México D.F. Jueves 6 de mayo de 2004
John Berger
Francis Bacon: ¿un maestro de lo inexorable?
Visiten la exposición de Francis Bacon en el
Museo Maillol en París. Pese al estúpido subtítulo de
la muestra 舑Lo sagrado y lo profano舑 ésta representa
sucintamente toda la obra de su vida. Lean el libro más
reciente de Susan Sontag, Regarding the Pain of
Others (Contemplando
el sufrimiento de otros).1 El libro es una
notable y profunda meditación sobre la guerra, la mutilación
física y el efecto de las fotografías de denuncia. En
algún lugar de mí mismo, el libro y la exposición se
refieren mutuamente. Todavía no entiendo bien de qué
manera...
Como pintor figurativo, Bacon tuvo la destreza y la
sagacidad de un Fragonard. (La comparación lo habría
divertido: ambos fueron pintores consumados de la sensación
física 舑uno del placer y el otro del sufrimiento). Es
entendible que la maestría de Bacon haya intrigado por lo menos a
dos generaciones de pintores, para quienes fue todo un desafío. Si
durante 50 años he sido crítico del trabajo de Bacon, es
porque estaba convencido de que pintaba con el fin de conmocionar, a
sí mismo y a otros. Y un motivo así, pensaba, se
desgastaría con el tiempo. La semana pasada, conforme caminaba de
aquí para allá ante sus pinturas en la Rue des Grenelles,
percibí algo que no había entendido antes, y sentí una
gratitud repentina hacia un pintor cuyo trabajo he cuestionado por tanto
tiempo.
Desde finales de los años 30 hasta su muerte en
1992, Bacon sostuvo la visión de un mundo despiadado. Con
insistencia pintó el cuerpo humano o partes de ese cuerpo en la
aflicción, la privación o la agonía. En ocasiones el
sufrimiento que muestra parece habérsele infligido a sus personajes,
y las más de las veces parece originarse desde dentro, de las
entrañas del cuerpo mismo, del infortunio del ser físico.
Conscientemente, Bacon jugó con su nombre para crear un mito y lo
logró. Alegó descender de su homónimo, el
filósofo empirista inglés del siglo XVI, y pintó la
carnalidad humana cual si fuera una lonja de tocino ahumado.2
Pero no es esto lo que hace su mundo más
despiadado que cualquiera pintado antes. El arte europeo está lleno
de asesinatos, ejecuciones y mártires. En Goya, el primer artista
del siglo XX (sí, del siglo XX), uno escucha la indignación
del propio artista. Lo que hace a Bacon diferente es que en su
visión no hay testigos y nadie se conduele. Nadie pintado por
él se percata de lo que le ocurre a los otros pintados por
él. Tal indiferencia ubicua es más cruel que cualquier
mutilación.
Por añadidura, está el mutismo de los
escenarios donde sitúa sus figuras. Este mutismo es como la frialdad
de un congelador que se mantiene constante no importa lo que deposite uno
en éste. El teatro de Bacon, a diferencia del de Artaud, no tiene
nada de ritual, porque ningún espacio circundante recibe los gestos
de sus figuras. Todas las calamidades plasmadas se presentan como mero
accidente colateral.
En su tiempo, los melodramas de un círculo
bohemio muy provinciano, donde a nadie le importaba un pito lo que
ocurriera en otro lugar, alimentaron y perturbaron su visión. Y sin
embargo... sin embargo, el despiadado mundo que Bacon conjuró y
trató de exorcizar resultó profético. Puede ocurrir
que el drama personal de un artista refleje, en el lapso de medio siglo, la
crisis de una civilización entera. ¿Cómo?
Misteriosamente.
¿No ha sido siempre despiadado el mundo? La
brutalidad de hoy es tal vez más incesante, invasiva y continua. No
perdona nada, ni siquiera el planeta mismo, ni a nadie vivo en sitio
alguno. Siendo abstracta, porque deriva de la sola lógica de la
ganancia (tan fría como un congelador), amenaza hacer obsoletos
todos los otros órdenes de pensamiento, junto con su
tradición de enfrentar la crueldad de la vida con dignidad y algunos
destellos de esperanza.
