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México D.F. Viernes 14 de mayo de 2004
IMPRUDENCIA PRESIDENCIAL
En
las horas recientes, cuando parecía empezar a abrirse un pequeño
margen para reactivar el diálogo entre el poder Ejecutivo federal
y los principales partidos de oposición, el presidente Vicente Fox
lanzó, desde Budapest, un inopinado y poco fundamentado ataque verbal
contra el Gobierno del Distrito Federal (GDF), al que acusó de no
haber evitado "el dispendio y pérdida de recursos", de no haber
especificado el dinero que, según él, "se desvió de
la obra pública" y de no haber enviado a la cárcel a los
funcionarios que participaron en la compleja trama de corrupción
protagonizada por Carlos Ahumada Kurtz, a quien el mandatario llamó
"el lado empresarial" de esa turbia historia. Sin mencionarlo por su nombre,
Fox atacó asimismo al gobernante capitalino, Andrés Manuel
López Obrador, quien ayer evidenció una más de las
inconsistencias vertidas por la Procuraduría General de la República
(PGR) en torno al asunto de los videoescándalos: que el propio Ahumada,
y no espías del gobierno federal, habría videograbado al
prófugo ex secretario de Finanzas del GDF, Gustavo Ponce, en el
hotel Bellagio de Las Vegas. A juicio de Fox, ese desmentido es un intento
de "desviar el debate del tema central".
Al parecer, a estas alturas, el titular del Ejecutivo
federal no ha terminado de enterarse de que ya hay varios ex funcionarios
y políticos capitalinos presos por el fraude perpetrado por Ahumada
Kurtz y sus empresas en la delegación Gustavo A. Madero y que otros
están sujetos a diversos procesos penales relacionados con las entregas
de dinero difundidas por la televisión; que no existe ningún
indicio de que los dineros que el empresario entregó a cámara
al ex jefe delegacional en Tlalpan y al ex coordinador de los perredistas
en la Asamblea Legislativa del DF hayan provenido de las arcas públicas,
y que el sistemático desaseo con que han procedido en este caso
la propia PGR y las secretarías de Gobernación y Hacienda
ha convertido la participación de funcionarios federales en la gestación
del escándalo en un tema tan central -cuyo esclarecimiento a fondo
resulta igualmente crucial para la sociedad y para la salud de la república-
como la red de corrupción que vincula a Ahumada con empleados y
ex empleados de la autoridad capitalina. Es tal el nerviosismo en el entorno
presidencial por las posibles revelaciones sobre ese complot que, en el
afán de negarlo, se llegó incluso a provocar una crisis diplomática,
injusta e injustificada, con Cuba.
El presidente Fox tendría que tener presente, por
otra parte, que es en su propio equipo de gobierno, y no en el GDF, donde
existen casos documentados de dispendio -recuérdense aquellas toallas
de la casa presidencial y los colchones en la representación de
México ante la OCDE-; que los señalamientos por actos de
corrupción no sólo apuntan a oficinas de la administración
capitalina, sino también a instancias federales como la Semarnat,
el Conadic y la Conaliteg, y que los financiamientos turbios de campañas
electorales no atañen únicamente a perredistas y ex perredistas,
sino también a la extinta agrupación denominada Amigos de
Fox. Pero la "lucha frontal" contra la corrupción pregonada por
el mandatario pareciera limitarse a denunciar, con datos errados, a las
autoridades capitalinas. Debe reiterarse que éstas al menos han
procedido legalmente contra los presuntos corruptos en sus propias filas
y en su entorno político; el gobierno federal, en cambio, da la
impresión de solapar, encubrir y proteger a sus responsables de
dispendios, a sus traficantes de influencias y a sus recaudadores de donaciones
inconfesables. Visto de esa forma, el combate presidencial a la corrupción,
más que frontal, resulta más bien sesgado.
Por si estas actitudes del poder federal no fueran suficientes
para llevar el ambiente político a grados sin precedente de tensión,
crispación y discordia, el presidente Fox pareciera empeñado
en ahondar los disensos en lugar de superarlos. Al hablar ayer en la capital
húngara, el mandatario señaló, atinadamente, la pertinencia
de que fueran las procuradurías -General de la República
y General de Justicia del DF- las que se encargaran de esclarecer, conforme
a los cauces legales, los pormenores del escándalo. ¿Por
qué, entonces, porfiar en la diatriba en vez de interesarse en la
consecución de acuerdos y consensos con las fuerzas políticas
de la oposición? ¿Por qué la persistencia casi cotidiana
en abrir o reactivar frentes y enconos en lugar de procurar la desactivación
y superación de las confrontaciones? ¿A qué viene
el empeño en salir a la palestra en defensa de funcionarios menores
y cada vez menos defendibles, como es el caso de José Luis Santiago
Vasconcelos?
La decisión presidencial de ayer de reanudar las
hostilidades contra el GDF y, de paso, cerrar el paso al diálogo
entre el gobierno federal y el PRD fue, debe señalarse, una acción
imprudente. Con la lejanía de sus aliados iniciales, con sus colaboradores
actuales desbocados en una carrera sucesoria anticipada y con importantes
sectores de su partido posicionados en su contra, el mandatario está
cada vez más solo y en riesgo creciente de depender de las mafias
priístas que se disputan -genio y figura- la cercanía del
poder, y que son las aliadas menos aconsejables para alguien que se dice
interesado en librar una "lucha frontal contra la corrupción". En
esas circunstancias, no tenía ningún sentido continuar y
ahondar los pleitos con las autoridades capitalinas y con el partido del
sol azteca.
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