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México D.F. Lunes 3 de mayo de 2004
Jorge Santibáñez Romellón
Más seguro votar en la frontera que en el exterior
El tema de la participación electoral de los mexicanos en el
exterior en elecciones mexicanas sigue provocando ríos de tinta.
Cada que el tema aparece va acompañado o seguido de una andanada
de discursos, artículos, manifestaciones, editoriales o notas
periodísticas. En este asunto en particular se aplica el dicho
mexicano de 舠mucho ruido y pocas nueces舡. El tema surge de manera
consistente desde 1988 y, aunque ha habido avances, aún no se ha
acordado nada concreto. Hoy la mayoría de las posiciones son en
favor y ya se escuchan muy pocas voces en contra. Quienes emiten las
opiniones son esencialmente la clase política (congresistas,
funcionarios y partidos políticos), los autollamados
representantes de las comunidades mexicanas en el exterior y los
académicos de México (las más de las veces) y de
Estados Unidos (las menos).
El tema se ha abordado más desde la
perspectiva política y en menor medida desde la óptica
migratoria. Se ha reflexionado más sobre la indiscutible
preservación de los derechos políticos de los migrantes,
donde quiera que estén, la factibilidad de hacer campañas
en otro país, esencialmente Estados Unidos, las formas mediante
las cuales se emitiría el voto, y menos, mucho menos, en si es
eso lo que a los migrantes más les hace falta.
Se nos olvida que a los mexicanos que viven en
México, aunque con muchas deficiencias, el Estado mexicano les
ha ofrecido derechos elementales, educación, vivienda, acceso a
servicios de salud y empleo, entre otros. Ese no es el caso para la
mayoría de los mexicanos en el exterior y cabría la
reflexión de si el derecho al voto es el primero de los derechos
al que deberían tener acceso. Claro, hay quien dice que lo
primero llevará a lo segundo, y muy probablemente tenga
razón. Por último, otra característica del debate
es que ha sido dicotómico, es decir, o se está en favor y
entonces se es progresista, o cualquier cuestionamiento, por
mínimo que sea, inmediatamente se interpreta como reaccionario.
Existe también un consenso sobre el
舠qué舡, es decir, que los mexicanos ausentes del territorio
nacional puedan votar y no pierdan ese derecho fundamental sólo
por no estar en el país. Existe menor consenso sobre el
舠quién舡. En este sentido, las posiciones van desde 舠todos舡 hasta
舠sólo los que tienen credencial para votar舡 e incluso esta
última alternativa se subdivide entre quienes afirman que debe
realizarse una campaña de credencialización en
el extranjero, esencialmente en Estados Unidos, y los que opinan que es
improcedente, oneroso y poco práctico.
Que quienes puedan votar desde el extranjero sean
los que tienen credencial, ni siquiera es una propuesta novedosa,
surgió por lo menos en 1999 y ya había generado en
ese entonces un consenso que apenas estamos recuperando. No se debe
olvidar que entre ellos hay quienes ya son ciudadanos estadunidenses
por naturalización. En lo que no existe y aparentemente no
existirá consenso alguno es sobre el 舠cómo舡. Lo
preocupante es que esa falta de consenso en un tema fundamental para el
sistema electoral mexicano, en el que de hecho descansa la credibilidad
del mismo, puede nuevamente detener la iniciativa y lo que menos
esperamos los mexicanos es que se nos diga, otra vez, que 舠el Congreso
no quiso porque los partidos no se pusieron de acuerdo舡 y a otra cosa.
Mientras el 舠cómo舡 sea en el extranjero, la cosa no es sencilla.
Por la vía electrónica o por correo pone en riesgo la
credibilidad de los resultados: en los consulados se carece de
infraestructura: instalar casillas electorales en Estados Unidos
sería muy caro, sobre todo si se piensa que tendría que
haber representantes de partido, jefes de casilla, capacitación,
etcétera.
Por todas estas razones seguimos pensando que
habilitar las localidades fronterizas como espacio de
participación electoral para los mexicanos que no viven en
México, sin resolver todos los problemas, por lo menos no pone
en riesgo la credibilidad de los resultados, es viable
presupuestalmente y podría generar consenso entre partidos
políticos y ambas cámaras, por las que finalmente
pasaría la propuesta de ley. Por supuesto
no estamos hablando de las cinco casillas especiales por distrito
electoral con 750 boletas por cada una, que de cualquier forma ya
están contempladas en la ley y que normalmente son ocupadas por
quienes están de paso; estamos hablando de todo un operativo con vialidades y señalización
especiales y un número mucho más grande de casillas que
permitiera que cientos de miles de mexicanos que viven cerca de la
frontera pudieran venir a votar.
Quizá sería conveniente recordar que
la mitad de quienes tienen credencial para votar, que ese día
estarán fuera del país, viven a menos de dos horas de una
localidad fronteriza mexicana. Por último, esta modalidad de
participación no daría argumentos a quienes ven a los
migrantes mexicanos como un peligro de desintegración social,
cultural o política. Algunas de las propuestas que se han
escuchado serían 舠oro molido舡 para voces como la de Samuel
Huntington y su discurso racista y antinmigrante mexicano.
Por supuesto, la propuesta tiene aspectos negativos,
inhibiría la participación de migrantes indocumentados
que, por más activos que sean políticamente, no
esta-rían dispuestos a sufrir otro cruce sin documentos;
eliminaría la posibilidad de participación de quienes no
viven cerca de la frontera y sin duda enojaría a líderes
de las comunidades mexicanas en Estados Unidos o políticos
mexicanos, que con esta participación buscan fortalecer su
presencia política aquí y allá; sin embargo,
representaría un primer paso que podría evolucionar en
función de la experiencia que se vaya adquiriendo. La mejor
forma de no obtener nada es quererlo todo.
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