México D.F. Martes 27 de abril de 2004
Estreno mundial de Los Cacahuates, pieza
de Liliana Felipe, en la Alameda del Sur
Colorido retrato musical de las voces de la plaza pública
La compositora rindió homenaje ''a quienes dan
lo que son y ofrecen lo que saben hacer''
La belleza del espectáculo empañó
las miserias de un país devastado por sus gobernantes
JAIME AVILES
Ante unas dos mil personas reunidas en la Alameda del
Sur y en el contexto del Festival de Coyoacán, Liliana Felipe, la
prolífica y versátil compositora e intérprete argentina
y mexicana, estrenó el domingo Los Cacahuates, ''divertimento
musical para banda sinfónica y vendedores ambulantes".
Se trata de una propuesta que mezcla las secciones de
viento básicas de un conjunto de esta índole con los pregones
de los comerciantes, que a diario salen a nuestro paso en las calles de
la ciudad.
Bajo
la batuta del director Eduardo García Barrios y con la participación
coral de un grupo de vendedores de productos y servicios que sólo
se consiguen en la vía pública -un cilindrero, un afilador
de cuchillos, un repartidor de gas butano, un recogedor de basura, un globero,
un productor de tacos de canasta y vendedoras de rehiletes, obleas, alegrías,
pepitorias, morelianas, sonajas y dos atingentes camoteros-, el estreno
mundial de esta pieza arrancó la ovación del público
a lo largo de su deletérea ejecución.
Melancolía y humor festivo
Luego de una breve obertura a cargo de los pregoneros
-en la que se escucharon al mismo tiempo el carrizo del afilador, la campana
del basurero, el silbato de vapor de los carritos de camotes y los gritos
de ''tacostacó-oooos", ''elgá-aaaaas", ''lleve sus morelianas",
etcétera-, la Banda Sinfónica de Coyoacán atacó
el primer movimiento, llamado Los Cacahuates, que la audiencia aplaudió
un tiempo antes de que llegara a su fin, aunque redobló sus vítores
después de oír los compases postreros.
El segundo movimiento -titulado simplemente Vals- incluyó
una sorpresa: tras el redoble de la tarola y los graves apoyos de la tuba
y el trombón, se agregó la participación de un cilindrero
tradicional que a golpe de manivela dejó correr con su tristísima
voz metálica el vals Sobre las olas, de Juventino Rosas,
que se iría diluyendo bajo el ímpetu de un cuarteto de clarinetes.
Y fueron los clarinetes, precisamente, los que tuvieron
a su cargo el peso del tercer movimiento -De la Piñata-, en el que
los adoradores de Liliana Felipe reconocieron el sello único de
la admirable compositora, esto es, una superposición continua de
la melancolía más profunda y el humor festivo irrenunciable.
Agudísimos pitidos
Quienes llamaron la atención de los presentes fueron
los camoteros, que sin perder de vista al director del conjunto -alto y
espigado, vestido de negro y desbordante de entusiasmo-, estaban agazapados
como tigres, con la mano sobre la llave de sus respectivos silbatos de
vapor, en espera de la indicación de la batuta.
Y cada vez que ésta les ordenaba soltar su agudísimo
pitido, lo hacían con la seriedad y precisión de esos músicos
que en las grandes orquestas sinfónicas tocan el triángulo
con un escuálido ''tiiiinnnn", sin el cual la obra quedaría
trunca.
Los Cacahuates, en síntesis, constituye
un retrato musical, plenamente colorido, de las voces municipales de la
plaza pública.
Y
es también, como lo señaló la compositora una vez
que fue llamada al proscenio para agradecer las palmas del gentío,
''un homenaje a quienes dan lo que son y ofrecen lo que saben hacer".
Animación a cargo de Jesusa Rodríguez
Como no podía ser de otra manera, el espectáculo
fue animado en su preámbulo y en su epílogo por la actriz
y dramaturga Jesusa Rodríguez, quien desde el micrófono condenó
la impuntualidad de los músicos, la informalidad que les impidió
acudir a los ensayos y en general la falta de apoyo a los trabajadores
de la música en nuestro país, que por ausencia de estímulos
económicos se pasan la vida tocando aquí y allá, o
hueseando como se dice en el argot del gremio, para llevar el pan
y la sal de cada día a sus hogares.
A esto -se supo entre bambalinas-, debe sumarse la falta
de preparación que les impide leer con eficacia una partitura desconocida,
pues muchos, en realidad, tocan de oído melodías tradicionales
que se aprendieron de memoria.
Pero a la hora de la hora, todas estas miseria propias
de un país saqueado y devastado por sus gobernantes, fueron borradas
por la belleza extrínseca de Los Cacahuates y por el hecho
de que la composición fue ejecutada en el ámbito surrealista
para el cual fue concebida.
El Festival de Coyoacán, como bien saben los lectores
de este diario, fue impulsado por la también directora escénica
Jesusa Rodríguez y la periodista y escritora Elena Poniatowska como
un acto de resistencia cultural en defensa del maíz mexicano en
sus casi 200 variedades y en rechazo a la invasión se semillas transgénicas,
''uniformemente amarillas y dulzonas", auspiciado por el gobierno de Vicente
Fox bajo la presión de las multinacionales como por ejemplo Monsanto.
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