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México D.F. Lunes 3 de mayo de 2004

León Bendesky

Capitalismo picapiedra 2

Mientras la Secretaría de Hacienda declaraba la semana pasada que hay signos claros de recuperación económica y la tasa de crecimiento del producto será más de 3 por ciento en este año, el Banco de México presentaba un informe en el cual destacaba la debilidad de ese proceso. El argumento en este último caso se basa en la debilidad de las manufacturas, aun cuando ese sector muestra ya una expansión en Estados Unidos. Supuestamente ese era el estímulo que se necesitaba para volver a impulsar el crecimiento interno, pues las exportaciones vinculan a ambos sectores en los dos países.

No debe extrañar que discrepen las visiones de estas entidades públicas, y el banco central acierte en su diagnóstico, a pesar de que el crecimiento sea mayor que el anterior. En el largo plazo la economía es muy frágil en cuanto a su capacidad de acrecentar el producto y crear empleos, a pesar de lo voluntariosos que son el presidente Vicente Fox y su gabinete.

La razón no requiere mucha sabiduría: reside en el muy bajo gasto que se hace en inversión y en las cuestiones que elevan la productividad general. En este sentido, en México ya se ha acumulado un rezago de casi un cuarto de siglo, y las reformas que se hicieron en ese periodo, que por cierto no fueron menores, sobre todo en los terrenos de la apertura comercial y financiera y en la privatización de empresas públicas, incluidos los bancos, no han servido para ampliar las bases de la acumulación de capital físico 舑maquinaria y equipo舑 y de recursos humanos. Tampoco ha servido el establecimiento de un ambicioso, aunque limitado, tratado comercial en el área de Norteamérica. Los beneficios de las reformas y del tratado se han concentrado en unos cuantos sectores y en pequeña parte de la población. No son base para el crecimiento sólido y duradero que exige esta sociedad.

La economía mexicana, después de 25 años, desde la bonanza petrolera y luego de las vicisitudes de las etapas de auge y crisis recurrentes, se parece más a las economías centroamericanas que a las del norte. Los niveles de inversión que se registran aquí son de la escala de los países atrasados del mundo, de Africa y de Asia, y también los niveles de pobreza y laxitud institucional. Labia es la de los gobiernos que en todos estos años han ofrecido llevarnos al primer mundo y hacer cambios decisivos. Labia ha sido, igualmente, la de los grandes empresarios tan adictos a las reformas y a las virtudes del mercado cuando les favorecen.

La falta de inversión se asocia con los atrasos de la productividad y la eficiencia con que operan muchos sectores. Si eso es muy notorio en el campo de la producción, también lo es en los servicios. No se puede aspirar al desarrollo ni al mejoramiento del bienestar en esas condiciones.

El recuento puede ser tan extenso como la capacidad de resistencia. Piénsese, por ejemplo, en aquellos casos que nos involucran de modo directo como consumidores. Piense en hacer un trámite en un banco, ya no por las comisiones que cobra, sino por el tiempo que requiere y el mal servicio que ofrece. ¿Ha tratado de cambiar un cheque en Santander-Serfin? No sólo necesitará que la cuenta tenga fondos, sino armarse de entereza para esperar infinitamente a que le atiendan. Y que no le ocurra que uno de los empleados se equivoque en la operación, pues todo el peso recaerá sobre el cliente, nadie responde, y parece que hay que agradecer que se hayan establecido en México.

¿Ha tratado de suscribirse a Cablevisión? Luego de pagar por adelantado, deberá esperar a que a alguien se le ocurra que debe avisarle cuándo irá el técnico a instalarle el servicio y que no estará esperando en casa hasta que eso suceda, pues para cubrir la cuota hay que trabajar. Es una odisea digna de Homero lograr el objetivo de pagar para ver la televisión. Y si realiza esa compra en Sears, pensará que entró en el túnel del tiempo, pues le enviarán a la caja con una etiqueta sucia de un código de barras para que el empleado la registre y luego saque un arrugado papel carbón para hacer una copia de su tarjeta de crédito. En pleno siglo XXI, en la era de la transferencia electrónica de datos.

Y si ha intentado hacer una reservación por teléfono en Aeroméxico, constatará que debe tener el peor sistema de atención por esa vía, lo que aumenta el costo efectivo de arreglar un viaje. Si ha comprado pan en una de las cada vez más numerosas tiendas de El Globo, habrá visto que se necesitan dos personas para servirle sus conchas y orejas: una que dicta y otra que marca y le cobra: es antediluviano. En la panadería de un viejo español, ubicada en una esquina de la calle de Sonora, el cobro tarda la quinta parte del tiempo y el pan es muy sabroso. Estas son las situaciones reales que ponen a prueba la famosa idea de la soberanía del consumidor en el mercado. Aquí es más bien la dictadura del capital. Eso en un entorno en el que, a pesar del discurso, que ya se ha vuelto increíble, hay cada vez menos competencia. Este es un capitalismo picapiedra, vivimos en Piedradura

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