México D.F. Domingo 7 de marzo de 2004
Rolando Cordera Campos
El derecho de saber
No hay excusa. La democracia en pañales sigue la cuenta de su incontinencia y falta de sentido de la realidad y la distancia, así como de su incapacidad para incorporar a sus reflejos primarios las llamadas de la memoria y las lecciones de la historia. Por ahí habría tal vez que haber empezado, pero había demasiada prisa y llegó la hora de pagar las primeras facturas por tanto olvido y precipitación.
De hecho, es eso lo que ha ocurrido con el país por lo menos desde 1995, cuando hubo que admitir que el cambio estructural no se había coronado con el TLC y más bien daba cuenta de sus muchas fallas e inercias, en parte debidas a la precipitación con que se realizó y al rupestre dogmatismo neoliberal que lo inspiró. El presidente Zedillo pensó que con más de lo mismo y un nuevo ajuste draconiano en materia fiscal se saldría a flote, y por un tiempo pareció que así era.
El boom estadunidense y la devaluación de ese año hicieron su tarea y la economía pareció haber superado la "maldición sexenal" de que entonces escribiera el economista Jonathan Heath, pero lo que ocurrió es que la jettatura sólo cambió de piel. A partir de finales del año de gracia zedillista de 2000, la economía inclinó el pico y nos trajo hasta aquí, a un país deprimido, dominado por la informalidad laboral y mental, y ahora presa inerme de sus propios fantasmas y leyendas negras, condensadas en la corrupción y la irresponsabilidad seculares de sus grupos gobernantes.
Pareciera que se trata de convencernos de que no tenemos remedio y que eso de la democracia debe reducirse al voto trienal, sin traspasar las barreras de lo único formal que hemos sido capaces de construir: el voto en las urnas y las deliberaciones rutinarias del Consejo General del IFE. Más allá de eso, se nos propone con la catarata de revelaciones y juicios sumarios desde el ágora mediática, sólo puede haber trampas burocráticas, triquiñuelas de empresarios arribistas y sin principios, funcionarios esclavos de los vicios privados que el Príncipe electrónico pronto convertirá en expiación pública. Decadencia sin auge del nonato imperio mexicano. Nada de presidencia imperial, pura ínsula barataria.
Insistir en la necesidad de respetar los procesos legales y los derechos humanos de todos no debe entenderse como un subterfugio para desviar la atención ciudadana. Tampoco debería soslayarse la preocupación por el origen y motivos de la fuente de las revelaciones, sobre todo cuando algunas de éstas están en los linderos de la seguridad interior del Estado o la intervención o aquiescencia de agencias de otros estados.
Sin duda, la corrupción está en el centro, y ahí debe quedar hasta que el sistema político encuentre cauce para enfrentarla eficazmente con las armas del estado de derecho. Eso no debería discutirse pero hay que hacerlo porque los daños son mayores y la que en primer lugar los resiente es la democracia misma, rasero primordial de todo acto justiciero emprendido en tribunales, estudios de televisión o talleres de video.
Raúl Trejo advierte en su columna del viernes pasado: "Lo que no quieren entender los promotores y panegiristas de los videotrancazos es que, junto con González, Ponce y Bejarano, así como sus respectivos grupos y partidos, está siendo descalificada la actividad política y la capacidad de las instituciones para encauzar la disputa por el poder" (La Crónica, 5 de marzo, página 7). Es esto lo que está en juego, porque es sólo desde el proceso democrático formal y cotidiano que el país puede fijar sus prioridades, asignar sus recursos, juzgar a sus políticos y gobernantes.
No puede admitirse, al menos no desde el código democrático que deseamos aprender e implantar en México, que la agenda nacional sea fijada al gusto del que en cada ocasión tenga el micrófono o acceso al transfer. Aceptar una situación así es aceptar el "método del caracol" que organizaba la república terrífica de los niños de El señor de las moscas, de William Golding.
El poder constituido vuelve a fallarle a los mexicanos. El presidente Fox agarra viaje y grita "šAl ladrón!", mientras suple la evidente y monstruosa falta de control republicano sobre los gobiernos del Estado con una fantasiosa "contraloría ciudadana y social", que cual curandera legendaria se encarga de la depuración del cuerpo mexicano. Eso no es la democracia ni puede admitirse que sea el cambio, salvo que por él se entienda el tránsito a la república como videoclub.
La autocrítica que Carlos Monsiváis le receta al PRD y al gobierno capitalino debe extenderse al conjunto del sistema ahora en inminente peligro. Dejamos de vivir peligrosamente el estreno democrático con una alternancia parroquial y nos adentramos a los círculos infernales de una crisis política sin agarraderas ni cimientos, salvo los que los ciudadanos puedan inventar y hacer que los políticos construyan a partir de ahora. Nada de esto se hará al ritmo ridículo de las encuestas y el maquillaje. La hora de saber ha llegado y no debería impedirlo el secreto profesional o el culto a la majadería irrespetuosa de los payasos. Lo malo es que mon general De Gaulle no merodea por estos lares. Estamos solos.
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