México D.F. Domingo 14 de marzo de 2004
MAR DE HISTORIAS
Víctimas del terror
Cristina Pacheco
a puerta de la oficina de contrataciones sigue cerrada. En la fila de solicitantes se escuchan protestas. El hombre que antecede a Herminio Cortés da un paso a la izquierda y se dirige a la edecán:
-Señorita, Ƒpasa algo? -Le muestra su reloj: -Se supone que las entrevistas no deben durar más de quince minutos.
La edecán, azorada, consulta el instructivo:
-De hecho ese punto no está especificado, señor.
-Pues debería -protesta el hombre que, como todos los solicitantes, lleva prendido a la chamarra un gafete de identificación: Ramiro Peña-. Estoy aquí desde las nueve de la mañana. Va a dar la una.
Su gesto de contrariedad se borra al ver que del módulo de contacto humano sale un hombre corpulento, enfundado en un traje muy estrecho para sus proporciones. Se oye una voz anónima: "El difunto era más flaco". Sin conceder importancia a la broma, Ramiro Peña se precipita:
-ƑYa puedo entrar? -No espera la respuesta.
La edecán levanta los hombros y se dirige a Herminio:
-ƑTodo en orden?
Cohibido por la juventud y belleza de la muchacha, Herminio inclina la cabeza y finge revisar los papeles ordenados dentro del fólder de plástico que le prestó su nieto. La edecán se aleja repitiendo la misma pregunta ante la fila de solicitantes.
Sin la joven cerca, Herminio se tranquiliza. Siente un golpecito en el hombro. Se vuelve y descubre a una mujer pequeña, con el cabello ralo teñido de rubio y las mejillas encendidas de colorete:
-ƑSe podrá fumar aquí?
-No hay ningún letrero que lo prohíba -contesta Herminio Cortés mirando a su alrededor.
La mujer saca de su bolsa de plástico blanco una cajetilla de cigarros, pero enseguida la guarda:
-Mejor me aguanto. Podría dar mala impresión-. Ríe y deja al descubierto los dientes falsos. Toma de la manga a Herminio y lo obliga a inclinarse: -Si no consigo el trabajo, de todos modos ya salí ganando: mi ahijada me regaló mi dentadura. Ella nunca había querido comprármela, pero cuando le dije que vendría a buscar trabajo, no sé de dónde sacó el dinero, me la compró.
Herminio teme que su vecina sea una conversadora compulsiva y le da la espalda. Necesita concentrarse y recordar lo que le preguntarán: edad, profesión, años de experiencia, fecha en que fue contratado por última vez. Primero de julio de 1986. Lo recuerda bien porque fue el año en que nació su nieto. Le heredó su buena estatura y su nombre, pero el muchacho prefiere que lo llamen Hermann. "Se oye menos naco que Herminio". El recuerdo de esa explicación lo hace reír. Ve que la edecán lo observa y para rehuirla se vuelve a su vecina. Antes de hablarle lee el gafete prendido a la blusa floreada:
-ƑUsted, doña Graciela, tiene nietos?
-No tuve hijos, no me casé-. Suspira: -Mis papacitos no me dieron permiso. De sus once hijos fui la única mujer y me tocó quedarme con ellos para cuidarlos. Ni a la escuela me dejaron ir.
-ƑNo trae ningún certificado?
-No, pero no le hace. Ya he ido a otras ferias del empleo y a personas como yo no les piden más que ganas de trabajar. Y eso me sobra, a pesar de que ya tengo mis añitos-. La cara de Graciela se contrae y las marcas en su piel, bajo el grueso y torpe maquillaje, se acentúan: -ƑCuántos me echa?
Herminio siente verdadera simpatía hacia su vecina:
-Pues no sé...
Graciela vuelve a tomarlo del saco para obligarlo a que se incline y escuche su murmullo:
-Un montón y no me da pena. Los que estamos aquí somos betabeles. Se nos nota, aunque hoy todos nos vemos bien chulitos gracias a que aquí también nos dieron nuestra hojalateada-. Graciela se esponja el cabello con los dedos: -Llevaba tres años sin dinero para pintarme el cabello. Cuando supe que en esta feria se lo teñían a uno gratis, más ganas me dieron de venir.
