México D.F. Lunes 3 de mayo de 2004
Adiós del EZLN a un hermano y compañero
Comunicado del Comité Clandestino
Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional. México.
Abril de 2004.
A los familiares y amigos de don Amado Avendaño
Figueroa.
Al pueblo de México.
A los pueblos del mundo.
Hermanos y hermanas:
Con mucha pena nos hemos enterado del fallecimiento
del señor don Amado Avendaño Figueroa, luchador social y
periodista chiapaneco, es decir, mexicano.
Don Amado fue un oído atento y respetuoso para
el dolor de los indígenas chiapanecos aun antes del amanecer de la
guerra contra el olvido. En compañía de doña
Concepción Villafuerte, y de quienes con ellos dos hacían el
periódico Tiempo, escuchó cuando la mayoría estaba sorda y
miró cuando muchos estaban ciegos.
Fue por eso que, desde el inicio público de
nuestro alzamiento, elegimos su periódico como medio para dar a
conocer nuestra palabra. No porque él y quienes con él
laboraban estuvieran de acuerdo con nosotros, sino porque estaban de
acuerdo con decir la verdad. Tiempo después, don Amado se
postuló para ser gobernador del estado de Chiapas. Despojado del
triunfo por un fraude, se mantuvo en la rebeldía y durante su
periodo elaboró una propuesta de nueva Constitución estatal
para Chiapas, misma que obra en nuestro poder. Durante su mandato y
después de él, siguió con respeto y atención el
proceso de la lucha zapatista.
Con el fallecimiento de don Amado, México
pierde un luchador consecuente, Chiapas uno de sus mejores hijos, los
pueblos indios un hermano y los zapatistas un compañero.
Larga vida a don Amado.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Por el Comité Clandestino Revolucionario
Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, abril del 2004, 20 y 10.
舖舖Su muerte, puede ser que sí,
puede ser que no舗舗
Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, México.
Abril de 2004.
A quien corresponda:
Pardeaba la tarde. O sea que como que ya se iba. La
noticia, en la voz cavernosa del radio transmisor, sonó apenas como
una rama rota en la casi noche de abril zapatista. Como si la interferencia
se hubiera callado un instante, precisamente en el momento en que, desde el
otro lado de la bocina, la voz decía: 舠don Amado ya
murió ya舡.
Así me dijeron, que don Amado ya murió
ya. Puede ser.
Puede ser que don Amado ya haya muerto y que lo que
escuché no haya sido una rama rota, justo cuando abril da ya la
vuelta a la esquina del calendario para perderse hasta el año
entrante, sino la noticia de su muerte. Pero si hubiera sido una rama rota
lo que escuché, entonces yo podría pensar que puede ser que
don Amado no haya muerto, y que él sólo haya dado vuelta en
aquella esquina, y que ya no lo veremos ahora, pero que el año que
entra volverá a aparecer.
Nosotros a don Amado primero lo conocimos y ya luego
lo vimos.
Lo conocimos por su palabra. Estaba colgada en una de
las hojas del tiempo, como si de una pared. Y nosotros, ocultos entonces
porque nos mostrábamos, nos acercamos a esa pared temporal y tocamos
su corazón, es decir, su palabra. Vimos que éramos vistos por
esa palabra. No lo que éramos entonces ni lo que somos luego, pero
sí nuestra casa de dolor y pena, nuestro corazón.
Cuando nos mostramos ocultándonos, lo vimos.
Era ya media mañana del primero de enero de 1994. Llegó con
una bufanda, sus lentes, una especie de abrigo o chamarra
(no me acuerdo bien) y una libretita. Hizo unas
preguntas. Algo anotó. Yo le pregunté: 舠¿Don
Amado?舡. No me acuerdo qué me respondió. Casi no
habló. Pero mucho miraba su mirada. No había en ella la
sentencia de muerte que muchos nos prodigaron en esas primeras horas,
tampoco la condena o la aprobación. Había en su mirada algo
así como... como si tratara de entender. Las veces que lo
encontré de nuevo, seguía con esa mirada. Tratar de entender
es una forma de respetar. Sí, don Amado nos respetaba.
