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México D.F. Miércoles 25 de febrero de 2004
José Saramago
Contra la insignificancia en AL
Me gustaría apuntar dos reflexiones que desde mi punto de vista tienen suma importancia, al margen de las palabras de Marcos y de lo que diga Gloria, que es lo más relevante de este encuentro.
Nosotros necesitamos de símbolos. Vivimos bajo el recuerdo e incluso la impronta de mitos, algunos antiguos, otros recientes. Los mitos y los símbolos de alguna forma nos alimentan, pero puede ocurrir que de tanto pensar en los mitos y en los símbolos nos encontremos en una situación en que si miramos más de cerca, esos mitos y esos símbolos ocultan la realidad.
Lo voy a explicar de otra forma: queremos estar hablando de realidad, pero en el fondo estamos hablando de mitos. Hay palabras alrededor del zapatismo y que circulan entre nosotros: Marcos, ''La Selva Lacandona", ''Acteal", ''San Cristóbal de las Casas", ''Oventic", o nombres de personas, como el Comandante David, la Comandante Ramona, la Comandante Esther o el Comandante Moisés. Y todo esto, aunque sean realidades, por el uso que hacemos de las palabras las convertimos en símbolos.
No quiere esto decir que eso sea malo, pero hay que manejar los símbolos con muchísimo cuidado, sobre todo de ideas que para nosotros son importantes, como en el caso del zapatismo. Lo que quiero decir con esto es que deberíamos hacer un esfuerzo para imaginar y poner en nuestra cabeza las condiciones reales de la vida desde hace 20 o 10 años, según se entiende, de un puñado de hombres y mujeres que han renunciado a las comodidades de la civilización. Ahora mismo es noche en la Selva Lacandona, se sufre frío, quizá llueva; por lo tanto no tiene nada que ver con nuestra calefacción y comodidad. Estos son 20 años teniendo que aguantar frustraciones, derrotas, pobreza, la violencia, enfermedades, muertes; todo eso es la realidad que está por detrás de los símbolos. Marcos se ha convertido ya más que en un símbolo, en un mito. Pero es un mito en el que yo creo, que ha sangrado sobre la tierra.
Lo que quiero decir es que no se trata de una película en la que el héroe cae del caballo y no le pasa nada. Los zapatistas han estado 20 años -šno 20 meses!- en una vida consagrada a una causa, que es compartida por nosotros, pero lo hacemos desde fuera, sin vivir la realidad dura, difícil de soportar en la selva Lacandona. Las cosas que están pasando en Chiapas no son acciones espectaculares que se observan en los medios de comunicación, aunque a veces sean tergiversadas o manipuladas. Pero tal y como están las cosas ahora, pareciera que no pasa nada en Chiapas, pues como no se publica en los medios es como si no pasara nada. Pero sí pasan cosas.
Y por otra parte, y con esto quiero terminar, quiero decir que América no es sólo Chiapas. Los indígenas de Chiapas no son todos los indígenas de América. Desde el Río Grande hasta la Patagonia hay indígenas de los que, por esto o por aquello, no se habla. A pesar de que su situación no es menos mala. Lo que pasa es que en el caso de Chiapas, después del alzamiento y de todo lo que ha hecho el EZLN se ha convertido en un fenómeno mediático. Pero tenemos que pensar en el silencio aparente en América Latina a todo lo que tenga que ver con los indígenas de todos los países, de todas las comunidades y las más distintas.
Hace pocos días, en Quito, mi mujer, Pilar del Río, y yo tuvimos una reunión con representantes de las comunidades indígenas y la historia es la de siempre. Pero si miráramos las cosas con un poquito más de atención hay una cosa que deberíamos tener siempre presente cuando hablemos sobre la situación de las comunidades indígenas en América Latina: los dueños de la tierra hace 500 años eran los indígenas. Yo tengo una fórmula para definir lo que ha pasado en todo ese tiempo: en estos 500 años se ha perpetrado un genocidio lento. No es el genocidio que uno mira y no puede decir que no haya ocurrido; este es un genocidio lento que parece no tener prisa, pero que poquito a poco va eliminando etnias, comunidades, culturas, idiomas y existencias. Todo esto se hace como si el propósito fuera limpiar de América, de una vez y para siempre, todo lo que tenga que ver con los indígenas y dejar todo el espacio a los triunfadores. Y los triunfadores, querámoslo o no, somos nosotros. Es decir, no nosotros en forma literal pues no tenemos nada que ver el poder, pero de todos modos pertenecemos al grupo cultural que ha ocupado espacios en América y que ha reducido a los dueños de la tierra a la esclavitud, al desprecio y a la humillación.
Esa es la historia de América, entonces cuando hablamos de Chiapas y de esas palabras que se convirtieron en símbolos: EZLN, Marcos, Selva Lacandona, no podernos quedarnos ahí aunque nos sintamos muy bien con nuestra conciencia apoyando a los zapatistas. Hay que recordar que los zapatistas no son los únicos de América, un continente que está plagado de gente que vive en circunstancias inhumanas.
Lo que quiero decir con esto es que ese interés directo que tiene que ver con el zapatismo se ensanchara, se ampliara y mirara a toda América, si queremos hacer algo por los indígenas. Y sobre todo porque creo que América Latina es un continente muy conflictivo en todos los sentidos, por lo que a lo que yo aspiro, sin renunciar a los símbolos y a los mitos, que de eso también vivimos y los necesitamos casi como necesitamos a las ideas, es que América Latina piense en ella como una especie de caleidoscopio, muy diversificado y que tiene algunas partes iluminadas y otras en la oscuridad. Afortunadamente desde años que Chiapas es una parte iluminada del caleidoscopio, pero no olvidemos que las sombras siguen ocultando regiones y comunidades enteras.
Hace unos días un escritor muy conocido, que prefiero no citar por su nombre, ha dicho que el movimiento indígena en América es un peligro para la democracia. Es algo sencillamente monstruoso. No se puede decir eso, en primer lugar por lo que significa de insensibilidad histórica, y en segundo lugar, porque es la negación misma de los hechos.
Si hay alguna esperanza para América Latina ello consiste en la emergencia de los pueblos indígenas y el respeto de la sociedad civil, que necesita la presencia, la cultura, esa forma de ser paciente, muchas veces silenciosa pero que es un silencio elocuente, la mirada, la riqueza, el sentido que son los indígenas de América Latina. Los auténticos señores y dueños de la tierra reducidos a la insignificancia y contra esa insignificancia es por la que tenemos todos que luchar, porque ellos no son insignificantes, al contrario, al menos así lo pienso, ellos son la esperanza viva -todavía- de América Latina.
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Texto leído por el premio Nobel portugués durante la presentación del libro de la periodista mexicana Gloria Muñoz, EZLN. 20 y 10. El fuego y la palabra, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid
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