-Y en otras ferias, Ƒconsiguió trabajo?
-De barrer y trapear nomás-. Graciela aprieta los labios, como si temiera perder la dentadura. -Y me doy de santos: vieja y sin estudios...
-Ingeniero Herminio Cortés. Su turno.
Al escuchar el llamado de la edecán, Herminio se estremece:
-Presente-. Al pasar junto a la empleada no puede reprimir un gesto de vanidad: -Aquí llevo mis títulos y algunos reconocimientos que me han dado. Tengo copias de todo. ƑSe las dejo?
La edecán le sonríe condescendiente, lo invita a pasar y le abre la puerta de la oficina. Integran el mobiliario dos sillas, un filtro de agua, un ventilador portátil y un escritorio amparado por el lema "La esperanza garantiza el futuro". II
Veinte minutos después, al salir de la oficina, Herminio tropieza con Graciela, le devuelve la sonrisa y huye hacia las escaleras. Baja de prisa, sintiendo las miradas curiosas de los solicitantes. Uno le sale al paso: "ƑHacen preguntas difíciles?" Sin responder, Herminio sigue de largo, irritado por la mala impresión que le causó su entrevistador. Para odiarlo con nombre y apellido quisiera recordar el letrero sobre el escritorio, pero no lo consigue y acelera el paso.
En la calle, Herminio es asaltado por los vendedores de bolígrafos, frituras y refrescos. Los comerciantes serán por lo menos de su edad. Los envidia porque, al menos durante los tres días que durará la feria del empleo, tendrán clientela segura.
Al dar vuelta en la avenida Central, Herminio ve una caseta telefónica. Prometió llamar a su hija. Ahora celebra que Benigna le haya hecho una advertencia: "No vayas a platicarme todo lo que te sucedió. Nada más me dices cómo te fue y cuelgas, porque ahorita tengo mucho overol que coser y van a venir a recogerlos en la tarde".
Herminio marca despacio. Necesita pensar en lo que le dirá a Benigna en el momento en que ella quiera saber cómo le fue en la feria del empleo. Cuando le preguntó al licenciado-entrevistador si veía posibilidades para él, su respuesta fue primero vaga: "Nuestro objetivo no es la contratación, sino establecer contactos". Después fue contundente: "No dudo que sus títulos sean auténticos ni del valor de su larga experiencia. Lo que sucede es que en estos tiempos necesitamos un plus: idiomas, disponibilidad, presencia. Estos elementos son vías..."
Vías. La palabra le recuerda a Herminio las horribles escenas en la estación madrileña de Atocha y los comentarios de un articulista: "Ayer, a las 7:39 de la mañana, quedó interrumpido el destino de cientos, miles de personas que iban a la escuela, a la universidad, a su trabajo y quizá también en busca de una esperanza".
Absorto en su reflexión, Herminio apenas reconoce la voz angustiada de Benigna en el teléfono: "Papá: šqué bueno que llamaste!" Herminio tiene un mal presentimiento: "ƑHermann está bien?" Los sollozos deforman la respuesta de Benigna: "Dice que va a suicidarse, no quiere seguir viviendo así, está harto". "ƑDe qué? No entiendo." Herminio tiene que reprimir su impaciencia hasta que Benigna deja de sollozar: "Otra vez fue a pedir trabajo. Le salieron con lo mismo de siempre: no pueden contratarlo porque sólo tiene 18 años y le falta experiencia. ƑCómo quieren que la tenga si no le dan chance de nada? Así se le va a pasar la juventud y cuando sea viejo...". "Esperará la hora de su muerte asistiendo a ferias del empleo", responde Herminio, y cuelga.
En la avenida se detiene frente a un puesto de periódicos. Al ver las fotografías de los cuerpos deshechos y los vagones destrozados, Herminio recuerda otra vez lo que leyó esa mañana: "Quedó interrumpido el destino de cientos, miles de personas que iban a la escuela, a la universidad, al trabajo y quizá también en busca de esperanza".
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