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México D.F. Domingo 29 de febrero de 2004
El Código de Justicia Militar prohíbe
acatar mandatos que impliquen cometer crímenes
"Sólo obedecía órdenes", escudo
en el que se parapeta Miguel Nazar Haro
Según Ignacio Carrillo, durante la guerra
sucia el gobierno buscó aniquilar a la disidencia
CARLOS FAZIO/II
Detenido en el penal de Topo Chico, golpeada su personalidad
narcisista que lo llevó a idealizar su actividad y sus fines ilícitos
como miembro de la temible Dirección Federal de Seguridad (DFS)
y apremiado por un cúmulo de denuncias que lo identifican como autor
de detenciones-desapariciones y del uso sistemático de tratos brutales
y ataques sádicos para colocar en una dependencia extrema y degradar
masiva, síquica y biológicamente a sus prisioneros durante
la llamada guerra sucia, Miguel Nazar Haro se ha atrincherado ahora
en dos palabras: "Soy inocente".
Niega
todo y se queja de que "los errores de la fiscalía" lo van a matar.
El, que fue parte de una maquinaria terrorista de Estado, cuyo mecanismo
lo llevó a una dinámica de burocratización, rutinización
y naturalización de la tortura y la muerte; que ejerció un
derecho de vida y muerte sobre sus prisioneros, y que, como en el sueño
nazi de los hombres que se desvanecen en la noche y en la niebla, "desapareció"
detenidos a voluntad, amparado en la arbitrariedad y la impunidad del poder.
Es probable, como afirman algunas de sus víctimas,
que Nazar posea una personalidad sicopática propia de los individuos
autoritarios, exacerbada por la ambivalencia del mundo en el que se movió:
los sótanos del sistema represivo priísta de los años
60 y 70. Probable, pero no forzoso. Aunque es obvio que él y sus
"guerreros sucios" de la DFS vivieron en constante tensión. Entre
el miedo y la agresividad, entre su vivencia de perseguido y su papel de
perseguidor (Nazar ha declarado que el origen del nombre Brigada Blanca
se debe a que sus integrantes se sentían el "blanco" de la Brigada
Roja de la Liga Comunista 23 de Septiembre).
Desamparado por sus antiguos protectores en México
y Estados Unidos (a quien sirvió como prototipo cipayo de los agentes
del espionaje político formados en las escuelas de contrainsurgencia),
sintiéndose chivo expiatorio, ese patriota duro que
llegó a autodefinirse como "institucional hasta la muerte", recurre
ahora de modo tácito a la "obediencia debida": admitió ante
el juez que lleva la causa en Monterrey que todo lo que hizo en los "años
de plomo" lo informaba diariamente al presidente de la República.
En efecto, él no pudo haber operado en términos individuales
sino corporativos. Actuó, ha dicho, "por razones de Estado". Desvalido,
se acurruca ahora en el síndrome de Eichmann: aduce que fue
sólo un "receptor de órdenes" (befehlsempfänger).
Fue un eslabón, sí. Un engranaje eficaz de una maquinaria
clandestina de exterminio. Pero su función subordinada no lo exime
de responsabilidades.
Tres tristes tigres
Cabe consignar que luego de su "traspié" como jefe
de una banda de roba-autos en California -cuando el policía nacionalista
y patriota fue salvado de ir a prisión por la oportuna protección
que le brindaron la administración Reagan y la Agencia Central de
Inteligencia (CIA)-, Nazar tuvo que dejar la dirección de la Federal
de Seguridad. Su salida de la institución, el 13 de enero de 1982,
coincidió con la derrota militar de los remanentes de las guerrillas
de los 70 que dejó sin materia de trabajo a los "guerreros sucios"
de la Brigada Blanca. No obstante, los grupos de elite de las diferentes
corporaciones adscritas a la seguridad del Estado se refuncionalizaron,
conservaron autonomía y explotaron su habilidad "profesional", dando
origen a una cadena de man- do criminal y mafiosa -vinculada al narcotráfico,
los secuestros, el robo y contrabando de automóviles y otras lucrativas
actividades ilícitas- organizada desde el corazón mismo del
sistema. Como tapadera de sus empresas criminales, algunos antiguos mandos
de la DFS montaron agencias de seguridad. Nazar, entre ellos; nada menos
que en Morelos en la época en que florecieron los secuestros.
A pesar de sus antecedentes criminales, Nazar sería
"rescatado" en un momento de crisis del sistema autoritario priísta.
La desprolija rehabilitación de Nazar como policía al servicio
de la "seguridad nacional" se dio tras el levantamiento zapatista. Precisamente,
junto con los generales Francisco Quirós Hermosillo y Mario Acosta
Chaparro, sus viejos compinches de la guerra sucia. Los tres fueron
llamados a formar parte de la anticonstitucional Coordinación de
Seguridad Pública de la Nación, creada por Carlos Salinas
de Gortari mediante decreto presidencial el 26 de abril de 1994, a cuyo
frente estuvo Arsenio Farell Cubillas. Los tres están ahora presos,
enjuiciados por los crímenes de la guerra sucia.
El poder civil utilizó entonces a un grupo de elite,
compuesto por elementos del Ejército y la policía, para exterminar
disidentes y aniquilar poblaciones enteras. Como ha venido sosteniendo
Ignacio Carrillo Prieto, titular de la Fiscalía Especializada en
Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), "sólo
con la orden del jefe supremo del país se pudo operar así".
