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México D.F. Lunes 12 de abril de 2004
CUBA Y LOS DERECHOS HUMANOS
Esta
semana, en Ginebra, la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la
Organización de Naciones Unidas (ONU) pondrá a votación
una resolución de condena al gobierno cubano por su desempeño
en la materia. Año con año Estados Unidos -que oficialmente
no forma parte de la CDH- ha presentado mediante gobiernos dóciles
-Uruguay, Costa Rica y, en esta ocasión, Honduras- proyectos de
resolución que buscan aislar y desprestigiar a las autoridades de
la isla, así como dar justificación a las permanentes agresiones
económicas, políticas y diplomáticas de Wa-shington
contra La Habana.
La comisión, por las autoridades cubanas, de graves
violaciones a los derechos humanos es un hecho indiscutible y sin duda
condenable. Al quebranto regular y sistemático de las libertades
de reunión y expresión y a la conculcación de los
derechos políticos de los ciudadanos por el gobierno deben agregarse
las ejecuciones esporádicas, pero no por ello menos repugnantes,
de reos comunes.
Sin embargo, en el mundo de hoy, el régimen castrista
dista mucho de ser el ejemplo máximo de violaciones a los derechos
humanos, como pretenden presentarlo Estados Unidos y sus prestanombres
diplomáticos. Algunos de los más estrechos aliados políticos
y militares de Washington, como Pakistán, Turquía, Arabia
Saudita e Israel, así como algunos de sus socios comerciales, como
China, cometen contra sus ciudadanos atrocidades infinitamente más
graves, mucho más abundantes y frecuentes, que las que tienen lugar
en la acosada isla caribeña.
En el propio territorio estadunidense se cometen, de manera
sistemática, severos agravios contra las libertades, las garantías
y los derechos fundamentales; el estado de Texas, por sí mismo,
somete a la pena de muerte a muchos más prisioneros que Cuba; por
lo demás, las invasiones, ocupaciones y arrasamientos angloestadunidenses
de Afganistán e Irak han dado lugar no sólo a graves violaciones
de los derechos humanos, sino también a crímenes de guerra
de los que puede ser botón de muestra el asesinato, en estos días,
de cientos de habitantes inocentes de la ciudad de Fallujah, incluidos
niños, ancianos y mujeres.
Otros gobiernos que se presentan en la arena internacional
con credenciales de democracias impolutas y humanitarias, como el español,
practican la tortura de manera más que esporádica, según
el más reciente informe de Amnistía Internacional (AI), y
conculcan los derechos de asociación y libre expresión de
sus minorías nacionales.
Pero la CDH no ha emitido, ni se propone emitir, una resolución
de condena contra Washington, contra Londres, contra Madrid, contra Riad
o contra Islamabad. En 2001 las censuras se limitaron, además de
Cuba, a Israel y la Palestina ocupada, el Afganistán de los talibanes,
Irak, Mianmar, Irán, Sudán, Congo, Sierra Leona, Burundi
y "algunas partes de Europa sudoriental".
La lista de condenados fue la misma el año siguiente,
en tanto que en 2003 las resoluciones fueron dedicadas a Corea del Norte,
Turkmenistán, Mianmar, Bielorrusia, Congo, Burundi y Cuba. Esa instancia
de la ONU carece, en consecuencia, de un rasero común para juzgar
a los países, así como de equidad y de equilibrio. En tales
circunstancias, la condena a Cuba que Washington gestiona y presiona este
año no demuestra una genuina preocupación por los derechos
fundamentales de los cubanos, sino equivale a fortalecer la doble moral,
la hipocresía y la distorsión unilateralista en los organismos
internacionales.
En esta perspectiva, sería trágico que el
gobierno mexicano repitiera el dislate cometido durante el nefasto paso
de Jorge Castañeda Gutman por la titularidad de la Cancillería,
cuando se unció la diplomacia mexicana a los intereses de Washington
y se votó, en ese contexto, una resolución presentada por
Uruguay -y auspiciada por el gobierno de George W. Bush- que exigía
a la isla aceptar la visita de una misión de observadores de la
CDH.
En el mundo interconectado e interdependiente de hoy en
día, la situación de los derechos humanos en cualquier lugar
del mundo -incluida Cuba, por supuesto- es un legítimo e irrenunciable
tema de interés, preocupación y crítica para todas
las sociedades. Si la CDH de la ONU fuera justa en sus resoluciones, y
si en ellas se pidiera la presencia de relatores de derechos humanos en
Cuba, en Estados Unidos, en España y en el Irak ocupado, por ejemplo,
sería procedente votar en favor de tales medidas. Pero en los términos
y en el contexto en que se presentan, las resoluciones contra el gobierno
de La Habana son un inadmisible ejercicio de simulación e hipocresía.
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