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México D.F. Miércoles 7 de abril de 2004
Luis Linares Zapata
Los blandos temores del PAN
Encerrado, desde su nacimiento, en la recoleta capilla de renombradas familias, hace ya de esto muchos años, el PAN vuelve a dar muestras de su pánico de clase a las muchedumbres. Nada de casillas abiertas a la ciudadanía donde cualquiera puede intervenir y hasta ganar para deformar el proceso, alegan los panistas imbuidos de santo temor por las masas y por los caudillos iluminados que las concitan y manipulan con facilidad. Ellos quisieran ir a la selección interna de su candidato a la Presidencia con base en controlable número de delegados arropados en cómoda asamblea. Este procedimiento lo intuyen como el prudente, lo han usado y es suficiente medicina democrática para los timoratos espíritus panistas como para aventurarse a ir más allá.
Pero los tiempos les apremian y tienen que reconocer las presiones para dar cabida a una mayor, más abierta pluralidad de opiniones e intereses. Tienen, en su trastienda y bien memorizado, el agujero que les hizo Fox al imponerles, desde fuera, su aún molesta candidatura. En esa ocasión el guanajuatense les obligó a dar el paso adicional para integrar a sus exiguas listas de panistas probados los nombres de sus adherentes. Y, en esta próxima ocasión, como una prueba de su respetuosa, responsable actualidad a los vientos que hoy circulan por la patria, han decidido repetir el experimento. Piensan, con aceptable grado de confiabilidad, que ahora sí podrán manejar a gusto el resultado. Uno de los suyos, de los que pertenecen al santorum de sus militantes y, sin duda, marcado por su linaje, saldrá ungido por las canalizables simpatías. Los demás, los que sólo se apoyen en las encuestas de popularidad, quedarán neutralizados por las corrientes internas que expresarán, con toda libertad, esgrimen con orondos ánimos de leguleyo, los agraciados del que consideran su "natural derecho" a votar. Derecho que ejercerán, sin mayor retobo ni alejamiento de sus fieles seguidores, los así seleccionados electores.
De esta manera, por demás consecuente con la historia de los panistas, se aprestan a enfrentar la venidera campaña por la Presidencia en el año 2006. Y de esta también anunciada manera, con cálculo medido, ocuparán el lugar que les corresponde entre los ánimos de la ciudadanía. Volverán, con encuestada probabilidad, a los porcentajes que les auguran su cerrada actitud de grupo, modestos candidatos, entrega total a cofradías y poco atractiva propuesta de reivindicaciones sociales. El flujo de votos gratuito que recibían del antipriísmo les llegará tan mermado que no podrán remontar sus propias deficiencias administrativas, postración ante los poderosos y los inveterados descuidos por las necesidades populares.
Pero antes de que enfrenten los avatares de su disputa interna, prueben sus atajos normas ya diseñadas a propósito, los panistas dan testimonios adicionales de sus temores, ya seculares por conocidos. En la reforma electoral que se aproxima, optan por una ruta de precauciones y negativas para, en verdad, poner un alto al deterioro del ámbito político que campea en el país. No aceptan incluir el tema de los controles que otros partidos proponen (PRD) para limitar y racionalizar los gastos en medios de comunicación, cuestión por demás crucial sí se quiere, en verdad, aligerar la presión financiera que resienten los partidos. Arropados en la defensa de supuestos daños a los derechos individuales, que nadie ha intuido siquiera, menos aún probado, aducen que las libertades de los candidatos se afectarán como resultado de la ingerencia del IFE en la compra de los tiempos televisivos o radiofónicos. Y, entonces, sucederá lo de siempre. Uno o varios de los puntos sobresalientes de la reforma propuesta quedarán pendientes de aprobarse para una ocasión siempre prorrogable. Justo ahora que tanto desgaste en la legitimidad partidaria tiene que ser reparado entre y por los políticos. La exigencia de dar una respuesta real a la desconfianza en los actores de la vida pública tendrá que irse, de nueva cuenta, por etapas interrumpidas. Así le gusta al PAN, todo por cucharadas pequeñas y adecuadas al paladar de los blandengues espíritus que ellos ambicionan representar.
Tendrán que volver a sacar ante las cámaras televisivas o poner al frente de los micrófonos radiofónicos a la iracunda figura, la rabiosa y descarapelada voz de un Fernández de Cevallos para dar, al menos, la impresión de una defensa a modo de los derechos ciudadanos que algunos desaforados legisladores, según ellos, quieren conculcar. Ocultan, los panistas, junto con los gerentes que hoy dicen gobernar a la República, sus precauciones y lealtades frente a los influyentes medios electrónicos. No quieren ofenderlos, molestarlos, afectarles en lo mínimo sus amplios y crecientes ingresos. No importa que ello se haga a costa de los contribuyentes que verán, con la regularidad acostumbrada, cómo se desvanecen en ondas sonoras, en imágenes, en caudal inmenso, sus limitadísimos haberes. Y, así, la desaforada competencia por las contribuciones tanto públicas como privadas continuará a pesar de los ilegales caminos que se emplean para conseguirlos. Remarán los panistas a contrapelo de sus declaradas intensiones de enderezar la confianza colectiva ya cansada, hastiada, de la sevicia y la simulación de muchos, de la mayoría de los políticos.
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