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México D.F. Sábado 3 de abril de 2004
ALTO A LA BARBARIE EN ISRAEL Y PALESTINA
Las
declaraciones del primer ministro israelí, Ariel Sharon, de que
el presidente palestino Yasser Arafat y el líder de la milicia chiíta
libanesa Hezbollah, Hassan Hasrallah, podrían ser blancos de asesinatos
"selectivos" perpetrados por las fuerzas armadas de Tel Aviv equivalen
a rociar gasolina sobre un incendio de por sí incontrolado.
El gobierno de Sharon, caracterizado por su militarismo
exacerbado, por su flagrante desprecio hacia las resoluciones de Naciones
Unidas y por las constantes atrocidades y violaciones a los derechos humanos
cometidas por sus ejércitos contra la población palestina,
se sitúa, con sus amenazas a Arafat, al margen de toda legalidad
y en el filo mismo del precipicio. Lo mismo puede decirse de su afirmación
de que, tan pronto se termine de levantar el infame "muro de seguridad"
con el que se pretende convertir a Cisjordania en una vasta prisión,
procederá a la expulsión sin miramientos de todos los palestinos
que residen ilegalmente en territorio israelí. Así, bajo
el falaz pretexto de combatir el terrorismo, Sharon podría activar
una espiral de violencia y barbarie sin precedente, posibilidad de suyo
inquietante si se considera que la situación actual en Israel y
los territorios ocupados es de por sí terrible y cruenta.
En este contexto, resulta deplorable y vergonzoso que
la comunidad internacional, y particularmente Estados Unidos, aval político
y militar de Sharon, permanezca impasible mientras el Medio Oriente se
coloca al borde del estallido, con Irak y Palestina consumiéndose
bajo la bota invasora de Washington y Tel Aviv. Con el apoyo y el beneplácito
de la Casa Blanca, Sharon ha pisoteado los derechos humanos, ignorado el
derecho internacional y ordenado atrocidades sin nombre en contra de hombres,
mujeres y niños palestinos. Ciertamente, los atentados cometidos
contra la población israelí son actos execrables que -como
todo terrorismo- deben terminar y sus responsables ser sancionados. Sin
embargo, no hay razón alguna que justifique la persecución
de todo un pueblo, el palestino, oprimido impunemente por un ejército
poderoso del que sólo puede defenderse mediante pedradas. En este
sentido, es claro que Sharon y sus halcones, por un lado, y los
terroristas islámicos, por el otro, no son, respectivamente, el
pueblo israelí ni el pueblo palestino, por más que se esfuercen
en arrogarse su representación y su defensa. La represión
indiscriminada en Gaza y Cisjordania y los asesinatos "selectivos" -como
el cometido contra el líder de Hamas, Ahmed Yassin, y cuya espada
pende ahora también sobre Arafat- se apartan de toda legalidad y
no son sino crímenes disfrazados de acciones de justicia y seguridad
nacional. De igual forma, el terrorismo contra civiles israelíes
es simplemente una actividad delictiva que en nada contribuye a la liberación
de Palestina y sólo prolonga el círculo vicioso de odios,
venganzas y muertes.
Con todo, establecido el talante criminal de ambas posiciones,
es evidente que un gobierno, el israelí, ha excedido todos los límites
y se ha convertido, bajo el mandato de Sharon y con el aval de Washington,
en una maquinaria delictiva y totalitaria incompatible con los valores
de la civilización y el derecho. Por más que algunos palestinos
hayan optado por la vía extrema y desesperada del terrorismo, la
comunidad internacional no debe tolerar la existencia de un régimen
que utiliza y pervierte todos los recursos del Estado israelí para
oprimir a un pueblo cuya dignidad y derecho a la autodeterminación
son reconocidos por la ONU. Inclusive dentro del propio Israel crece la
oposición contra la descarnada e impune política de Sharon,
el cual podría ser sujeto a proceso por corrupción.
Los ciudadanos de Israel tendrán que determinar
si desean mantener al frente de su gobierno a un personaje que ha protagonizado
y atizado la sinrazón y la muerte, y ha puesto en riesgo sus propias
instituciones democráticas. En tanto, la comunidad internacional
debería poner un alto a las inclinaciones homicidas de las autoridades
de Tel Aviv y enfrentar de una buena vez el problema palestino. El terrorismo
ejercido a la par por Sharon y los extremistas árabes no se frenará
con discursos hipócritas ni con el impulso, como desean Bush y sus
secuaces, del intervencionismo "preventivo" a escala global. Por ello,
es hora de que el mundo garantice la existencia del Estado palestino y
desactive con ello a los radicales islámicos y a quienes encuentran
dividendos políticos y ganancias espurias en el mantenimiento de
la violencia contra civiles inocentes. Sólo así podrá
ofrecerse un futuro de paz y dignidad a los pueblos israelí y palestino,
y se evitará que las llamas de Medio Oriente alcancen, una vez más,
al resto del mundo.
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