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México D.F. Viernes 12 de marzo de 2004
MONSTRUOSIDAD
La
repudiable demencia criminal que se abatió ayer por la mañana
en Madrid ha sumido en el luto a España, a Europa, a Latinoamérica
y al mundo. Hay dolor y rabia por los muertos inocentes y sus deudos, por
los heridos, por los mutilados y por los nuevos adeptos -muchos, seguramente-
que el odio y la intolerancia ganaron en esta tragedia.
El duelo no es sólo por la pérdida de vidas
y la ruptura de destinos personales, sino también por la desaparición
brusca de remanentes de paz, de razón y de convivencia en el planeta.
Lo desolador no es sólo el saldo de devastación y muerte,
sino el macabro recordatorio de una nueva guerra mundial en curso en la
que nadie, salvo tal vez los accionistas de Halliburton y sus ocultos socios,
va a ganar nada.
La carta en la que se reclama la autoría del atentado
es apabullante en su sadismo, en su crueldad y en su crudeza: "Nosotros
en las Brigadas de Abu Hafs al Masri no nos entristecimos por la muerte
de civiles. ¿Es legítimo que ellos maten a nuestros niños,
mujeres, ancianos, jóvenes, en Afganistán, Irak, Palestina
y Cachemira, mientras que es pecado que nosotros los matemos a ellos?"
La venganza como sustituto de la justicia es injustificable y condenable,
y el designio asesino contra los pasajeros de trenes españoles agravia
a la humanidad en su conjunto. Pero las bombas, la carta y las trazas de
los criminales en un vehículo abandonado en Alcalá de Henares
establecen un vínculo insoslayable entre las muertes de inocentes
en Madrid y las muertes de inocentes en Afganistán e Irak, y colocan
la masacre de la capital española en el teatro de operaciones de
la "guerra contra el terrorismo" iniciada por George W. Bush días
después del 11 -otro 11- de septiembre de 2001 y, particularmente,
en el operativo de invasión, arrasamiento y ocupación
de Irak por el ejército estadunidense y sus auxiliares británicos
y españoles.
El horror que hoy vive España es consecuencia directa
de la errada decisión de José María Aznar, quien en
mala hora colocó a su país en el bando de los agresores en
un conflicto ajeno y remoto. Cuando, hace precisamente un año, la
ciudadanía española se volcó masivamente a las calles
para repudiar la participación de su gobierno en la incursión
criminal contra Irak -no contra el régimen de Saddam Hussein, sino
contra los iraquíes en general-, lo hizo por un principio ético
antiguo y simple que recomienda no causar al prójimo un daño
que no se desee para sí mismo. La sociedad actuó, entonces,
con la sensatez, el humanismo y el buen sentido de los que carecieron Aznar
y sus secuaces. Los ciudadanos de España, como el conjunto de las
personas de buena voluntad en el mundo, sabían que, tarde o temprano,
el descuartizamiento de seres humanos en las calles de Bagdad, Basora,
Mosul y Tikrit por bombas y misiles inteligentes habría de
provocar el descuartizamiento de seres humanos en las calles de Madrid,
Londres o Washington; deseaban evitar en Irak el dolor y la devastación
que no querían para España. El todavía ocupante de
La Moncloa no quiso entonces escuchar ni ver a sus conciudadanos, ni a
los millones que pidieron evitar la guerra, ni atender las advertencias
sobre los peligros que implicaba colocar al país en posición
de enemigo de los árabes y de los musulmanes; ni compadecerse de
los miles de ciudadanos iraquíes que, sin haber causado daño
alguno a los españoles, ni a nadie, iban a ser irremisiblemente
masacrados.
Aznar se equivocó hace un año y ahora no
quiere reconocer al enemigo que él mismo se construyó. Durante
todo el amargo día de ayer, él y su gobierno, acompañados
por buena parte de la clase política madrileña y por los
medios informativos españoles, atribuyeron en automático
el atentado a ETA y propiciaron, de esa manera, con una irresponsabilidad
aterradora, el linchamiento del conjunto de los vascos nacionalistas democráticos
y la confrontación fratricida. "Han matado a muchas personas por
el mero hecho de ser españoles", dijo mentirosa y perversamente
Aznar. La verdad es que -y ello no exime a los agresores de su enorme responsabilidad
criminal- mataron a ciudadanos de un país cuyo gobierno consintió
y alentó, a su vez, el asesinato masivo de iraquíes. Adicionalmente,
el gobernante español aprovechó para seguir sembrando en
la opinión pública de España reflejos condicionados
que homologan independentismo vasco con terrorismo.
Tras la aparente necedad había un cálculo
político preciso: si los responsables hubiesen sido los etarras,
ello habría beneficiado políticamente al grupo gobernante,
justificado las estrategias represivas y autoritarias del Partido Popular
contra todo el espectro político vasco y mejorado las perspectivas
electorales inmediatas de Mariano Rajoy y demás candidatos del PP.
En cambio, si los autores de la atrocidad fueran, como indican todos los
elementos disponibles, los fundamentalistas islámicos, ello podría
remover ante la sociedad española la indignación por el uncimiento
del país a una aventura intervencionista injusta y sangrienta.
Ahora bien: el que ETA sea ajena a los brutales atentados
de ayer no aligera las responsabilidades criminales de esa organización
terrorista ni le otorga ningún margen moral para seguir existiendo.
El terrorismo etarra es tan injustificable como cualquier estrategia que
admita el recurso al asesinato de civiles, como la de Al Qaeda y la del
trío Bush-Blair-Aznar. Las convicciones brutales de ETA -cuya bandera,
el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los vascos,
sabotea con sus actos- y la vocación autoritaria, antidemocrática
y represiva de los actuales gobernantes españoles son, actualmente,
los principales factores de riesgo para la convivencia pacífica
y civilizada entre vascos y españoles. Por el bien de unos y de
otros, por el bien de todos, ETA debería desaparecer. Las diversas
corrientes y organizaciones del nacionalismo vasco, por su parte, tienen
ante sí el desafío de persistir en la lucha social y política
pacífica, aun a pesar del descarado empeño de las autoridades
de Madrid por cancelarles cualquier posible espacio institucional y democrático.
No debe omitirse, finalmente, el dato significativo de
que los atroces ataques de lo que ya se conoce en España como el
11-M ocurren justamente a tres días de las elecciones. La ciudadanía
española tendrá el domingo próximo la oportunidad
de echar al PP del gobierno, lo que implicaría, entre otras cosas,
sacar a España del Irak ocupado y de la guerra en curso y ahorrarse,
de esa forma, horrores y sufrimientos adicionales. Cabe esperar que la
sensatez y la serenidad requeridas para ello logren abrirse paso en el
panorama de dolor, rabia y desconcierto de las horas presentes.
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