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México D.F. Miércoles 25 de febrero de 2004
EL VERDE DE LOS DOLARES
El
video divulgado anteayer, en el que se observa al presidente del Partido
Verde Ecologista de México (PVEM), senador Jorge Emilio González
Martínez, negociando un soborno de dos millones de dólares,
así como el subsiguiente escándalo, ponen de manifiesto diversas
facetas, todas deplorables, de la vida política nacional.
Por principio de cuentas, la manifiesta utilización
que hace González Martínez de su curul y de su partido para
obtener ganancias económicas ilícitas es indignante, inadmisible
y merecedora de las sanciones legales que correspondan, previo el desafuero
respectivo. Pero es pertinente señalar también que el intento
del llamado Niño Verde por embolsarse 2 millones de dólares
de manera fácil, ilegal e inmoral, no hace más que confirmar,
de manera escandalosa, la percepción popular de que el PVEM es una
lucrativa empresa familiar disfrazada de partido y que la franquicia local
del ecologismo -corriente política respetable y valiosa en el ámbito
internacional- no está gobernada por una propuesta política
definida, por una ideología particular o por un marco ético,
sino por el afán de sus dirigentes de obtener posiciones de poder
y de beneficiarse con los más que generosos subsidios estatales.
En esta lógica, el PVEM de los González Torres y de los González
Martínez puede aliarse un día con el Partido de la Revolución
Democrática, amanecer al siguiente con el corazón cercano
a Acción Nacional y más tarde hacer negocios electorales
con el priísmo.
Esta observación no sólo es válida
para el Verde Ecologista, sino también para una constelación
de institutos pretendidamente políticos que son, en realidad, aventuras
para la obtención de puestos, cargos, recursos oficiales y bienes
materiales diversos. En esa lógica, González Martínez,
sin carrera política y sin más mérito que el de ser
hijo de su papá, llegó a ocupar, en la legislatura antepasada,
la presidencia de la Comisión de Régimen Interno y Concertación
Política de la Cámara de Diputados, dato que pone de manifiesto
las distorsiones a la democracia que suelen generar las patentes partidarias
a grupos sin banderas, sin plataforma y sin un proyecto específico
de nación.
Otra percepción generalizada en la sociedad es
que las corruptelas del Niño Verde, evidenciadas en el video
de marras, no son sino la punta del iceberg de un conjunto de prácticas
corruptas y delictivas en el que participa una porción de la clase
política -en sus diversas expresiones: gobernantes, cogobernantes
y opositores, funcionarios de los tres niveles de gobierno y de los tres
poderes- que no se agota en los González Martínez o los Belsasso.
Por ello, el activo intento del presidente del PVEM de ser beneficiado
con un soborno constituye un golpe demoledor a la credibilidad de los políticos,
de la política y de las instituciones.
Pero esta cadena de descrédito, desgaste y desaliento
no se agota en el ensayo de corrupción de dicho personaje. Desde
otro punto de vista, el video referido es prueba irrefutable de la comisión
de otro delito, el de espionaje, y pone en evidencia que esa práctica
ilegal realizada con propósitos de golpeteo político sigue
siendo una realidad infame en el país del "cambio". Quienes espiaron
a González Martínez -por confesión propia, disidentes
del PVEM- pudieron haber actuado en forma independiente, pero el propio
Niño Verde formuló un señalamiento que no puede
pasarse por alto en contra de la Secretaría de Gobernación
y la Presidencia de la República por haber participado en la grabación
y la difusión del video acusador. Omar Núñez, empleado
del partido, acusó a su vez a Sebastián Carducci y a Santiago
León Aveleyra, disidentes del Verde Ecologista, de haber actuado
en acuerdo con el secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda.
Para ello, Núñez exhibió una conversación telefónica
con esos dos opositores internos de González Martínez. Resulta
difícil, en medio de semejantes baños de fango, discernir
cuál de los bandos en disputa por el registro del PVEM ha actuado
en forma más inmoral e inescrupulosa. Pero resulta obligado, al
mismo tiempo, exigir al Ejecutivo federal y a la Secretaría de Gobernación
una explicación exhaustiva de su papel en la mefítica crisis
por la que atraviesa esa organización.
La tarea de limpieza, moralización y depuración
que se requiere ante este encabalgamiento de escándalos será
enorme y prolongada, pero indispensable si se pretende restituir algo de
la credibilidad de los políticos en este país. En primer
término, resulta obligado esclarecer hasta dónde llegaron,
en la corrupta maniobra propuesta en el video, el propio González
Martínez, los empresarios Luis Lara y Francisco de Paula León,
el disidente ecologista Santiago León Aveleyra, así como
los funcionarios del municipio de Benito Juárez, Quintana Roo, Juan
Ignacio García Salvidea y Julio Rodríguez. Es preciso, asimismo,
iniciar las acciones penales que correspondan en contra de los involucrados
en semejante tráfico de influencias. Pero para que esas gestiones
resulten mínimamente verosímiles es necesario también
indagar la posible participación de funcionarios gubernamentales,
sea cual fuere su nivel, en el bochornoso e indignante episodio. Pero,
más allá de posibles culpas penales, al conjunto de la clase
política nacional le corresponde la enorme responsabilidad moral
de haber permitido, por medio de alianzas, cálculos pragmáticos
e inmorales y negociaciones electoreras, que los grupos que se disputan
el PVEM hayan llegado a tener protagonismo en las maltrechas instituciones
del país.
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