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México D.F. Jueves 26 de febrero de 2004
HAITI: EVITAR LA MATANZA
El
aún presidente de Haití, Jean Bertrand Aristide, recibió
en días pasados un equívoco e improcedente respaldo de los
gobiernos estadunidense, francés y canadiense, así como de
la Comunidad de Países del Caribe (Caricom). Los mediadores internacionales
ofrecieron a la oposición civil haitiana un plan de paz inaceptable,
en la medida en que estipulaba la permanencia en el poder del corrupto
y autoritario presidente. La prolongación del régimen del
ex sacerdote salesiano generó un indeseable margen para el fortalecimiento
y la expansión de los grupos paramilitares que hasta hace poco mantenían
alianzas con Aristide y que ahora, sublevados, controlan una buena parte
del territorio de la nación caribeña y se acercan a la capital,
Puerto Príncipe, llevando consigo la amenaza de un baño de
sangre.
El rápido y casi irreversible deterioro del gobierno,
la falta de respaldo internacional a los opositores democráticos
y el avance vandálico de los ex tonton macoutes en el norte
han creado una circunstancia de catástrofe en la nación caribeña,
y para enfrentarla se han conformado, en Washington y en París,
actitudes divergentes. El presidente George W. Bush, en una expresión
primaria de la mentalidad militarista imperante en la Casa Blanca, habla
de enviar a Haití "una fuerte presencia de seguridad" y de establecer
un cerco marítimo para impedir la llegada a Estados Unidos de una
eventual oleada de refugiados procedentes de ese país. El canciller
francés, Dominique de Villepin, en cambio, sin oponerse a la conformación
de una "fuerza civil de paz" para evitar una matanza, pone el énfasis
en la necesidad de construir una salida política viable para la
crisis haitiana.
De acuerdo con las versiones procedentes de París,
el Quai d'Orsay ha concluido que Aristide debe abandonar el poder, cuyo
régimen, según De Villepin, "ya se ha alejado de la legalidad
constitucional". La conclusión lógica de esa apreciación
es que resulta necesario organizar unas elecciones presidenciales. Fuentes
de la cancillería francesa afirman que esos comicios tendrían
que realizarse antes de junio, es decir, muy pronto.
La postura de París parece aportar un camino practicable
para el restablecimiento de condiciones políticas mínimamente
democráticas en esa ex colonia francesa, toda vez que propone acompañar
el despliegue de la fuerza de paz con medidas como acciones de ayuda humanitaria,
envío de observadores de derechos humanos, asesoría para
el desarrollo del proceso electoral y asistencia sostenida para la reconstrucción
del país. Washington, en cambio, carece, a juzgar por las declaraciones
de Bush, de más opciones que desplegar gendarmes en el territorio
haitiano, estrategia que, de concretarse, fortalecería a las bandas
de ex soldados que se encuentran a las puertas de Puerto Príncipe.
Ciertamente, la prioridad coyuntural es impedir que ocurra
en la infortunada nación caribeña una matanza como las muchas
que han marcado su historia, y en esa perspectiva tal vez resulte inevitable
desplegar allí una fuerza policial internacional. Pero la comunidad
internacional, y especialmente Francia y Estados Unidos, tienen una deuda
moral histórica con la población haitiana, y para saldarla
deben proponer medidas concretas y efectivas para la construcción
de una institucionalidad democrática y un desarrollo económico
sostenible en la patria de Toussaint L'Ouverture.
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