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México D.F. Lunes 5 de abril de 2004
León Bendesky
Sorpresas
Sólo los desmemoriados o los cínicos pueden sorprenderse por la situación financiera que prevalece en el país. Las medidas de política que ajustaron la economía para pagar las deudas, y que recientemente han estabilizado los precios, lo han conseguido a costa de la desarticulación productiva, comercial y del territorio. El resultado en general es un lento crecimiento del producto en el largo plazo, insuficiente creación de empleos formales y muy desigual distribución del ingreso. Hay ganancias para unos cuantos y estancamiento para los más. Luego de 20 años prevalece una aguda fragilidad financiera.
Las repetidas crisis han mermado la capacidad de generar riqueza, al tiempo que la siguen concentrando en un pequeño grupo de la población. El entorno está marcado por la escasez de recursos o una asignación ineficiente de los mismos que desquicia las finanzas de los sectores público y privado, y lleva al límite las condiciones materiales y sociales de la reproducción social. Primero el derroche de los ingresos petroleros de la segunda mitad de la década de 1970, después las grandes transferencias a los acreedores para pagar los intereses de la deuda externa en los años 80, más tarde los pagos a los bancos privados que fueron rescatados del colapso en 1995, y luego vendidos casi en su totalidad a la banca extranjera que sigue recibiendo recursos fiscales.
Todo esto se ha arropado en un argumento técnico, pero debe quedar claro que sólo se manifiesta después de haber optado políticamente. La sociedad no establece los acuerdos que afectan la vida colectiva ni define las políticas con que se administran las cosas públicas a partir de la técnica, sino que ésta se adapta a las formas en que se hace la política. Hoy los mismos técnicos que durante dos décadas han aplicado con gran convicción y que promovieron como solución única los criterios del ajuste y la estabilización son los que nos dicen que las cosas no funcionan. Aquí nadie tiene responsabilidad de nada, el discurso puede cambiar como veleta en el momento que parece favorable para hacer más de lo mismo. Los alfiles siguen siendo piezas mayores y los peones continúan su marchan de frente y comen de lado.
El sistema bancario no cumple con su función de financiar la inversión productiva de las empresas, cobra enormes comisiones por los servicios (dejemos por ahora de lado la calidad de los mismos), mucho más elevadas que en sus países de origen, se beneficia de financiar al consumo con tasas de interés de agio, sigue absorbiendo parte importante del presupuesto público y ni siquiera cumple con la ley de transparencia que ha implantado este gobierno. Esto no es una sorpresa, y el gobernador del Banco de México no debería expresar ahora tanto malestar por lo que sucede. Han sido las mismas autoridades financieras las que han ido creando el actual sistema bancario, precisamente a modo de los bancos. Ahí no hay sino una gran consistencia técnica y política armada herméticamente en toda una batería institucional, administrativa y legal por Hacienda, Banxico, la Comisión Nacional Bancaria y el Fobrapoa, retoñado en el IPAB, sin que falte el Congreso.
El sistema de pensiones está prácticamente quebrado. Esto puede explicarse técnicamente sin grandes problemas de comprensión: envejecimiento de los trabajadores con derecho a retiro sin suficientes entradas por cotizaciones de nuevos trabajadores, empeorado por una mala gestión de los recursos. Pero esto no ocurre de la noche a la mañana, hay todo un proceso económico, demográfico y financiero que se trató de modo irresponsable. No hay de dónde sacar los recursos para afianzar los esquemas públicos de pensiones del IMSS y del ISSSTE, y ante la posibilidad de su quiebra se agravarán las fricciones políticas. Por su lado, no hay justificación alguna para haber traspasado las pensiones privadas a las Afore a un costo muy alto que genera grandes comisiones para los operadores a costa de los beneficiarios.
La fragilidad financiera que se está manteniendo artificialmente a flote abarca de modo decisivo a la inversión pública. La infraestructura física del país está gastada y es inoperante para elevar las condiciones de la productividad. Lo mismo ocurre en los sectores claves para el crecimiento, como Pemex, donde recientemente se ha cancelado la producción de productos tan relevantes como el óxido de etileno debido a la incapacidad de las plantas, además de los atrasos en las inversiones para reponer las reservas de crudo e integrar la producción nacional de derivados del petróleo.
Nada de esto sucede de improviso, se ha actuado con conocimiento de causa, y no ha habido equivocaciones, por lo que es inadmisible decir ahora que los resultados no han sido los esperados. Este no es un argumento que puedan formular los que siguen al mando en el sector financiero; tampoco lo pueden decir organismos internacionales que como el BID ya están balbuceando reinterpretaciones de lo que ellos alentaron con todo vigor. Ya surgen aquí y afuera los nuevos gurús del próximo revisionismo, pero son los mismos y hasta tienen iguales nombres. No, definitivamente, no hay sorpresas.
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