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México D.F. Lunes 7 de junio de 2004
José Cueli
Muy poco en San Isidro
Sólo los toros de Adolfo Martín y Victorino respondieron a la emoción de los astados bravos y encastados que espera la afición madrileña. El resto de las ganaderías españolas, salvo algún toro bravo, repitieron el mismo tenor: blandengues, mansos, descastados y muchos inválidos. Fue al final del ciclo de las llamadas corridas "toristas" donde se despertó el interés. En estas corridas participó el torero mexicano Eulalio López El Zotoluco, quien demostró su habilidad para lidiar reses difíciles, pero pasó sin pena ni gloria. Primero con los toros del Conde de la Corte, que mandó un toro encastado y luego con los de Miura. En ambas actuaciones sólo toreó un ejemplar de dichas ganaderías, los otros fueron sobreros. Se conformó Zotoluco con salir al paso de la difícil papeleta.
El triunfador hasta el día de ayer había sido Enrique Ponce, con su toreo de ritmo quedo y la fantasía de rescatar una fiesta brava que se desbarranca en abismos infinitos. Jóvenes figuras hacían el paseíllo cada tarde como versos ondulados de torería que no lograban cuajar. Todo tan velado como sus figuras en el centro del redondel. Sólo un joven originario de Linares, Curro Díaz, prácticamente desconocido, puso la nota de calor. Pese a que sólo dibujó bocetos, manchas de color, galanura imaginativa que semejaba no estar en ningún lado. Desganado, lleno de esta flojedad que se esfuma, le llegaba al tendido. Asustado no se la creía y dejó caer la faena.
Escribo hasta el día de ayer, en que El Cid aprovechó la encastada nobleza de dos de los toros de Adolfo Martín e hizo vibrar los tendidos de la monumental de Las Ventas madrileña. Por fin se dio la conjunción de un toro de encastada nobleza y un torero que se dejó de cuentos y perfiló una faena con base en pases naturales, a la distancia adecuada, cruzándose, y dejando de lado el toreo perfilo. Geometría de líneas y gestos circulares soñados que fijaba el torero y eran rematados con gallardos pases de pecho.
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