México D.F. Martes 16 de marzo de 2004
José Blanco
La pequeñez famélica
Con la felicidad en el corazón por los resultados electorales de España, escribo esta triste nota mexicana.
Vivimos aquí el desencanto de la política. La política y los políticos han venido a menos o siempre fueron menos, pero son, en los hechos, una pequeñez escuálida. Los reiterados comportamientos deshonestos o corruptos o mentirosos o hipócritas o desconfiables o todo ello junto de muchos políticos han vuelto la política algo insignificante por su valor, pero muy hediondo. Por eso necesitamos más y mejor política. Tenemos desafíos globales descomunales, pero mayores son aun los retos locales: nuestra injusticia social, nuestra desigualdad execrable.
La tecnocracia es necesaria pero impotente para resolver esos retos y esos desafíos. Somos una sociedad compleja por su diversidad y elemental por su mentalidad política: los políticos son el ejemplo conspicuo. Necesitamos más y mejor política cooperativa para conciliar la inmensa diversidad de nuestros intereses, pero los políticos son la pequeñez famélica.
La fragmentación y complejidad de la República no pueden ser reducidas a ninguna unidad nacional ideológica o idiosincrásica: la única unidad posible puede nacer sólo del acuerdo político, de la cesión de todos en favor de un proyecto de futuro incluyente que constituya y dé soporte a la nación.
Los únicos protagonistas posibles son los actores organizados, los partidos políticos; los únicos que pueden crear síntesis traducidas a acuerdos que den salida a las antinomias irremediables de toda sociedad compleja con intereses encontrados. Toda otra forma de organización social representa intereses parciales. Los partidos podrían mirar al conjunto nacional, pero su tarea es difícil: deben conciliar sus propios intereses con el interés de la nación. De no ser así, son inservibles, son sólo lastre. Como el conspicuo ejemplo del Partido Verde Ecologista de México y sus tres hermanos mayores.
Los partidos políticos de hoy sólo están dispuestos a aniquilarse.
El turno es del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Acusa al Partido Acción Nacional (PAN) y al gobierno de falsos. No es verdad que quieran corregir la corrupción. No han escogido la vía de las instituciones judiciales, sino el espacio de los medios, instrumento por excelencia para derruir prestigios reales o supuestos.
Pero recordemos a Enrique Jackson, en junio de 2000, llamando a los medios para mostrarles una serie de cheques girados por Carlota Robinson, mediante una supuesta triangulación desde la empresa Grupo Alta Tecnología en Impresos. Ahí empezaron los golpes mediáticos contra Fox y sus amigos. De modo análogo emergió el Pemexgate. Recordemos a López Obrador denunciando en los medios mañaneros al coyote Fernández de Cevallos traficando influencias en el caso de la familia Ramos Millán y su pleito millonario con la Secretaría de la Reforma Agraria. Se trató siempre de asestar golpes demoledores a los enemigos políticos, lo cual era posible porque había sustancia en que apoyarse. En todos los casos los políticos utilizaron los medios para amplificar el impacto fulminante sobre sus enemigos.
El turno llegó para López Obrador. Las venganzas se le concentraron a propósito de la corrupción perredista. Y el golpe lo aturdió y lo empequeñeció lastimeramente. López Obrador formuló una "defensa" mentirosa, torpe, presuntuosa y risible. Dijo primero que tenía pruebas de un complot, luego dijo que nunca había dicho tal cosa. Dio una versión sobre su primer contacto con Gustavo Ponce el día que comenzó el vía crucis del tabasqueño, y otra completamente distinta cuando leyó su "defensa". Dijo que no sabía de las proclividades de tahúr de su secretario de Finanzas, mientras éste fue 17 veces a Las Vegas. Dijo que con René Bejarano tenía una relación política, "no de complicidad" (lo que hiciera Bejarano, allá él), que nunca le había ordenado conductas indebidas y que desconocía sus actividades delictivas, mientras el resto de los perredistas estaban perfectamente al tanto. Se deslindó de las conductas de estos delincuentes, sin emitir un juicio condenatorio de sus crímenes y habló de ellos desde la barrera, como si no fuera el responsable de sus respectivos nombramientos. Y en el delirio ingenuo del iluminado autoritario, terminó diciendo que "quienes urdieron este complot [Ƒla corrupción perredista?] quieren quitarle al pueblo de México hasta el derecho a la esperanza... Si logran su propósito de desalentar a la gente, de ir minando poco a poco la participación ciudadana..., México seguirá siendo un país dominado por el hampa de la política. Se cancelará por mucho tiempo la posibilidad de un proyecto de transformación que detenga el empobrecimiento de la gente": como está claro para López Obrador, la única esperanza para México y para "la gente" es López Obrador.
Los políticos mexicanos conduciéndose frente a sus congéneres como siempre: con un propósito de aniquilamiento. Un día México tendrá una nueva generación de políticos y de partidos políticos. Así será.
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