México D.F. Martes 24 de febrero de 2004
Teresa del Conde/ y II
La gráfica de Tamayo en el museo Tamayo
En el mismo espacio donde se exhiben las xilografías, se muestran las litografías del Apocalipsis, impresas en Mónaco y que Rufino Tamayo realizó respondiendo a una invitación del Club Internacional del Bibliófilo. Algunas son extremamente lúdicas (como la bestia de siete cabezas, que podría servir para ilustrar un libro infantil) y otras, en cambio, como las de los consabidos ''jinetes del Apocalipsis" guardan efecto dramático y centran el énfasis en la acción devastadora que los humanos sufrirán como castigo, según advertencia de San Juan de Patmos.
Tamayo realizó unos trabajos para Benjamín Péret, ''los hombres habrán aprendido a conocer las voces oscuras como si se tratara de una sutil reptación", dice el poeta aludiendo a la serpiente y a continuación se exhibe ampliamente un conjunto que pertenece a la etapa de 1950, fecha en la que el artista por decirlo de algún modo ''se enamoró" de este medio ensayando opciones de expresión acordes con el mismo.
El coyote aullando (1950), es soberbio, heredero del Perro ladrando a la luna (1942) y sobre todo de los Animales (perros o lobos) del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que inauguran nueva fase en la iconografía tamayesca.
El brindis (1957) es magistral y al observarlo uno recuerda otros ''brindis" plasmados por Tamayo en diversas pinturas, algo de ''loco" hay en ellos o bien de aquel efecto ''chtónico" que tiene que ver más bien con lo femenino, totalmente explicitado en la pieza de las dos mujeres que invocan las fuerzas telúricas.
Bajando la pendiente, en el muro oeste, se colocaron 17 litografías de 1964, realizadas en el Tamarind Workshop de Los Angeles. Si bien Tamayo ya dominaba el medio, fue entonces que se entusiasmó a tal grado con la colaboración estrecha entre impresor y autor que, según sus propias palabras, ''se siguió de frente" y practicó la litografía ya de por vida, como lo muestran algunas de las últimas piezas exhibidas, realizadas en Kairos (el taller de Andrew Vlady, uno de los impresores más conspicuos y cuidadosos de México).
Pienso que esa opción museográfica, igual que la de Polígrafa que ocupa espacio similar, pudo haberse solucionado de otra manera, porque las estampas no dejan de ser de algún modo ''íntimas", uno quiere verlas muy de cerca para conocer los intríngulis entre lo que puede o no puede pretender el artista cuando practica la litografía.
Pero la intención museográfica que rige la muestra es presentar el corpus evolutivo completo de Tamayo en la gráfica y dado el espacio disponible, esto sólo se podía haber solucionado por medio de vitrinas, como las que se encuentran en el primer espacio, pero por lo general éstas suelen contener sólo piezas de dimensiones más bien reducidas.
La serie Mujeres (1969) ofrece figuras femeninas que corresponden a lo que yo llamo ''efecto tordo" en cuanto a la corporeidad. Es decir, el cuerpo de la mujer, por más estilizado que se represente, corresponde a unas piernas sumamente delgadas que cargan tórax y abdomen en forma de bloque pesado.
Entre las imágenes de mujeres que Tamayo litografió este esquema es muy común. Hay una Venus negra que se percibe como una aparición inesperada, sobre un fondo amarillo que destaca sobre todas por su misterio. Varias de estas figuras ostentan inserto un triángulo que evoca, no sin efecto chusco, las conocidas proporciones de las venus clásicas: en éstas la base del triángulo invertido arranca de los pezones y el vértice termina en el ombligo.
Estos detalles de Tamayo con frecuencia son burlones y hasta un poco misóginos, pues hay alguna mujer cuyo triángulo parte del ombligo y termina en punta casi a la altura del cuello, con lo que la figura adquiere un matiz eminentemente fálico. Por lo menos para Tamayo lo femenino era un enigma, aunque gustaba mucho de las mujeres.
No todas las figuras de esta serie ofrecen connotaciones ''chtónicas". Así, Mujer campesina (1969), es una versión digamos que crecida en cuanto a estatura y fisonomía, del hermosísimo cuadro Niña bonita (1937). De modo que esa niña, en la versión litográfica cuenta con una década más de edad.
No pueden faltar las sandías, hay varias y seguramente las hay porque Tamayo y Olga encontraron numerosos clientes imposibilitados para adquirir pinturas de sandías que se convirtieron en clientes potenciales de litografías. Las que más me gustan están tratadas como elementos arquitectónicos con cierto dejo ''metafísico", como si de lejos Tamayo recordara con beneplácito algunas de las arquitecturas de Giorgio de Chirico.
La pieza de sandías, realizada en el Atelier Desjobert de París, encanta inclusive por la manera con la que el fondo blancuzco está tratado: sólo la litografía (y no por ejemplo el aguafuerte) pudo haber producido un efecto tan cercano a lo que es un dibujo pictorizado.
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