México D.F. Lunes 5 de abril de 2004
Estuvieron Jorge Reyes, Eugenia León
y Fernando de la Mora
Con aroma de copal y música prehispánica
abrió el Festival Cultural de Zacatecas
ARTURO CRUZ BARCENAS ENVIADO
Zacatecas,
Zac., 4 de abril. El ambiente de tranquilidad, la seguridad al caminar
por las calles, lo gratuito de los espectáculos, la cercanía
con los artistas, el saludo de las autoridades, desde el empleado de gobierno
hasta el mandatario estatal, casi sin que medien los guaruras, siempre
atentos, marcaron el primer día del 18 Festival Cultural Zacatecas
2004, el pasado sábado.
Cosas tan comunes para los zacatecanos, tan ajenas ya
a los defeños o habitantes de otras grandes urbes de la República,
rodean las actividades de esta fiesta en la que las artes y los espectáculos
se realizan en sitios de belleza colonial, barroca, neoclásica,
de arquitectura gótica, de calles empedradas, de camellones sencillos
y bellos rematados en las esquinas con un árbol o una palma.
A las cuatro de la tarde, la amenaza de lluvia se ha alejado
y Jorge Reyes, gurú de los sonidos prehispánicos, afina la
sonoridad de sus teclados. En las galerías y museos se ultiman detalles
para las que serán las exposiciones de seguidores de la tradición
pictórica de la ciudad del cerro de la Bufa.
La Plaza de Armas, centro de la actividad del festival,
es adaptada a manera de gran teatro, de foro al aire libre, que tiene como
marco las montañas donde otrora cabalgó Francisco Villa,
el general dorado. El teleférico navega cruzando la ciudad hacia
la mina del Edén, donde los indígenas fueron sometidos al
nivel de esclavos, miles de los cuales nunca vieron la luz del día
y vivieron como topos.
A las siete de la noche ya muchos zacatecanos y visitantes
reservaron sus lugares para ver el show de Jorge Reyes, michoacano inmerso
en los sonidos de lo prehispánico, pero aderezados con la tecnología
de todo diyéi que se respete. Sube Jorge vestido de blanco
y con una calaca estampada en la camiseta.
Su rostro es el de un ser de ojos vendados, en blanco;
los bordes de los ojos, las comisuras marcadas con color negro. Unas plumas
le caen sobre la espalda y resaltan cuando Jorge da vuelta al cuerpo.
Reminiscencias de tiempos aztecas
Los tambores se escuchan con reminiscencias de tiempos
aztecas, cuando todo era sacrificio a Coatlicue y lejos estaban de la maldición
de Malinche.
El olor a incienso y copal se expande por la Plaza de
Armas, equivalente al Zócalo capitalino, en tanto que centro de
reunión de los poderes de la Iglesia, el Estado y el popular. Gurutiza
Jorge y los ecos de los apaches rebotan en la catedral de Zacatecas, donde
las estatuas de la mayoría de los santos carecen de manos, "en venganza
del pueblo a los sacerdotes que se enriquecían, mientras la gente
sufría hambre", dicen algunos ancianos que están sentados
a un lado de esa belleza arquitectónica barroca.
Las sombras de la noche caen como siempre; el cielo se
torna de colores rojizos, como la tierra de este estado ganadero.
Los concheros estilizados que acompañan a Reyes
no se pintan la piel, como en los tiempos reales, sino que se enfundan
en ropa ceñida. Los penachos de largas plumas les dan una imagen
imponente y atemorizante, y sus bailes coordinados con el martilleo del
tambor generan aplausos de las familias que atiborran las gradas y la sillería.
Jorge marcó con el cuerpo el ritmo de un sonido
que sale del corazón, del interior de su tórax, convertido
en caja de resonancia, en panza de algún animal hecho instrumento
de música. Lo primitivo y lo actual. El pasado y el hoy de la música
natural. El sonido más antiguo surgió del choque de las palmas
de las manos.
Todo eso es Jorge Reyes. Presentado como "espectáculo
prehispánico viviente", Reyes ofrece más que eso. Más
allá de lo folclórico, del esquematismo indígena.
Lo importante es el sonido que inventa y reinventa.
Súbitamente llegó el gober Ricardo
Monreal, robando cámara a Jorge. Una nube de fotógrafos seguía
al mandatario. Jorge siguió con su trabajo como si lo de enfrente
no le afectara, profesional como es, pues las luces fueron encendidas para
que la gente viera al gobernador.
Entre aplausos se va Reyes, el chamán del sonido
prehispánico.
Luego, Monreal declaró oficialmente inaugurado
el festival, que durará nueve días.
Siguió el concierto de gala: Eugenia León
y Fernando de la Mora, ella cantante que ha logrado que el arte popular
llegue a ese terreno de mármol denominado culto; él, el tenor
pop, como fue presentado por el anunciador.
La Plaza de Armas estuvo llena. No cabía un alma.
Eugenia interpretó varios temas de su disco Tatuajes. Ahora
otra de sus tradicionales, un tango y El fandango aquí, de
su amigo Marcial Alejandro.
Invitación a los tenores
Sube Fernando de la Mora. Invita a "los tenores de aquí"
a soltar la voz, para hacer segunda colectiva. Torna a Sorrento
es un arranque brutal, pero las de Lara, de María Greever, los boleros
de rompe y rasga, directos e impresos en la memoria colectiva, calan hondo
en las damas de juventud eterna.
Para que la cosa no decayera, cuando se despidían
Eugenia y Fernando entró un mariachi que soltó El son
de la negra y otras.
En el cielo oscuro, a las 23 horas, los fuegos artificiales
causaban la misma sorpresa de siempre.
Los únicos damnificados fueron unos murciélagos
que dormitaban en las cúpulas de la catedral y al estruendo de los
cohetones salían despedidos, asustados. Alguno tenía que
pagar el plato rebosante de alegría del primer día del Festival
Cultural de Zacatecas.
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