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México D.F. Miércoles 24 de marzo de 2004
SHARON: GOBIERNO CONTRA LA PAZ
El
asesinato del jeque Ahmed Yassin, perpetrado la madrugada del lunes en
Gaza, y el obsceno regocijo de los gobernantes israelíes por haber
descuartizado con sofisticados misiles aire-tierra a ese anciano cuadrapléjico
en su silla de ruedas y a otras siete personas, confirman que entre el
régimen que preside Ariel Sharon y los terroristas palestinos hay
abismales diferencias tecnológicas y económicas, y ninguna
diferencia ética. Tal vez Yassin, considerado el máximo dirigente
de la organización fundamentalista Hamas, era, además de
líder espiritual de la organización y símbolo de las
redes sociales de la resistencia palestina, autor intelectual -como asegura
la propaganda oficial de Tel Aviv- de muchos de los atentados terroristas
suicidas efectuados contra objetivos civiles israelíes. Pero ni
siquiera si ese supuesto hubiese sido cierto habría sido aceptable
que un gobierno que se ostenta como legítimo decida asesinar a un
individuo, por peligroso que le parezca, sin ninguna suerte de proceso
y a contrapelo de las leyes nacionales e internacionales.
Sharon y sus voceros mienten deliberadamente cuando afirman
que el homicidio referido debilitará a Hamas, contribuirá
a disminuir el ritmo o la intensidad de los ataques terroristas, o incidirá
en una mejora de la seguridad para los civiles de Israel. Por el contrario,
como ha ocurrido después de cada incursión homicida de las
fuerzas de Tel Aviv en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania,
la matanza del lunes abrirá las puertas a una nueva escalada de
violencia que cobrará más vidas de inocentes israelíes.
Pero a estas alturas resulta ya evidente que la administración de
esa violencia es el único argumento de gobierno que puede ofrecer
el equipo de Sharon a la ciudadanía del Estado judío, y que,
si no fuera por las acciones de terror y destrucción que realizan
las fuerzas de ocupación y por los radicalismos palestinos -tanto
los de inspiración religiosa como los de corte secular-, el actual
primer ministro no tendría nada que hacer al frente del gobierno.
Tras los multitudinarios funerales de Yassin, los gobernantes
de Tel Aviv no tuvieron empacho en declarar que ahora es el turno del presidente
palestino, Yasser Arafat. Así lo afirmó ayer el jefe de las
Fuerzas Armadas, Moshé Yaalón, y así lo reiteró
el ministro israelí de Seguridad Pública, Tzachi Hanegbi.
Una explicación superficial de tan delirante amenaza sería
que el equipo de Sharon se siente envalentonado por la facilidad con la
que sus helicópteros de combate eliminaron al caudillo palestino
cuadrapléjico. Pero, si se toma en cuenta la lógica de provocación
que anima todos y cada uno de los actos de hostilidad del gobierno del
Likud contra los palestinos, sería más sensato suponer que
los gobernantes israelíes están afanados en suscitar un desbordamiento
de los grupos terroristas que justifique, a su vez, la permanencia de los
halcones en el poder.
Por desgracia, la amenaza de los militaristas no parece
mera baladronada. La ultraderecha israelí, enemiga acérrima
del proceso de paz entre israelíes y palestinos iniciado hace 11
años, asesinó en 1995 al primer ministro Yitzhak Rabin, uno
de los firmantes de la Declaración de Principios de ese proceso.
No es raro que esa misma ultraderecha, ahora en el poder, se proponga matar
a Arafat, la contraparte palestina de Rabin en la construcción de
la paz.
La conclusión es inevitable: el objetivo de Sharon
no es el terrorismo ni sus supuestos o reales dirigentes; no es tampoco
Arafat, a quien las fuerzas ocupantes mantienen confinado desde hace tres
años en un edificio en ruinas en Ramallah; es, en cambio, la perspectiva
de una convivencia pacífica entre israelíes y palestinos.
En la lógica enferma del gobernante israelí y sus colaboradores,
esa esperanza debe ser destruida al precio que sea. Y la ONU y los gobiernos
de Estados Unidos y de la Unión Europea prefieren no darse por enterados
de este designio perverso y devastador.
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