México D.F. Lunes 3 de mayo de 2004
Hermann Bellinghausen
El regreso de los cuervos
Lo primero que noté esa
tarde, a mitad de la semana llamada hábil, fueron los
árboles de la calzada, la plaza de armas y los bosques del
Olivar abrumados por el peso de los cuervos y su estruendoso graznar y
cantar. Antes de doblar en Eucaliptos ya supe que algo pasaba. Los
vecinos rondaban las banquetas, asomaban por las puertas. Me miraron
raro, sin saludar.
Varios carros de
policía y civiles se apiñaban frente a la casa de
doña Amparo, mal estacionados, bloqueando el paso por completo.
En un Dodge descapotado reconocí al detective Baños,
guardando distancia. Los azules formaban un cordón y tres hombres en
trajes negro que les venían grandes se encontraban ante la
puerta del número 23. Más que policías, me
parecieron predicadores protestantes. Eran inusualmente jóvenes.
Uno se hace la idea de que los jefes policiacos son personas de edad.
Al parecer llevaban rato
esperando. Caminé despacio, para no ser yo el que abriera. Ya se
impacientaban cuando doña Amparo apareció en el
zaguán. Pálida pero firme:
舑¿Qué se les
ofrece, señores?
Pura formalidad. Uno de los de
traje le extendió la que debía ser una orden de cateo.
Doña Amparo se colocó los lentes que le colgaban de una
cadenita sobre el pecho. Me miró de reojo, rápidamente, y
leyó sin mucha atención. Se retiró los lentes, ya
no pálida sino roja de ira, y lo devolvió a los agentes.
舑Adelante. Hagan lo que tienen
que hacer y váyanse. En resta casa no tenemos su tiempo.
Con brusquedad, una decena de azules se abalanzaron
hacia adentro, atropellando a doña Amparo y a su hija Diana, que
la escoltaba muerta de susto.
Revisaron todas las
habitaciones e intentaron interrogar a los presentes, que no
éramos muchos a esa hora, y no teníamos nada qué
declarar. No encontraron a quien buscaban, o sea, a Susana, ni nada que
les fuera de verdadera utilidad, fuera de un librito rojo de Lenin, ¿Qué hacer?, otro
de Marx, y un mapa de Cuba que les pareció especialmente
sospechoso, según revelaron las miradas que se echaron entre
sí los tipos de negro.
De mi habitación se
llevaron El malestar de la cultura, de Freud; es la fecha que no sé para qué.
Huelga decir que a Susana no
la volvimos a ver. Según la policía, estaba acusada de
sedición y otras cosas impronunciables en esa época de
舖舖paz social舗舗. Poco después mataron a Rubén Jaramillo y
su familia, y en los periódicos salió el nombre de Susana
entre otros presuntos sediciosos de quién sabe qué grupo
subversivo financiado por el oro de Moscú. La muerte de
Jaramillo fue minimizada, mal explicada, nunca aclarada, y el
presidente López Mateos siguió viajando por el mundo,
sonriente; había conseguido la sede de los Juegos
Olímpicos para 1968, y eso le dio más popularidad, ya ven
cómo es la gente.
La policía se
llevó hasta el último rastro del olor de Susana.
Desapareció de nuestras vidas, adonde a duras penas se puede
decir que estuvo, y también de las conversaciones. Los misterios
suelen no tener explicación, pero éste tenía una:
la montaña. Creo yo.
Recuperadas por los cuervos,
las tardes del Olivar se urbanizaron hasta lo irreconocible en pocos
años. Pronto me mudé de casa, ciudad y vida.
A veces pienso que Susana no
existió. Ya ven que hay gente que parece estar y desparece sin
más. Uno supone que para aparecer en otra parte. Uno espera que
así sea. Uno nunca sabe en realidad.
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