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México D.F. Viernes 9 de abril de 2004
Hoy, la parte final de la representación
en Iztapalapa
El año pasado Cristo tenía el cabello
güero y la piel menos morena, dicen
JUAN JOSE OLIVARES
Con la institución de la Eucaristía y de
la orden sacerdotal, según el rito católico; la última
cena y el lavatorio de pies, comenzó ayer la 161 representación
de la pasión y muerte de Cristo en Iztapalapa.
Desde las 12 del día llegan a la iglesia de San
Lucas -en el barrio del mismo nombre- los nazarenos para bendecir sus cruces
(la mayoría de 70 kilos), sus coronas, todos sus accesorios; vienen
con devoción a tratar de emular a Cristo. Mucha gente se da cita
en ese lugar para recibir el agua bendita que limpiará el mal de
sus cirios, velas, cascos romanos, todo lo alusivo a estos días.
El
sol se esconde por momentos, como en un gesto de clemencia para los devotos.
La música de banda (de Cruz Meraz) es estruendo en la casa de don
Juan Cano, donde desde hace tres meses se ensayaba la representación,
llamada por algunos la obra más grande del mundo; el ruido es al
mismo tiempo festivo y lúgubre.
En la explanada la gente camina de un lugar a otro, apresurándose
a terminar sus actividades. El movimiento se percibe en los mercados, en
el parque, en las calles aledañas. Los participantes en la escenificación
ultiman detalles del atuendo que usarán, corren por sus pelucas,
sus trajes; por la calle pasan romanos, pretorianos, conciliadores, nazarenos,
vírgenes del pueblo...
En la casa de Juan Cano, José Trinidad, encargado
del vestuario, da los últimos toques a los trajes de los personajes
principales, al tiempo que la orquesta retumba y afina los metales para
que empiece el recorrido. Los personajes esperan la orden de salida. La
cárcel, ubicada en ese domicilio, está lista para recibir
a Jesús.
En medio de los preparativos una escena de la vida real
agrega tristeza al ambiente: un difunto acompañado de su cortejo
fúnebre. En el mercado la música y la vendimia no cesan,
todo se acelera.
Alrededor de las dos de la tarde Pedro, Juan, Santiago,
Jaime, Tomás, Judas Iscariote, Judas Tadeo, Felipe, Simón,
Mateo, Andrés y Bartolomé esperan al elegido.
María y las demás vírgenes salen
primero en lo que es la visita de las siete casas, en esta caso de los
ocho barrios iztapalapenses (San Lucas, San Miguel, Santa Bárbara,
San Pedro, San Pablo, La Asunción, San José y San Ignacio),
pero son superadas por el contingente que encabeza Jesús. La gente
desde sus balcones observa expectante. Algunas señoras se acercan
a Cristo y comentan las diferencias con el de 2003. "El año pasado
tenía el cabello güero y la piel menos morena", dicen.
Compenetrados en sus papeles, María y Jesús
caminan despacio, pasmados, meditabundos, casi ausentes; se han posesionado
de sus personajes, al igual que su séquito. La gente, atrás
de las vallas formadas por los cientos y cientos de nazarenos y vírgenes
del pueblo, jóvenes, niños y niñas, comenta lo nuevo
y lo viejo, pero siempre mirando la escena con respeto.
La banda de pretorianos va adelante marcando y abriendo
el paso. Cristo se detiene por momentos para mirar hacia el limbo; observa
con aparente tranquilidad e infinita paz a quienes lo condenarán.
Los apóstoles, atrás de él, marchan al unísono.
Judas Iscariote se muestra inquieto; pensando en la traición que
cometerá se mueve de un lado a otro. Los perros callejeros ladran
al paso del contingente religioso.
Hacia el santuario del Señor de la Cuevita
"Ese que va allí es Jesús de Nazaret, hijo.
Estos días son especiales", dice una señora a su pequeño,
al que pide mirar con respeto la representación, como si se tratara
de Cristo de verdad. La religiosidad se respira en cada una de las calles
por donde pasa la procesión. "Cuántos judas", replica una
señora al referirse a los casi 400 acreditados para seguir la representación.
Una hora de recorrido y Cristo y sus seguidores arriban al santuario del
Señor de la Cuevita. Los vendedores de la feria del barro ofrecen
sus productos. Es un desfile ni festivo ni lúgubre, sólo
reflexivo.
La procesión, a paso lento, continúa su
camino por otras calles del centro de Iztapalapa. Llega al jardín
Cuitláhuac, donde alrededor de las ocho de la noche se representa
la última cena.
Luces de colores iluminan el escenario; el ambiente es
de respeto y fe. Los diálogos se hacen profundos, intensos.
Alrededor de las nueve de la noche, otra vez sale la procesión,
ahora rumbo al Cerro de Estrella, donde hacen preso a Cristo, quien luego
es conducido a su celda. Hoy será juzgado, azotado y coronado
rey de los judíos.
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