Y era correspondido. O es. Porque puede ser que haya
muerto. Pero puede ser que no.
Después de eso, de la noticia o de la rama rota,
la noche se alargó como pocas veces. Como si se estirara, pero no
para desperezarse, sino para cubrir todos los rincones, incluso los que,
dentro, nos habitan.
El otro día... no me acuerdo si ese otro
día fue hace mucho o hace poco. El tiempo, quiero decir, el
calendario, suele engañarnos. Pero les decía yo que el otro
día, en uno de los poblados se desmantelaba una de las campas.
Pronto sólo quedó un montón de palos, tablas y perros
husmeando.
El viejo Antonio se acercó, con el martillo y el
machete aún en las manos, contempló los restos y dijo:
舠Esta casita tenía ya sus años y ahora sólo
queda su historia, la de ese tiempo resistiendo y luchando舡. El viejo
Antonio aceptó el encendedor que le ofrecí para encender su
cigarrillo y continuó: 舠Así es de por sí cuando
uno se muere, no queda nada, sólo la historia de lo que uno hizo y
lo que dejó de hacer... el tiempo de cada uno舡.
Si es que murió, don Amado nos dejó sin
su casa y sólo nos quedó su historia. Pero don Amado
tenía, o tiene, un problema que no todos padecen. El, en lugar de
corazón tenía una casa, a veces disfrazada de
periódicos en el tiempo, o de hoja de foja, o de rebelde gobierno o
de contador de historias.
Y en su casa, es decir, en su corazón, don Amado
le abrió, desde hace mucho, sus puertas y ventanas a quienes son del
color de la tierra, y con ellos compartió el techo, la mirada, el
oído y la palabra.
Me dicen que don Amado ya murió ya. Puede ser
que sí. O puede ser que no, que no haya muerto. A saber.
Puede ser que su corazón, es decir, su casa, ya
no tenga techo para nosotros, que ya no nos mire por la ventana, que ya no
entremos por su puerta ni nos sentemos a su mesa mientras afuera la lluvia,
el frío, el sol, las nubes. O puede que no, que no haya muerto, y
que, después de aquella esquina, esté todavía su casa,
es decir, su corazón, con la bulla que otros llaman
舠vida舡.
Yo, la mera verdad, no sé si se murió o
no, pero sí sé que su historia, su tiempo, está
aquí, con nosotros, con los que entramos en su casa porque él
nos abrió la puerta y lo hizo porque sí, porque le dio la
gana. Porque hay corazones que son tan grandes que sólo laten cuando
están con otros.
Así era don Amado... O así es... Yo, la
mera verdad, no sé...La muerte... tal vez sí... tal vez no...
Por eso, esta madrugada sólo he tomado del suelo
una rama rota y la he sembrado a un costado de mi campa. No porque piense
que aún retoñará, sino porque es una señal para
que don Amado sepa, cuando regrese de dar la vuelta por aquella esquina,
que con nosotros tiene un corazón, que es como acá decimos
舠casa舡.
Vale don Amado. Salud y bienvenido.
Desde las Montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, abril de 2004, 20 y 10.
PD. Como si no hubiéramos completado un abrazo,
así nos quedamos. Como con un silencio pendiente... ¿lo
escucha?...
Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, México, 30 de abril de 2004
Doña Concepción Villafuerte:
San Cristóbal de Las Casas.
Chiapas.
México.
Doña Conchita:
Reciba usted y toda su familia nuestro abrazo que,
aunque a la distancia, no por eso es menos cálido y hermano.
Le mando una carta y un comunicado.
Es una de esas cartas y uno de esos comunicados que
nunca hubiéramos querido escribir.
Como casi siempre en nosotros, dirá más
lo que callamos que lo hablamos.
Vale. Salud y un silencio que abrace.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, abril de 2004, 20 y 10.
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