Según Carrillo, el gobierno adoptó un grupo de medidas tipificadas
como ilegales en el derecho penal y los tratados internacionales vigentes
(privación de libertad, tortura, desaparición forzosa, ejecuciones
extrajudiciales, homicidios calificados), para "aniquilar" a un grupo disidente
armado, fraccionado en distintas siglas, mediante "el uso ilegal de la
fuerza".
Hubo una "intención manifiesta" de aniquilar y
desaparecer disidentes; una acción "diseñada desde el más
alto nivel del Estado" para acabar por la vía de la fuerza a "grupos
enteros" de nacionales, lo que cae bajo la normatividad de delitos de lesa
humanidad. El fiscal se basa en una orden expresa del ex secretario de
la Defensa Nacional, general Hermenegildo Cuenca Díaz, para "exterminar"
a Lucio Cabañas y su guerrilla en Guerrero. Pero afirma tener más
pruebas.
Eso se enmarca, además, en la resolución
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que el año
pasado consideró procedente la extradición a España
del ex torturador argentino de la Escuela de Mecánica de la Armada
(Esma), Ricardo Miguel Cavallo (ex director del Registro Nacional de Vehículos
en México), para que se le juzgara por el delito de genocidio. Es
decir, la represión homicida contra un "grupo nacional", donde no
cabe alegar prescripción porque es un delito de los denominados
de carácter permanente, donde la prescripción no comienza
hasta ser hallada la persona detenida.
De órdenes y perversidades
De manera falaz y cobarde, sectores interesados (o implicados)
que argumentan "espíritu de cuerpo", suelen manejar un concepto-trampa
para justificar la represión durante la guerra sucia. Se
amparan en la ejecución de "órdenes de servicio" o de "operaciones"
que disponían emprender acciones de "aniquilamiento" en contra de
la "subversión" y el "enemigo apátrida". Pero la "obediencia
debida" en el cumplimiento del deber tiene límites. Además,
en rigor, el aniquilamiento, en términos de conducción militar,
es la fase final del ataque que sigue a otra llamada de persecución
y que procura quebrar la voluntad de lucha del adversario, lo que se materializa
en la rendición del rival.
Según el mayor general J.F.C. Fuller, "el objeto
de la guerra no es asesinar ni devastar, sino persuadir al enemigo a cambiar
de idea" (La Segunda Guerra Mundial, 1950). Lo que sucedió
en México fue la captura de implicados y de muchos sospechosos e
inocentes, y su asesinato o desaparición forzosa, previo tormento.
Ninguna ley o reglamento militar instruye eso. La Ley de Disciplina del
Ejército Mexicano previene: "queda estrictamente prohibido al militar
dar órdenes cuya ejecución constituya un delito; el militar
que las expida y el subalterno que las cumpla serán responsables
conforme al Código de Justicia Militar (artículo 14)". En
consecuencia, tanto impartir como acatar una "orden" que no sea del servicio,
convierte tal acción en una servidumbre (en su sentido de sujeción
grave o acto de someterse al dominio, señorío o disposición
de alguno). Asimismo, para quien la imparte, es un abuso de autoridad,
y para quien la obedece, un acto de complicidad. Un soldado no es una máquina
o un animal, menos un sicario.
Pero, además, según el eslabón (o
jerarquía) de la cadena de mando, se requieren grados de reflexionabilidad
y complejidad. No es lo mismo una orden del presidente de la República,
en su condición de comandante en jefe de las fuerzas armadas, que
la orden de "firmes" y "descanso" que imparte un cabo a su pelotón.
De allí lo que se llama "responsabilidad del mando". Ergo,
la responsabilidad de Luis Echeverría y José López
Portillo es mayor que la de Nazar, Acosta, Quirós y la veintena
de militares enjuiciados por la guerra sucia, más los que
resulten responsables.
Por otra parte, familiares de Nazar Haro -como antes militares
retirados y en funciones- han recurrido ahora al lenguaje ramplón
y quejumbroso de que fue un hombre que luchó en "defensa de la patria"
y de una "ideología mexicana única" o "nacionalista", atacadas
por "grupos de aventureros" y "vendepatrias". Con eso se intenta justificar
la guerra sucia. El vale todo. Pero ningún profesional de
las armas puede afirmar, con honestidad, que bajo determinadas circunstancias
son moral y jurídicamente admisibles los horrores cometidos por
una parte del Ejército y la policía adscrita a la Brigada
Blanca. Ningún comandante puede sustentar sus decisiones -sus
órdenes- sobre la base de la aplicación de una suerte de
Ley del Talión.
Tampoco es válida una obediencia ilegítima
o inmoral o la pretensión de haber padecido coacción de un
oficial superior. El sentido común moral y el entendimiento normal
vetan la comisión de matanzas como las de Tlatelolco y el halconazo
del Jueves de Corpus del 71. En el juicio sobre la masacre de My-Lay,
la aldea vietnamita, ordenada por el teniente Calley del ejército
de Estados Unidos, los soldados que se negaron a disparar nunca fueron
objeto de castigo. Nadie puede ordenar arrasar aldeas enteras, como ocurrió
en la sierra de Guerrero durante la guerra sucia, ni tirar prisioneros
al mar. Quienes lo hicieron y sus mandos superiores deben ser castigados.
No se puede alegar que se ha ma-tado injustamente en nombre de la justicia.
Es la justicia la que exige que las matanzas injustas reciban su condena.
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