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México D.F. Miércoles 25 de febrero de 2004
Luis Linares Zapata
Fox y López Portillo
Coincidieron en el tiempo de manera por demás fortuita. Pero sus semejanzas y disparidades no pasaron desapercibidas y han obligado a las siempre injustas comparaciones. Por un lado ocurrió la ya esperada muerte del último presidente que se revestía con el singular plumaje de la revolución institucionalizada. Por el otro se publicaron datos reveladores de una dolorosa cuenta negativa acerca del desempeño de un gobierno que parece haber perdido la ruta y el sentido para guiar a una república generosa.
José López Portillo (JLP) ha muerto y con él parece desvanecerse toda una arraigada forma patrimonial de concebir y ejercer el poder en el México contemporáneo. Años de abundancia desperdiciados. Crecimiento económico efectivo con reparto del ingreso proporcional entre el capital y el trabajo es una de sus herencias.
Vicente Fox, por su parte, tiene que hacer frente a los indicadores de comportamiento defectuoso recién publicados. Ellos documentan el más pobre de los resultados que se recuerde, medidos por el aumento del PIB (0.63 por ciento) como promedio de los tres primeros, frustrantes y angustiosos años de su sexenio.
El final de JLP se retrasó unos cuantos años, pero suficientes para averiarle su dignidad, característica que hubiera querido mantener intocada durante toda su vanidosa vida. Ni sus más recónditas meditaciones acerca del sentido y la calidad de sus acciones como individuo y hombre de poder alcanzan, ahora que toca el turno a la crítica de su desempeño, a disculparlo, en nombre de la buena fe que se le atribuye, por sus culpas y errores monumentales. Unos lo acusan de haber sometido al país a una dramática crisis económica con efectos terribles que aún se resienten. Otros, llenos de rencores, se regodean marcándolo con el estigma de las devaluaciones del peso, sus propiedades mal habidas o la arbitraria -alegan- nacionalización de los bancos del país. Fox, en cambio, se regodea en la estabilidad cambiaria y la inflación bajo control estricto, así como en haber detenido el deterioro de los salarios. No cabe duda que parte sustantiva de las biografías las inducen aquellos cuyo pasatiempo y destino se agota en acumular fortunas y privilegios o envidiar el derroche ajeno.
El melodrama de JLP en sus últimos años no tuvo recato alguno. Se desplegó de manera por demás cruda ante los azorados ojos de los mexicanos que vieron caer en desgracias de salud y pasión a uno de sus presidentes más gallardos y dotados. Avatares que nublaron una inteligencia que se preciaba de funcionar con rigor hegeliano y de lograr imágenes ejemplares. Sus fidelidades amorosas, repartidas sin orden y concierto, pesaron más que sus deberes para con los demás a la hora de las decisiones que afectaron a la sociedad completa. Las responsabilidades las asumió, en especial las mayores de su vida, de manera por demás gratuita y de esa misma forma las malgastó.
JLP no pudo corregir el rumbo y delinear de nueva cuenta las características de una nación que requería profundas transformaciones en todos y cada uno de los órdenes de su estructura. Luis Echeverría le heredó un país en agonía, enfrentado consigo mismo y retrasado por años en los cambios que requería con urgencia. JLP no pudo, o tal vez no quiso, detener la sangrienta represión contra miles de jóvenes rebeldes que desató Echeverría, dando continuidad a la tristemente famosa guerra sucia, fenómeno que todavía hoy en día anda en busca de su redención. Tampoco supo ayudar a sus gobernados a enderezar la ruta después de las caídas que él mismo provocó. Por el contrario, los empujó con desmesurados alientos de grandeza a manejar una riqueza que resultó, por imprevisiones inexcusables, por demás cruenta para los haberes individuales y colectivos. Aventura que quebró la insustituible confianza personal como requisito indispensable para enfrentar adversidades y bonanzas.
Fox, por su parte, llega al presente con un corte de caja puntualmente reflejado en ese 0.69 por ciento de crecimiento promedio del PIB durante sus tres años de gobierno. El peor que se recuerde y del que puedan dar testimonio aquellos menores de 80 años. La búsqueda de disculpas no hace sino agrandar el agujero que en la historia dejan sus cortas habilidades, preparación insuficiente y desbordado voluntarismo para enfrentar con la crudeza necesaria los cientos de problemas arraigados en la actualidad nacional. En términos de empleos que no se formalizaron, oportunidades de cambio malogradas, exilios forzados por cientos de miles, programas incumplidos, compromisos dejados al azar, permisividad y hasta cómplice apoyo a las ambiciones rampantes de su pareja, la administración de los gerentes presenta un corte de caja quejumbroso y propicio al olvido. Sin embargo, las cuentas ahí están disponibles para todos los que deseen llevar en la buchaca el recuento de los daños como una lección comparada que no ha sido aprehendida a cabalidad.
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