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México D.F. Miércoles 14 de abril de 2004
EL CINISMO DE BUSH
El
mandatario estadunidense, George W. Bush, se ostentó ayer, durante
una rueda de prensa televisada, como el dirigente de una potencia "liberadora"
y pretendió convencer a la opinión pública de su país
de que su objetivo es constituir un Irak "independiente, libre y seguro"
como parte de su guerra contra el "terrorismo internacional" y de sus esfuerzos
por proteger la seguridad y la vida de sus propios conciudadanos.
Además, para afrontar la terrible y cruenta escalada
de violencia que actualmente tiene lugar en diversos puntos de esa nación
árabe -tanto en el área de Fallujah, de mayoría sunita,
como en lo concerniente a la revuelta chiíta en el sur del país-,
Bush culpó nuevamente a los "remanentes" del régimen de Saddam
Hussein y a terroristas islámicos de iniciar tales agresiones, pero
nada dijo sobre la devastación criminal que el ejército estadunidense
ha desatado en esas zonas con resultado de centenares de civiles inocentes
muertos. Tan sólo esa omisión, por principio de cuentas,
refuta la afirmación de Bush de que su administración no
es "imperialista", pues es de suyo conocido que las recientes revueltas
populares no son maniobras de unos cuantos insurrectos, sino la confirmación
de que amplias franjas de la población de Irak repudian la ocupación
de su país y están determinadas a echar al invasor de su
patria.
En este sentido, las promesas de Bush de entregar la "soberanía"
de Irak a los iraquíes el próximo 30 de junio no son sino
retórica. En primer término, el consejo de gobierno formado
al amparo de las fuerzas ocupantes no puede considerarse representativo
del pueblo de Irak, por lo que la entrega del poder a esa entidad títere
aparece, tan sólo, como una suerte de maquillaje político
para hacer creer que ese país árabe ha retomado las riendas
de su destino y para enmascarar la permanencia de la ocupación militar
y del pillaje de los recursos naturales iraquíes a manos de corporaciones
estadunidenses, muchas de ellas cercanas a Bush y su clan.
Por otra parte, nada dijo el presidente de Estados Unidos
sobre un eventual retiro de sus ejércitos de Irak. Por el contrario,
afirmó que, de juzgarlo necesario, ordenará el incremento
del número de soldados estadunidenses en esa devastada nación.
¿Cómo puede hablarse de entrega de "soberanía" mientras
el país siga en manos del invasor? ¿Qué clase de gobierno
"democrático" será aquel que basa su legitimidad, no en la
voluntad libremente expresada de su pueblo, sino en los dictados de una
potencia extranjera apoyada en el poder militar? Para colmo del cinismo,
Bush afirmó que Irak elegirá una asamblea a más tardar
en enero próximo y que será en diciembre de 2005 cuando finalice
el paso "de la dictadura a la democracia". Con ello, no sólo enfatizó
que al menos por los próximos 20 meses se mantendrá el actual
estado de cosas, es decir, la dominación angloestadunidense sobre
Irak, sino que dejó claro que las fuerzas armadas de Estados Unidos
no abandonarán el país árabe hasta no haber modelado
el gobierno, las leyes y las instituciones iraquíes según
los designios de la Casa Blanca y de los grandes capitales estadunidenses.
Sin embargo, en las condiciones actuales nada indica que
la resistencia iraquí vaya a menguar, ni tampoco parece viable que
se cumplan los plazos de la "transición" señalada por Bush.
Por el contrario, el escenario en Irak -el propio mandatario estadunidense
indicó que ha autorizado el uso de una "fuerza decisiva" para contener
la presente insurrección- podría deteriorarse aún
más y convertirse, con impredecibles consecuencias para el pueblo
iraquí y para la humanidad en su conjunto, en un incendio incontrolable
y en una catástrofe humana.
Pese a las afirmaciones del inquilino de la Casa Blanca,
la única solución viable, realmente liberadora y democrática
para devolver la paz a Irak y la seguridad al mundo es el retiro inmediato
de los ejércitos ocupantes y la devolución plena y pronta
de esa nación y de su patrimonio a los iraquíes. Sin tales
medidas, las afirmaciones de Bush sólo son un desplante de cinismo
y, sobre todo, un poco eficaz intento de aplicar un bálsamo electorero
a la irritada opinión pública estadunidense.
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