México D.F. Martes 24 de febrero de 2004
AUTOCOMPLACENCIA DE FOX, DECADENCIA CETEMISTA
Ayer,
al intervenir en la inauguración del 14 Congreso Nacional Ordinario
de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), el presidente
Vicente Fox recibió varias rechiflas y expresiones de desaprobación
al ufanarse de logros gubernamentales que parecen ubicarse más en
la imaginación de sus asesores que en el país real.
La apreciación del mandatario sobre una supuesta
recuperación -o detención del deterioro- del ingreso real
de los trabajadores, "lo que no sucedió durante los últimos
25 años", generó un clamoroso y sonoro repudio de los asistentes;
reacción similar provocó la ostentación de 40 mil
millones de pesos presuntamente ahorrados mediante la congelación
de plazas y salarios en el sector público, pretendido éxito
que contrasta con los escandalosos despilfarros que tienen lugar en forma
habitual en las diversas dependencias del Ejecutivo federal, que los medios
informativos documentan con frecuencia y que causan una comprensible irritación
ciudadana.
En términos generales, la autocomplacencia de Fox
es insostenible, habida cuenta de que el crecimiento económico de
los primeros tres años de su gobierno es el más insignificante
en lo obtenido en la primera mitad de un mandato durante el último
medio siglo. El panorama es especialmente desalentador en materia de empleo;
por ello resultaba indebido y hasta ofensivo que el Presidente y su secretario
de Trabajo acudieran a un acto obrero -así fuera charro-
a sostener lo contrario y a dorar la píldora de un trienio con crecimiento
cercano a cero y con contracción real de la plantilla laboral del
país. Por lo demás, es fundado motivo de preocupación
el que México quede cada día más lejos de las optimistas
descripciones presidenciales.
Pero las manifestaciones de descontento emitidas ayer
desde las graderías altas del Auditorio Nacional -donde tuvo lugar
el congreso cetemista- no fueron únicamente expresión de
discordancia ante la autocomplacencia oficial, sino también muestra
palpable del desgaste de autoridad en un organismo que hasta hace unos
años era un instrumento de control político y sometimiento
férreo de los obreros hacia el poder presidencial. La incapacidad
de Leonardo La Güera Rodríguez Alcaine, cacique máximo
de la CTM, para mantener a raya a los agremiados presentes en el acto,
constituye un dato positivo sobre el declive de la burocracia sindical
antediluviana que aún controla los despojos de la antes temible
y opresiva central obrera.
Con una membresía severamente mermada, ya inútil
para el poder presidencial en tanto que grillete político del sindicalismo,
la confederación carece de relevancia en la lucha contra las estrategias
económicas neoliberales todavía en curso y resulta incapaz,
en consecuencia, de defender los intereses de sus agremiados.
Nada podía ilustrar con mayor patetismo la esclerosis
de las cúpulas charras que la sugerencia -u ocurrencia- de Rodríguez
Alcaine de llevar las relaciones entre su central y el poder público
de regreso a la época de los "pactos" tripartitos -gobierno, empresarios
y centrales sindicales oficiales-, inventados en el sexenio de Miguel de
la Madrid para contener las demandas salariales y evitar que el malestar
obrero ante la ineficacia administrativa gubernamental derivara en movilizaciones
sociales.
Deplorable fue, en suma, el diálogo de sordos -que
no intercambio- escenificado ayer entre la abucheada autocomplacencia del
Ejecutivo federal y la inocultable decadencia de la cúpula cetemista.
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