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México D.F. Lunes 24 de mayo de 2004
Iván Restrepo
Agua: la crisis que se avecina
Si un problema unifica la visión de especialistas y funcionarios es el de la explotación, uso y destino final del agua en México. Todos coinciden en que se ha llegado al límite en cuanto al manejo irracional del líquido y que por ello los desajustes sociales y económicos se agravan cada día ante el aumento de la población, la falta de planeación urbana y por una industria poco amigable con el ambiente. Hay ya casos extremos de desequilibrio hídrico, como en la frontera con Estados Unidos y en las entidades del norte y centro del territorio nacional. Otro ejemplo es el de la ciudad de México y los más de 20 municipios que integran su zona metropolitana, donde las propuestas para resolver los problemas son tan añejas como ignoradas por los tomadores de decisiones.
Existe la creencia de que la parte clave de la crisis que se avecina se debe a la sobrexplotación que la capital del país hace de los mantos freáticos. Sin embargo, información de la Comisión de Aguas del vecino estado de México revela que en dicha entidad 120 mantos de extracción que abastecen a más de 100 municipios muestran signos alarmantes de sobrexplotación y van camino a la degradación irreversible. La entidad vecina cuenta con tres grandes cuencas hidrográficas que, luego de recorrerla, brindan beneficios a otras como las de Hidalgo y Tlaxcala. Se trata de las cuencas de los ríos Lerma, Balsas y Pánuco. Las tres son ahora deficitarias debido a la expansión de la mancha urbana y a las actividades industriales y agrícolas.
En todos los casos el signo que distingue al uso que se hace del agua es el de la irracionalidad. El problema no sólo radica en que falta líquido, sino que se explota, distribuye y usa mal. Solamente en las redes de conducción, algunas con decenas de años, se desperdicia entre 25 y 40 por ciento del agua. Si se reparara esa infraestructura podría disminuir el ritmo de extracción del agua del subsuelo en forma notable, con lo cual todos saldríamos ganando, así como si también el uso del líquido fuera más racional y justo: per cápita superamos a los países europeos en más de 100 litros diarios en volumen proporcionado.
Los efectos de esa sobrexplotación son bien conocidos y se expresan en el hundimiento de la enorme mancha urbana con efectos negativos en la infraestructura pública y privada, mucho más agudos y peligrosos habida cuenta que se trata de una zona no exenta de sismos. Ese hundimiento ya se observa en municipios vecinos y oscila entre 10 y 15 centímetros por año, según la citada comisión. Hay casos extremos como el de Chalco, donde es superior a 30 y sigue en aumento por la expansión incontrolada de la mancha de asfalto hacia áreas cercanas.
Un aspecto siempre mencionado, pero que no se atiende con la urgencia debida en los programas hidráulicos de la zona metropolitana más importante del país, es la conservación de la riqueza forestal y la actividad agropecuaria. Los bosques son una fábrica de agua irremplazable, clave en la regulación del clima y la recarga de los acuíferos, para evitar la erosión de la tierra y el azolve de ríos, presas y lagos. No obstante, cada año se ocupan cientos de hectáreas de zonas arboladas o agrícolas con nuevos asentamientos humanos que requerirán de servicios básicos, entre ellos agua y drenaje. No escapan a esta destrucción las áreas de preservación ecológica, decretadas como tales precisamente por el papel fundamental que cumplen para alimentar los acuíferos y producir oxígeno.
Un asunto de seguridad nacional, de supervivencia, se coloca en segundo plano de la agenda oficial por presiones de grupos políticos y líderes que lucran con las necesidades de la población pobre, así como por las directrices económicas en boga que obligan a los campesinos a vender sus tierras ante la falta de apoyo para sembrarlas y comercializar favorablemente las cosechas. Pero, en vez de llegar a acuerdos para evitar la crisis, fruto de mayor población en la metrópoli y menos recursos naturales, los partidos políticos y los funcionarios gastan su energía en descalificarse y degradar la política con miras a la contienda electoral de 2006, año en que vendrán las promesas que, como es costumbre, una vez elegidos no cumplirán.
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