Regresemos a Bacon y a lo que revela su obra.
Obsesivamente utilizó el lenguaje pictórico y las referencias
temáticas de algunos de los pintores previos 舑como
Velázquez, Miguel Angel, Ingres o Van Gogh. Esta
舖舖continuidad舡 hace de la devastación de su mirada
algo más total.
La idealización renacentista del cuerpo humano
desnudo, la promesa eclesiástica de la redención, la
noción clásica del heroísmo o la ardiente creencia de
Van Gogh en la democracia 舑se revelan en su visión hechas
jirones, indefensas ante lo despiadado. Bacon recoge los hilachos y los usa
como estropajos. Esto es lo que no había notado antes. He
aquí la revelación.
Una revelación que confirma una
intuición: empeñarse hoy en el vocabulario habitual, como el
que emplean los poderosos y los medios, únicamente aumenta el
ensombrecimiento y la devastación circundantes. Existen muchas
palabras y clichés que nos fueron escamoteados y cuya moneda de
cambio debemos hoy rehusar categóricamente. Libertad, terrorismo,
seguridad, democrático, fanático, antisemita,
etcétera, son términos que quedaron reducidos a harapos con
el fin de disfrazar la nueva deshumanización dominante.
Esto no significa necesariamente pasar al silencio.
Significa escoger las voces con las que uno desea unirse. El actual periodo
de la historia es el del Muro. Cuando cayó el de Berlín,
comenzaron a desplegarse los planes expresos de construir muros por todas
partes. De concreto,burocráticos, de vigilancia, de seguridad,
racistas. Muros zonales. Por todos lados los muros separan a los pobres
desesperados, de aquellos que 舑yendo contra la esperanza舑
confían en mantenerse relativamente ricos. Los muros cruzan todas
las esferas 舑de los cultivos a la atención de la salud.
Existen también en las metrópolis más ricas del mundo.
El Muro es la línea del frente de lo que, hace mucho, se llamaba
lucha de clases.
De un lado del muro: todo el armamento concebible, el
sueño de guerras sin bolsas negras con cadáveres
identificables, los medios, la abundancia, la higiene, los tantos
pasaportes al glamour. En el otro lado: piedras, desabasto, feudos,
enfermedades rampantes, la aceptación de la muerte y la
preocupación perenne de sobrevivir una noche más 舑o tal
vez una semana más舑, juntos.
Elegir dar sentido al mundo hoy, es elegir entre ambos
lados del muro. El muro está también dentro de cada uno de
nosotros. Sea cual sea nuestra circunstancia, podemos elegir, en nosotros,
de qué lado del muro nos sentimos más afines. No es un muro
entre el bien y el mal. Ambos existen en ambos lados. Lo que elegimos es
respetarnos a nosotros mismos o el caos personal.
Del lado de los poderosos hay un conformismo que
proviene del miedo 舑nunca se olvidan del muro舑 y un mascullar
palabras que ya no significan nada. Ese enmudecimiento es lo que Bacon
pintó.
Del otro lado hay una multitud de lenguajes,
desiguales, o que desaparecen, lenguajes con cuyos vocabularios puede
tejerse un sentido de la vida aun si 舑o particularmente si舑 ese
sentido es trágico.
Cuando mis palabras eran trigo
Fui tierra.
Cuando mis palabras eran rabia
Fui tormenta.
Cuando mis palabras eran roca
Fui río.
Cuando mis palabras se volvieron miel
Las moscas cubrieron mis labios.
Mahmoud Darweesh3
Bacon no tuvo miedo de pintar el enmudecimiento, y al
pintarlo ¿no estuvo más cerca de aquéllos para quien
los muros son un obstáculo más que hay que sortear, aun si
esto implica arriesgar la vida propia en aras de los que vendrán
después? Podría ser...
------
1 Susan Sontag:
Regarding the Pain of Others (Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2003)
2 Bacon es
el término en inglés para tocino, lo que añade un
sentido al juego de Francis Bacon con su nombre.
3 De 舖舖Words舡, tomado de Sand and Other Poems, 1986.
Traducción: Ramón
Vera Herrera
|