene razón, la mujer debe quedarse en casa. ƑPara qué va aprender a escribir?' šAsí es que fíjate el trabajo que queda por delante!
Ayudar a Cuba es criticar su sistema social fraternalmente
-En alguna ocasión Elena Garro exclamó levemente indignada: ''šAntes, cuando un hombre tenía una amante, le regalaba diamantes. Ahora, le busca empleo en alguna oficina de gobierno!" Julio, para cerrar el capítulo de Cuba quisiera que nos dijeras por qué firmaste con una serie de intelectuales una protesta en el caso del poeta Heberto Padilla, para escribir después una carta de amor en la que llamas a Cuba ''lagartijita" y le rascas la nuca.
-Caimancito, no lagartijita. En dos palabras, es una historia muy vieja que ya no tiene ningún interés porque se solucionó perfectamente a pesar de la opinión de los reaccionarios que se imaginaban que a Padilla lo iban a fusilar de un día para otro, cuando él está viviendo como uno de nosotros; pero lo que no hay que olvidar es que hubo dos episodios vinculados con Padilla: dos. Antes hubo un problema con la publicación de un libro suyo que suscitó nuestras críticas y que a mí me tocó aclarar con mis compañeros cubanos: el derecho del artista a decir su palabra dentro del contexto de la Revolución Cubana.
''Después se produjo el episodio definitivo -déjalo bien asentado-: lo que yo firmé fue una carta muy breve en donde le pedíamos al comandante Fidel Castro que tuviera la gentileza de darnos información acerca de lo que estaba sucediendo con Padilla en Cuba, porque en Europa sólo sabíamos que estaba preso, y eso nos inquietaba y nos parecía excesivo ante lo que no pasaba de ser un problema intelectual. Esta fue nuestra primera carta.
''La segunda carta que yo no firmé -y esto, Elena, quiero que los subrayes- fue insolente, malévola y paternalista, en la que los europeos, y mucho latinoamericanos pretendían darle lecciones a Fidel Castro, decirle 'usted tiene que hacer esto y no tiene que hacer lo otro', como si fuera un niño. Esta carta explicó muy bien la reacción tan violenta del gobierno cubano, y aquel famoso discurso de Fidel en que hubo una ruptura con todos los intelectuales europeos y latinoamericanos que habían estado viajando constantemente a Cuba.
''En lo personal sigo defendiendo de A a Z la posición que tuve en ese momento. Sé que esta declaración no agradará a muchos compañeros cubanos que preferirían una mayor flexibilidad, pero sigo creyendo que la única manera de ayudar a Cuba es haciéndolo críticamente, fraternalmente, pero sin caer en maniqueísmos o en posiciones extremas. Yo no lamento lo que sucedió, me creó problemas sentimentales, vi alejarse a muchos amigos cubanos y no cubanos, asistí a una oleada de pequeñas venganzas de resentidos que aprovecharon la oportunidad para declarar su fidelidad incondicional al régimen cubano, como si mis amigos y yo, al tener una actitud crítica, fuésemos traidores; y, finalmente, me consta que los dirigentes cubanos terminaron por ver la situación con mucha claridad.
''La mejor prueba de ello es ese texto, al que tu aludes, que es un poema escrito en un ataque de desesperación y de amor a Cuba, que se llama: Policrítica a la hora de los chacales, que se publicó en la reviSta de la Casa de las Américas, en La Habana. Además no hay que personalizar, no se trata de mí sino de mi actitud intelectual que apoya a Cuba, pero no incondicionalmente. Yo no apoyo nada de esta forma porque las revoluciones están hechas por hombres y sujetas a críticas, equivocaciones, titubeos. Yo no soy nadie para dar soluciones y nunca las he dado, pero sí puedo señalar disconformismos y posiciones... Oye, me haces hablar demasiado.''
(La entrevista fue larga y se reanudó la última vez en el departamento de su amigo Daniel Waskman, en la avenida Amsterdam. Recuerdo una cena en el restaurante Bellinghausen, con Octavio Paz; un encuentro en Coyoacán, con Bárbara Jacobs, Tito Monterroso, Guillermo Schavelzon, editor de Cortázar; recuerdo una conversación entre Italo Calvino, su amigo, y él, ambos cálidos y deslumbrantes; recuerdo cómo Beatriz Ballina le tendió su libro Rayuela y él le dijo: ''Da gusto firmar un libro tan leído". Ahora sé que el compromiso político y el arte narrativo de Julio Cortázar eran parte de su vida así como la altura y la sonrisa conformaban su aspecto humano. Nunca se mostró distante, nunca hubo una barrera entre él y sus lectores, al contrario, respondió todas las cartas y repartió los abrazos que todavía hoy sentimos como un apoyo inmerecido. Ningún escritor con mayor capacidad de entrega que Julio Cortázar.)
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